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Opinión

El río revuelto de las corcholatas. Por Caleb Ordoñez T.

En política, los movimientos abruptos muestran que no existe control total. El presidente López Obrador ha tenido unas semanas muy complicadas, en cuanto a su dominio absoluto en Morena y sobre las llamadas “corcholatas”.

El río se revolvió cuando Marcelo Ebrard decidió dar un salto y controlar la elección de quien será la o el candidato morenista.

El ex canciller, ha logrado posicionarse como líder de los temas más importantes. El simple hecho de hacer que todos renuncien a su cargo, puso todos los reflectores en su persona.

Marcelo ya sabe cómo es este juego, lo ha vivido durante muchos años, tras la sombra de AMLO y su experiencia ha sido evidente.

Con la imagen de rebelde, se le ve confiado de remontar en las encuestas en las primeras semanas.

Los evidentemente “no-favoritos”, como Ricardo Monreal y Gerardo Fernandez Noroña, han respaldado las posiciones y la solicitud enérgica de “suelo parejo”. Ellos dos, piden además debates entre los precandidatos.

La más perjudicada en esta tormenta, es la -hasta ahora- puntera de la mayoría de las encuestas, Claudia Sheinbaum.

La gobernante de la CDMX, perderá inevitablemente peso político al momento de que sea aceptada su solicitud de dejar la jefatura de gobierno.

El próximo viernes será el último día de comodidad para la científica. Y aunque logre convocar -o acarrear- a miles de personas en el monumento de la Revolución, ahora tendrá que apelar a su popularidad, discurso y generar simpatía ya sin el poderoso apellido de gobernadora de la ciudad más importante del país.

¿Tiene Sheinbaum equipo suficiente para generar un movimiento nacional en un par de meses?

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Opinión

El cerebro mexicano que ganó el Mundial de Clubes. Por Caleb Ordoñez T.

Hay mexicanos que no salen en portadas. No firman autógrafos en estadios llenos ni celebran goles frente a miles de gargantas encendidas. Son aquellos que, silenciosos, se cuelan en la élite mundial, con una maleta repleta de sueños, talento, y algo más poderoso: el ADN del campeón mexicano.

Uno de ellos es Bernardo Cueva, un tapatío que jamás fue futbolista profesional, pero que hoy diseña jugadas para el Chelsea FC, el actual campeón del Mundial de Clubes, que este fin de semana aplastó 3-0 al PSG de Francia con autoridad y sin titubeos. Su historia podría parecer improbable, pero más bien es un recordatorio de que la grandeza mexicana no siempre grita… a veces susurra entre pizarras, análisis y esquemas tácticos.

Cueva comenzó en Chivas como analista. Fue clave para que el Rebaño ganara la Concachampions en 2018. Luego dio el salto a Europa, al Brentford inglés, donde transformó las jugadas a balón parado en goles quirúrgicos. Y cuando el Chelsea —un gigante europeo— buscaba a alguien que elevara su estrategia fija, pagó más de un millón de libras para llevárselo. ¿Un mexicano sin pasado de cancha, sin apellidos pesados? Sí. Pero con un talento que no se puede ignorar.

Y es que a veces, el campeón no está en la cancha. Está en el cerebro.

ADN de campeón

En un país obsesionado con los reflectores, solemos ignorar a los que van por la sombra. Pero el éxito no siempre viene vestido de short. Hay mexicanos escribiendo códigos en Silicon Valley, dirigiendo orquestas en Viena o diseñando jugadas que hacen campeón al Chelsea.

¿Qué tienen en común? Que comparten una esencia que no aparece en las estadísticas: la terquedad del mexicano que no se rinde. Que trabaja doble para que no lo llamen “suerte”, que estudia más para que no le digan “improvisado”, que se queda más tarde para no parecer “exótico”.

Como dijo alguna vez Julio César Chávez: “Yo no era el más talentoso… pero sí el que más huevos tenía”. Y eso, querido lector, es el mismo combustible que impulsa a los Cueva, a los Checo, a los Sor Juana modernos que dominan desde el backstage.

Mientras unos se conforman con el “no se puede”, otros agarran un boleto de avión, una computadora y un sueño. Cueva no tuvo padrinos, pero sí convicción. No tuvo prensa, pero sí método. Hoy, es parte fundamental del equipo que se coronó campeón mundial este fin de semana en Nueva York, tras derrotar sin piedad al Paris Saint-Germain con goles de Cole Palmer y una exhibición táctica impecable.

¿Te imaginas lo que podríamos lograr si México dejara de mirar solo al delantero y también al cerebro que diseñó el gol? Si en lugar de exportar solo piernas, exportáramos mentes. Si entendiéramos que el campeón mexicano no es solo el que levanta la copa, sino también el que la hace posible. Y ahí está Cueva con su bandera en los hombros, orgulloso; feliz.

El legado sí importa.

Tal vez no sepas quién es Bernardo Cueva. Pero la próxima vez que veas un gol del Chelsea tras un tiro de esquina quirúrgico, ahí estará su firma. Discreta, inteligente, eficaz.

Porque así son muchos mexicanos: campeones anónimos que llevan en las venas esa mezcla de talento, coraje y hambre que no se enseña, se hereda.

Y cuando el mundo los voltea a ver, no es por casualidad.

Es porque, en el fondo, nadie puede ignorar a un mexicano cuando decide soñar hasta lo más grande; viene en nuestra sangre.

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