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Opinión

El show ha comenzado. Por Caleb Ordóñez T.

Caleb Ordóñez T.

México es conocido en el mundo por ser un gran productor de entretenimiento: las telenovelas exportadas, las narraciones únicas del futbol que atraen a millones de aficionados, los exitosos festivales multitudinarios de música, eventos deportivos de primer nivel —Fórmula 1, NFL, NBA, beisbol de Grandes Ligas y golf profesional, entre otros—, que al ocurrir en nuestro país tienen un condimento distinto. Se mexicanizan, pues.

En México nos gusta defender colores, somos apasionados a la hora de apoyar a un equipo deportivo. Algunos, al discutir sobre cuál equipo es mejor, hasta pueden llegar a los golpes. En México nos gusta la competencia.

Sería difícil determinar un deporte que se practique en todo el país y predomine, dada la extensión y los contrastes que tiene la República de este a oeste y de norte a sur. México se divide en distintos países con gustos tremendamente diversos; incluso los acentos y gustos culinarios son distintos.

Pero algo a todos nos involucra, seamos de Oaxaca, Tamaulipas, Sinaloa, Tlaxcala, Chiapas o Veracruz. Algo que a lo largo y ancho de nuestra patria emociona y hace participar a los ciudadanos en acaloradas pláticas en hogares, oficinas, bares y restaurantes. Es nuestro gusto por la política y sus elecciones. Nuestro verdadero “deporte nacional”.

Tercera llamada: se abre el telón

Los motores están encendidos para la maquinaria que veremos en los próximos días. Nos enfrentaremos a las elecciones más grandes de la historia, pues hay más de 21,000 puestos que se elegirán el 6 de junio de 2021.

No hay forma de que esto se posponga. Este 7 de septiembre, el INE inauguró el proceso electoral 2020-2021. En la ley no se marca un “plan B”: con o sin pandemia del COVID-19, las votaciones se tendrán que realizar en la fecha prevista y no existe un mecanismo por el cual se puedan efectuar vía remota, así que la gente tendrá que salir de su hogar y hacer la correspondiente fila en su casilla para plasmar su voto.

Seremos 94 millones de mexicanos con posibilidad de votar. Estamos hablando del primer proceso electoral en el que concurren 30 elecciones locales más la elección de diputados federales. Para que esto ocurra de manera exitosa, se necesitará la colaboración de 12 millones de mexicanos para que sean parte de la organización electoral. El INE deberá hacer un reclutamiento estricto y cuidar a cada uno de ellos para que no suceda un rebrote del que podríamos lamentarnos. Se habla de exámenes a cada uno de los participantes y medidas preventivas que nunca se imaginaron, como la sana distancia y casillas instaladas en su mayoría al aire libre. ¡El reto es enorme para que la gente participe, colaboradores y votantes!

Las campañas políticas no podrán tener la parafernalia de las miles que han ocurrido desde la era democrática moderna. Esto podría contribuir a que no se derroche dinero de manera tan indecorosa, como se hacía antaño.

Sin embargo, el riesgo de un abstencionismo histórico es inminente. La polarización, el hecho de que se elija a 15 gobernadores y la participación diaria del presidente deberían hacer suponer que será un proceso bastante movido, pero la pandemia amenaza y pone en riesgo el ánimo de los electores.

Conoceremos a los actores

No hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue. A partir de la inauguración del proceso electoral, muchos discursos cambiarán drásticamente. Porque toda esa imaginaria colectiva de la 4T y la “oposición” dejará de ser hipótesis y fantasmas. Ahora se tendrán rostros y nombres, de uno y otro bando.

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Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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