Arranquemos con lo sustancial. Este lunes Chihuahua será sede de la LXIV reunión de la Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago), la cual será encabezada por el gobernador César Duarte y el presidente Enrique Peña Nieto, quien realiza su segunda visita a la entidad en menos de dos meses.
Desde que el presidente Peña inició su gestión ha habido un notable avance en cuanto a coordinación de programas y objetivos, aunque claro, ahora que los gobernadores están subordinados y no enfrentados al Ejecutivo federal, no podía ser de otra manera. Solo faltan los resultados…
La primera visita de Peña fue “blanda” por decirlo de alguna manera, ya que con pocos días de haber asumido la presidencia, nadie en su sano juicio hubiera podido exigirle resultados o acciones concretas. Ahora sí pueden y Peña tendrá que tener contundencia para decirnos cómo piensa parar ya la carnicería que se vive en Chihuahua, principalmente en el sur del estado y en la Sierra.
Otro reto importante para el presidente es parar el endeudamiento de estados y municipios que si bien aún es manejable, pronto no lo será. Están más que advertidos. También está pendiente el combate a la pobreza, pues durante el sexenio de Felipe Calderón hubo cambios notables en la situación de los mexicanos… para peor, y en Chihuahua se notó muchísimo el colapso en la calidad de vida de los sectores desfavorecidos.
Ya que hablamos de Calderón, parece que su delirio no acabó con su mandato y lejos de tomar conciencia por la masacre que originó y la devastación en la que dejó al país, insiste en tapar el sol con la lengua y se la pasa balbuciendo sus logros. En Twitter y eventos “académicos” de su nueva chambita en Harvard se ha dedicado a presumir (con evidente falta de lucidez), que su estrategia fue la que convirtió a Juárez en un lugar de progreso. Ya no le sirvan, por el bien de México.
“A pesar de todos sus problemas, Ciudad Juárez es un lugar de progreso”, aseguró el exmandatario en un artículo publicado en el Latin American Policy Journal de Harvard Kennedy School. En este documento Calderón da una interpretación, muy libre como siempre, de las causas por las que Juárez tenía elevados índices de violencia.
En su retahíla explica que su primera acción acertada fue enviar al Ejército y a la Policía Federal para restaurar el orden y proteger a la gente, logrando así reducir notablemente la violencia y el crimen. Hasta aquí la película se oía muy buena pero sigue sin cuadrar ese “detallito” de los 100,000 muertos en su sexenio, casi un tercio en la frontera.
Pero ahí no acaba la obra, en el segundo acto, Calderón detalla cómo apoyó a las autoridades locales para reconstruir las instituciones y poder así recuperar el orden. De nuevo la trama está lejos de la realidad, pues con los exámenes de control de confianza paralizados y el elevadísimo nivel de corrupción e ilegalidad en sus propios cuerpos policiacos, empezando por Genaro García Luna, pues ¿qué se podía esperar?
Si no hubiera tanto dolor y muerte de por medio, bien podría ser galardonado como comediante o al menos ser reconocido como el creador del presidencialismo mágico, una nueva corriente burocrática basada en ignorar por completo lo que sucede en el país y desvariar a tal grado que se dudara de su sobriedad. Hoy volvemos a dudar cuando menos, ya que en el tercer acto describe la implementación del programa “Todos Somos Juárez” con el que cree que solucionó los profundos problemas sociales de los que emanó la inseguridad. Para rematar, otra fantasía: Dice que se privilegió la coordinación y corresponsabilidad dentro de los tres niveles de gobierno ¡Un bozal por favor!
Es cierto que Juárez pasó de ser la ciudad más violenta del mundo al nada honroso lugar 19 dentro del ranking del terror. Logros hay y deben de reconocerse pero, como siempre, la crisis es huérfana y los resultados tienen muchos padres. Ahora resulta que todo mundo salvó a Juárez; lo peor es que la violencia sigue, no como antes pero ahí está.
La estrategia de seguridad avanza y seguirá siendo una prioridad para el gobierno de Peña. No es casualidad que Duarte sea relevado en la Conago por Mario López Valdez, gobernador de Sinaloa, estado cuna de voraces grupos criminales y parte del “triángulo dorado”, un eufemismo bastante sobrado para denominar una región donde pululan delincuentes, el cultivo de enervantes y la indiferencia de las autoridades.
Una muestra del abandono oficial es que no se cuenta con un registro confiable sobre el número de asesinatos y “desapariciones” ?otro eufemismo porque las personas no “desaparecen”, las matan. Tanta es la desconfianza en la Sierra que ya se han generado numerosos y nutridos rumores sobre la muerte del alcalde de Urique, Leobardo Días, y su director de Obras Públicas, Rafael Ramírez.
Los hechos fueron apriorísticamente calificados como “un accidente”, sin que mediara ningún tipo de investigación detallada sobre las causas y el momento en que ocurrieron los hechos. Y eso que el muerto era nada menos que el alcalde.
La violencia y el crimen no son el único problema de la Sierra, están también la destrucción de los bosques y la contaminación de los cuerpos de agua por parte de las compañías mineras a cielo abierto que operan sin la más tenue regulación. Súmele a todo esto el hambre y la extrema miseria y aislamiento de los pobladores y tendrá el panorama dantesco que hoy es el paisaje serrano más allá de sus imponentes barrancas y cielos del más profundo azul.
Las expectativas de los ciudadanos tras esta reunión son altas, las de los periodistas son mayores, pero ni juntas se comparan con las que sienten los integrantes del gabinete del gobernador Duarte, quienes están advertidos que al finalizar los trabajos vendrán los “enroques”, otro eufemismo para no decir que echarán a unos para integrar a otros.
Todo esto forma parte del reordenamiento que llevará a cabo el mandatario y su círculo cercanísimo para reacomodar los perfiles de su gabinete luego de que muchos hayan salido a buscar candidaturas, delegaciones federales y hasta direcciones de facultades. Viene con todo el segundo tercio de la administración. Del resultado de la contienda del 7 de julio se puede esperar una segunda “rasurada”.
El panorama es positivo para el PRI. La despresurización de las relaciones entre Duarte y el alcalde de Juárez, Héctor Murguía, eleva notablemente las posibilidades de victoria total en la frontera, una buena noticia para un destinatario aún incierto. Están apuntados para competir por la alcaldía: Carlos Manuel Salas, Enrique Serrano, Jorge Quintana y Héctor Arcelus.
Donde podría complicarse la victoria priísta es en la capital, pues de los cinco que aún aspiran a la alcaldía ninguno la tiene del todo segura, pues el PAN mantiene cierta vitalidad y cuenta ya con un candidato definido, mientras que en el PRI ninguno acaba de gustar.
Javier Garfio, Maurilio Ochoa, Alejandro Domínguez y Ricardo Bonne no han convencido al priísmo de que cuentan con lo necesario para arrasar, y Marcelo González Tachiquín parece despuntar poco a poco, amenazando la posición dominante que ha mantenido Javier Garfio.
Además de López, ya está más que decidido que Ramón Galindo será candidato. Aunque ambas designaciones ya están más que cantadas y amarradas espere sorpresas, pues muchos panistas no se van a quedar con las ganas de hacer su berrinche.
Otro conflicto será ver si cuajará la alianza con el PRD, que está más que puesto para respaldar a Galindo en su búsqueda de la alcaldía con el fin de colar a algún regidor y algunos puestos menores; sin embargo, la militancia albiazul no está convencida, pues opinan que el PRD no tiene nada qué aportar y mucho que pedir, ya que tras el cisma morenista no cuentan ni con la cobertura territorial básica para aventurarse a postular candidatos por sí mismos.
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