Conecta con nosotros

Opinión

Expulsados del paraíso. Por Javier Contreras Orozco

Published

on

“De la ley de la selva pasamos a la ley del pavimento y ahora vamos en picada a la ley digital, donde lo más hábiles en las herramientas digitales pueden acallar a los demás. De la fuerza y la violencia a la riqueza, de la economía a la tecnología”

“Casi 80 años después se sigue matando con el silencio, pero ahora con el fenómeno y teoría llamada “espiral del silencio”  que ha tomado mayor fuerza con las redes sociales”

Unos callan y otros hablan demasiado. Es la ley del que acapara el micrófono público y apabulla con intervenciones permanentes e insistentes contra el que es humillado y retirado de la audiencia. 

Estamos en una sociedad con la gran oportunidad de escuchar y ser escuchado o de participar y aportar ideas y propuestas. El problema es que no existe una regla. De la ley de la selva pasamos a la ley del pavimento y ahora vamos en picada a la ley digital, donde lo más hábiles en las herramientas digitales pueden acallar a los demás. De la fuerza y la violencia a la riqueza, de la economía a la tecnología.

El grito digital impone silencio a otros. Todos nos divertimos y entretenemos en las redes sociales como la nueva fuente de felicidad temporal, inmediata o gratificante pero también otros están sometidos a una angustia digital que los aprisiona por horas al día, que no los deja dormir y que les aspira la atención y reflexión. Y otros son orillados al suicidio por no lograr los “likes” que soñaban.

Queremos ver a las redes sociales como una expresión de democracia global o ágora -plaza pública- del siglo XXI en lo cual, estamos de acuerdo desde el punto de vista que un gran número considerable de habitantes tiene posibilidades de tener una herramienta digital -celular- para el acceso a las aplicaciones y sobre todo para consumir y producir contenidos al mismo tiempo. ¿Quién se iba a imaginar que podría tomarse una foto y compartirla “al mundo” o de hacer un comentario sobre un tema político o social y anunciarlo públicamente en sus propias palabras y visión?

Indudablemente que es parte de la magia de la comunicación por vía digital, pero también en los detalles está el diablo, como dicen las abuelas.

Nosotros decimos que puede tratarse de un dulce envenenado, porque esas redes sociales pueden dar voz a costa de otros que son silenciados, por lo cual, el concepto de democráticas pierde sentido. Cierto que ha servido para empoderar y dar voz a quienes no tenían voz. Las redes sociales han logrado una redistribución del poder y el monopolio que ejercían los gobiernos, partidos políticos o grupos económicos han dejado de ser hegemónicos porque reciben opiniones y críticas.

De la comunicación vertical convencional hemos pasado a la comunicación horizontal digital, aunque también transformamos la censura vertical en censura horizontal  desplegando un tribunal digital donde nos juzgamos entre nosotros sin piedad, nos condenamos y sentenciamos.  Aristóteles tenía razón hace siglos cuando afirmaba que de la democracia se puede degradar pasando a la dictadura. Por lo pronto, el empoderamiento digital de las masas es un hecho cambiando los votos por likes para imponer la voluntad a través de la posverdad, desinformación y fake news .

Unos se empoderan y a otros acallan en las redes sociales. De matar con el silencio hace 78 años a la espiral del silencio en la actualidad es un paso.

+ + + + + + + +

En 1945 los Estados Unidos de Norteamérica diseñaron dos bombas atómicas para someter y avasallar a los japoneses, sus enemigos en el Pacífico, quienes habían demostrado un espíritu invencible de lucha por su nacionalismo y amor desmedido a su emperador Hirohito. No tenían forma de parar a los pilotos kamikazes que se lanzaban contra los portaviones de EUA para provocarles daños. En las poblaciones civiles, preferían lanzarse a barrancos, antes de ser prisioneros de los norteamericanos.

El problema aparte de estrategia bélica era también psicológico. Después de una batalla donde las bajas niponas eran considerables, en lugar de amilanarse, emprendían una contraofensiva con mayor fuerza y coraje.

El desgaste del ejército de EUA era preocupante porque morían miles de jóvenes y no había para cuando se rindieran los japoneses.

La decisión, todavía discutible y polémica, de crear una arma poderosa con fuerza destructiva masiva y ser lanzada a poblaciones civiles generó un encuentro abierto entre los científicos y los militares. Los primeros argumentaban que la ciencia no era para destruir vidas y menos cuando se trataba de población civil desarmada, mientras que los militaristas querían terminar la guerra y vencer al enemigo, por cualquier medio. Hasta donde lograron avanzar los científicos fue que al menos le advirtieran de que si no se rendían recurrirían a una arma con fuerza de destrucción masiva y así hacer reaccionar a los japoneses.

En otras palabras, era el ofrecimiento de una rendición incondicional pero el primer ministro Kantaro Suzuki, pronunció la palabra mokusatsu que fue mal interpretada por el presidente Harry Truman de Estados Unidos y ordenó lanzar la primera bomba atómica en Hiroshima y la segunda en Nagasaki en agosto de 1945.

La palabra japonesa Mokusatsu, significa “ignorar”, “tratar con desprecio silencioso” o “no tomar en cuenta”, lo que fue interpretada como no aceptar la rendición y 14 días de pronunciada, EUA lanzó dos bombas atómicas en poblaciones japonesas. La rendición del Imperio del Sol fue el 15 de agosto de 1945. Una justificación de la decisión es que fueron lanzadas por un error de traducción.

Mokusatsu significa asesinato, matar con el silencio, despreciar o matar con el desprecio. Fue una reacción muy normal en los japoneses de enaltecer su honor y orgullo. Los norteamericanos la interpretaron como desafiar o desdeñar el ofrecimiento de una rendición. Para los japoneses era mantener un silencio ante el enemigo. Y ese silencio mató a miles de japoneses, destruyó dos poblaciones y dejó secuelas graves para posteriores generaciones por la reacción nuclear.  Murieron por el silencio.

Casi 80 años después se sigue matando con el silencio, pero ahora con el fenómeno y teoría llamada “espiral del silencio”  que ha tomado mayor fuerza con las redes sociales, que establece -entre varias cosas- que la corriente de opinión dominante o percibida como vencedora en una sociedad, va eliminando o acallando opiniones divergentes o incómodas.

A medida que una sociedad o un sistema de gobierno va imponiendo una ideología, de un blog, grupo de chat, Twitter o Facebook van condenando al silencio a los que piensan diferente. Si no cambia su forma de pensar, entonces es sometido a un linchamiento digital, donde se insulta, ofende y difama hasta obligarlo a que se retire. El siguiente paso es el ostracismo y lo que supuestamente era una plataforma democrática se transforma en una pesadilla de expulsión. Y cada vez se va ensanchando la espiral alejándolo más de ser escuchado.

Inclusive, esto se da desde los propios hogares o en círculos cerrados y familiares, cuando los actores de autoridad desarrollan ciertas opiniones sobre ciertos temas, los integrantes se van agrupando en esa idea o van adhiriendo su forma de pensar para evitar conflictos, de tal manera que las personas que no se suman a esa opinión, pierden fuerza, se aíslan y la versión dominante queda por encima de las voces individuales. Si la persona queda aislada, rezagada o en “silencio” por no estar agrupada en la opinión mayoritaria busca protección, para poder ser aceptada en el grupo lo primero que hace es admitir la opinión generalizada y entonces se sentirá más segura de no discrepar.

Noelle-Neumann lanza la teoría de que eso sucede con los medios de comunicación masiva -radicalizado en las redes sociales- y trata de dar una explicación a cómo se crea y funciona la opinión pública, afirmando que cuando los ciudadanos intentan formarse una opinión acerca de algo, observan primero cuáles son las opiniones predominantes, mayoritarias o hegemónicas del ambiente donde se encuentra. Eso la lleva a concluir que los movimientos de adhesión a las grandes corrientes de opinión son un acto reflejo del sentimiento de protector que confiere la mayoría y el rechazo al aislamiento, al silencio y la exclusión.

El proceso fue de matar con el silencio, a condenarlo a muerte con el silencio.  Por eso, muchos gobiernos han adoptado la estrategia de cooptar las plataformas con impresionantes equipos de personal que su trabajo es monitorear a los críticos y disidentes para atacarlos y neutralizarlos para expulsarlos del paraíso digital de las redes sociales. O sea, expulsarlos del paraíso.

Opinión

La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

Published

on

By

Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

Continuar Leyendo
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Más visto