Los elefantes africanos en su entorno natural duermen en promedio dos horas al día y permanecen sin sueño regularmente durante 48 horas, lo que los hace los mamíferos más insomnes, según un estudio publicado el miércoles.
Se han realizado numerosos trabajos sobre los hábitos de sueño de estos paquidermos, los animales terrestres más grandes, que están en cautiverio donde aparentemente duermen entre cuatro y seis horas por día.
Pero los investigadores no habían podido distinguir bien entre las fases de reposo y de actividad.
Para las observaciones en estado salvaje, unos científicos de la Universidad de Witwatersrand, en Sudáfrica, siguieron durante 35 días a dos hembras adultas matriarcas de una manada en el parque nacional de Chobe, en Botsuana.
Las equiparon con un actímetro, un dispositivo que monitorea la actividad del organismo durante un tiempo determinado, implantado en la trompa, la parte más móvil de este animal cuando está en vela, para marcar las fases del sueño.
«Este estudio muestra que en su hábitat natural los elefantes salvajes duermen solamente dos horas por día, la duración del sueño más corta de todos los mamíferos estudiados, lo que parece vinculado a la gran masa de su cuerpo», explica Paul Manger, de la Universidad de Witwatersrand, principal autor de la investigación publicada en la revista estadounidense Plos One.
Durante varios días del período de observación, esas dos elefantes permanecieron sin dormir hasta 46 horas seguidas, desplazándose hasta 30 kilómetros posiblemente para alejarse de cazadores o de leones, constataron los investigadores.
Por otra parte, dormían echadas en el suelo solamente durante una hora. El resto del tiempo permanecían de pie para dormir.
Ello podría limitar sus posibilidades de tener regularmente fases de sueño profundo o REM, durante el cual ocurren los sueños, haciéndolos únicos en este aspecto, destacan los investigadores.
La falta de sueño puede, incluso durante un período relativamente corto, causar daños cerebrales y a más largo plazo la muerte, como lo demuestran ciertas patologías poco comunes como el insomnio familiar fatal (FFI), una enfermedad neurodegenerativa genética que ataca el sistema nervioso central.
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