Windsor Castle, el histórico castillo británico habitado de manera continua desde 1066, se convirtió la noche del miércoles en el escenario de un banquete de Estado que coronó un momento de máximo esplendor para Donald Trump en su segundo mandato. Con muros medievales, un foso y armaduras que miran desde lo alto, el presidente estadounidense fue agasajado por el rey Carlos III en un despliegue que combinó pompa real con un desfile de poder económico y político.
Más de 150 invitados —financieros, tecnólogos, medios y figuras políticas— se sentaron en una mesa de 160 cubiertos y 1 452 piezas de plata. No eran celebridades ni estrellas pop, sino los actores con mayor influencia real. Entre ellos estaban el primer ministro británico Keir Starmer junto al director de Blackstone, Stephen Schwarzman; el presidente de Bank of America, Brian Moynihan; Sam Altman, jefe de OpenAI, junto a Kemi Badenoch, líder conservadora; Demis Hassabis de DeepMind; Satya Nadella, CEO de Microsoft; Marc Benioff, cofundador de Salesforce; y Tim Cook, de Apple.
La presencia de Cook fue especialmente llamativa: semanas antes había entregado a Trump un trofeo de vidrio Corning en oro de 24 quilates para reparar tensiones tras ausentarse de un viaje presidencial al Medio Oriente. En Windsor fue sentado junto a Tiffany Trump, la única hija del mandatario presente, además de la primera dama Melania Trump, ubicada entre la reina Camilla y el príncipe William.
También asistió Rupert Murdoch, magnate mediático en pleito con Trump tras un reportaje del Wall Street Journal sobre la relación del presidente con Jeffrey Epstein. Su asiento, lejos de la vista directa del mandatario, reflejaba la frialdad actual de esa relación.
El banquete, inusual por celebrarse en Windsor y no en Buckingham —en remodelación—, tuvo un doble objetivo: reforzar la alianza histórica entre Reino Unido y EE.UU. y suavizar las posiciones de Trump antes de su reunión con el primer ministro. “Renovamos nuestra amistad con compromiso inquebrantable a la independencia y la libertad”, dijo el rey en su brindis. Trump respondió que era “un privilegio singular” ser el primer presidente estadounidense agasajado de esa forma en el castillo.
Incluso desde el recinto, Trump no dejó de ejercer poder: en redes sociales celebró que ABC retirara indefinidamente el programa de su crítico Jimmy Kimmel y anunció que declararía a “Antifa” como “gran organización terrorista”. Afuera, activistas proyectaron imágenes suyas con Epstein sobre los muros, recordándole la furia política que le espera al volver.
El contraste fue nítido: dentro, un festín medieval de cortesías reales y ambición política; fuera, protestas y comparaciones con Hitler. Pero como reza la crónica de los castillos, ninguna fortaleza mantiene al mundo a raya para siempre, y ningún banquete dura eternamente.