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Opinión

Hasta la oruga cuenta los días. Por Itali Heide

El año nuevo es una época de renacimiento y reconexión, de reavivar viejas llamas o dejar que las nuevas se apaguen. Algunas personas aprovechan los descuentos del gimnasio, otras invierten en un nuevo diario con la promesa de lápiz sobre papel. Mientras que una vuelta alrededor del sol basta para merecer la motivación del cambio, al cabo de dos semanas por fin hay elípticas libres en el gimnasio, espacio para sentarse a escribir en el parque y llamas desechadas que buscan ser aceptadas por nuevas velas.

Por mucho que yo misma disfrute de la novedad de «Año nuevo, yo nuevo», hay paz en el borrón y cuenta nueva, manteniendo las pequeñas partes de la resolución que perduren. Parece que no somos los mejores cumpliendo propósitos, pero las réplicas del cambio nos persiguen.

Rutinas del gym cinco veces por semana es pedir demasiado, pero una sola sesión puede enseñarte a hacer las sentadillas correctamente (lo cual es una habilidad útil en la era del qlazo). Difícil agarrar el hábito de llevar el diario, pero un poco de vulnerabilidad puede abrir un mundo de expresión. Incluso una llama olvidada puede volver a encenderse.

El año nuevo no es tanto un cambio como un retoque. Quizá reinventar toda tu identidad sea pedir demasiado, pero ¿puedes aprender a ser un poco más agradecido? ¿Correr 6 km en lugar de 5 km? ¿Llamar a tu madre más de una vez al mes? Por mucho que nos guste imaginar el cambio como una gigantesca metamorfosis que nos pone mariposa tras mariposa en bandeja de plata, recordemos que incluso la oruga necesita al menos dos semanas para ganar sus alitas. El tiempo no es un enemigo, sino un aliado.

Es curioso cómo podemos pasarnos todo el año aplazando y evitando el cambio, sólo para decidir que queremos que todo ocurra de un minuto para otro. Como si nuestra medida del tiempo no fuera una construcción inventada por un papa hace menos de un milenio. ¿Qué pasa con todas las líneas de tiempo dejadas en el olvido? Tal vez si siguiéramos la cronología de la piedra solar azteca, se podría lograr un cambio de la noche a la mañana.

Itali Heide

Itali Heide

Si fuéramos más conscientes de los pequeños cambios, quizá los grandes no nos parecerían tan desalentadores. Se trata mucho menos del gran logro y mucho más del momento en que decides «Esto va a ser diferente de lo que suele ser». ¿Y adivina qué ocurre cuando algo es diferente? Las cosas parecen extrañas, desconcertantes e incluso aterradoras.

Quizá los cambios parezcan menos aterradores bajo la luz de mil fuegos artificiales y una copa de champán. O quizá simplemente nos da miedo hacerlo solos y nos reconforta saber que tantos empiezan de cero. Sea como sea, el año nuevo debe servirnos para recordar que necesitamos apoyarnos mutuamente en nuestros cambios durante todo el año.

Cómete un helado el día más frío de enero. Quédate descalzo cuando salgas a tender la ropa. Cepíllate los dientes antes de desayunar en lugar de después. Aguanta 10 segundos de agua helada en la ducha. Comprar duraznos en vez de manzanas. Ninguna de estas cosas te cambiará la vida, pero puede que te hagan más resistente y aceptes cambiar, evolucionar y dejar que la vida te sorprenda.

Puede que el nuevo año haya cambiado la vida de alguien, ¿quiénes somos nosotros para decirlo? En la mayoría de los casos, el cambio se manifiesta con menos audacia, escondido en los momentos en que nos atrevemos a salir de la costumbre.

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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