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Opinión

Feliz Navidad por Kamel Athie

Alrededor de 2,200 millones de cristianos, tendremos presente el advenimiento de Jesús hace 2012 años, muchos celebrando con alegría y felicidad, pero otros no tanto.

Para el 66% de los 7 mil millones de habitantes del orbe, o sean 4,600 millones, este evento pasará desapercibido, por pertenecer a otras religiones, como musulmanes, hindúes, budistas, judíos o ateos.

La creciente desigualdad entre los seres humanos, la injusticia, el hambre, y la violación a los derechos humanos, hacen que la navidad no pueda celebrarse con felicidad y regocijo, en las diversas latitudes del mundo.

La mayoría de los cristianos, vivimos en la órbita del capitalismo, y por lo tanto, somos cautivos de las prácticas consumistas, que impactan desigualmente en el ánimo de las personas, dependiendo de los niveles de ingreso.

Desde mediados del siglo pasado, fuimos influenciados por la cultura de Santa Claus o Papá Noel, personaje mítico de los países nórdicos y Groenlandia. A principios del siglo XX se esparció la idea de que viviría en el polo norte.
Según la leyenda, Santa Claus, su señora, y una gran cantidad de duendes llamados bendegums, cada año se dedican a la fabricación de juguetes que piden los niños a través de cartas. Para poder transportar los regalos, Santa Claus los guardaría en un saco mágico; y los repartiría a las 00:00 h del día 25 de diciembre, en un trineo mágico volador, tirado por los «renos navideños», liderados por Rodolfo (Rudolph); un reno que ilumina el camino con su nariz roja y brillante.
En esa hora mágica, entraría por la chimeneas que por cierto sólo existen en muy pocas casas, y dejaría los regalos en los zapatos y/o calcetines de los pequeñuelos.
La leyenda de “Santa” es tan impecablemente tierna y bella, que son de las primeras mentiras que nos enseñaron nuestros padres, y que como gran secreto, se los transmitimos a nuestros hijos. A “Santa” lo utilizamos para premiar a los niños, induciéndolos a que se porten bien.
¿Y los “nacimientos” dónde quedaron? En una buena parte de los hogares actuales, no los han conocido; en otros los cambiaron por arbolitos de navidad; y en unos más, ingeniosamente los ponen debajo del arbolito. A los mexicanos, nos hacen felices los mitos, las mentiras convencionales y el paganismo.
La celebración de las posadas es cosa del pasado, casi nadie sabe “pedir posada”, y mucho menos conocen la letanía; en pocas casas se quiebran piñatas, y del ponche ni hablar…sólo se disfruta combinando sus delicias con licor de caña, en ciertas casas fieles a las tradiciones.
Lo de Santa Claus es una costumbre irreversible y bien aceptada, excepto que su figura y todo lo que conlleva, ha sido brutalmente explotada por los grandes capitales, para incrementar las ventas de fin de año.
¿Qué no les venden a las familias durante el puente Guadalupe-Reyes?, empieza con las preposadas consumiendo todas las marcas de cervezas y bebidas embriagantes. En los trabajos se acostumbra el intercambio de regalos…y allí se empiezan a esfumar los raquíticos aguinaldos.
La cultura de Santa se ha convertido en un negocio redondo, pues hay que comprar el arbolito, luces, esferas, adornos, y todo lo periférico como manteles tasas, velas, detalles para los baños, etc., que permitan crear un ambiente sofisticado. Ponerle luces a los árboles y el jardín ya es vestigio de privilegio y buen pretexto para la convivencia familiar.
Las mamás y las esposas, bien que se entretienen preparando las galletitas, el pavo, el bacalao, o una deliciosa pierna de cerdo, de tal suerte que el 24 en la noche se respiren los olores que el “discreto encanto de la burguesía” ofrece. Siempre se les olvida algún condimento, y de urgencia buscan un incauto que haga el mandado.
Todo lo relatado, es aplicable a las familias de la clase media-media, hacia arriba, porque en nuestra patria, los casi 10 millones de indígenas nada tienen que ver, así como los mestizos de casi 100 mil comunidades rurales.
En las ciudades, la situación es más crítica pues la gente pobre de las colonias populares y de la periferia, está fuertemente influenciada por los roles del consumismo, que inducen y crean necesidades superfluas, que es inalcanzable satisfacerlas, provocándoles profundas frustraciones.
La noche del 24 de diciembre, en muy pocos hogares se recuerda el nacimiento de Jesús, casi todo se reduce al intercambio de regalos, y a brindar por las mejores causas.
Es una excelente fecha para hacer profundas reflexiones, sobre los aciertos y desaciertos de nuestra vida, de nuestro papel en la familia, y en el trabajo, pero también sobre nuestros congéneres que se encuentran en el abandono o en la desgracia, a los cuales podemos ayudar con amor y comprensión.
Las navidades no a todos les producen la fantasiosa y a veces artificiosa felicidad, que a manera de euforia colectiva tratan de inculcarnos los roles de la sociedad actual.
Por estas fechas las crisis emocionales son recurrentes, por la falta de empleo e ingresos, pero sobre todo por la exclusión social a la que todos contribuimos inconscientemente. Hay muchas personas que sufren depresiones y son víctimas de angustia que en algunas ocasiones las hacen atentar contra su propia vida.
Otras más, padecen enfermedades terribles; muchos adultos mayores abandonados, niños que viven en la calle, expuestos a las drogas y a la descomposición social.
Los dramas familiares provocados por la violencia, ha dejado miles de hogares destrozados y madres inconsolables porque sus hijos fueron asesinados, desaparecidos o están en la cárcel.
Somos muy afortunados los que celebraremos con felicidad y alegría, la noche de mañana en el seno familiar, rodeados de nuestros padres, hijos, nietos, familiares y amigos. Por ello démosle gracias al que nació mañana hace 2006 años.
Les deseo a todas las familias, que el día que nació Jesús sean muy felices con sus seres queridos; que en ese envidiable círculo de reunión pugnen por ser cada día mejores. Ojala que alguien recite el Brindis del Bohemio, o el Seminarista de los Ojos Negros; mucho mejor si leen “Navidad en las Montañas” de Ignacio Manuel Altamirano.
A mis amigos les pido que sigan siendo leales y constantes, como siempre lo han sido – en las buenas y en las malas – porque los verdaderos amigos nunca sobran…siempre faltan. SIII…FELIZ NAVIDAD A TODOS. kamelathie@gmail.com
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Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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