Conecta con nosotros

Serrano

Justin Bieber no tiene ganas de volver a encontrar el amor

Tras protagonizar mediáticos noviazgos en el pasado con varias celebridades, siendo el más recordado de ellos el que mantuvo con Selena Gomez, y más recientemente con Hailey Baldwin y Sofia Richie, el cantante Justin Bieber ha perdido las ganas de involucrarse en una relación sentimental de cara a un futuro inmediato.
«Ahora mismo no estoy saliendo con nadie. Estoy soltero. Y tampoco estoy interesado en buscar nada serio», aseguró el canadiense a su paso por el programa de Ellen DeGeneres, que se emitirá hoy lunes.
La estrella de la música también reveló que nunca ha recurrido a aplicaciones como Tinder para conseguir una cita, ya que el atractivo de este tipo de métodos para conocer a jóvenes de su edad nunca han conseguido llamar particularmente su atención. Ante la falta de una persona especial con la que compartir su tiempo libre, el cantante opta por llevarse a su querido perro Todd a sus giras musicales para que le haga compañía en el autobús de la gira.
Aunque no esté abierto a la posibilidad de encontrar el amor, eso no significa que Justin haya renunciado por completo a la compañía femenina. Hace unas semanas, a su paso por la República Checa, recurrió supuestamente a un intermediario para que publicara un anuncio en las redes sociales buscando a chicas jóvenes y capaces de hablar un inglés fluido para que se unieran a sus amigos y a él en una fiesta posterior a su actuación en Praga. Las chicas que respondieron a la convocatoria aseguraron posteriormente que el artista solo buscaba divertirse y hacerles pasar un buen rato, y que la velada que pasaron junto no incluyó ningún tipo de encuentro sexual a cambio de dinero.

Fuente: Cosmopólitan

Opinión

Machina Animata. Por Raúl Saucedo

Ecos Dominicales y Lunáticos

El pasado 25 de Julio escribí mi columna “El Movimiento”publicada por este mismo medio donde aborde los claroscuros del movimiento olimpistas y su impacto en la humanidad en sus haceres terrenales, pasada la recienteclausura de los juegos olímpicos el domingo creo que no fueron tan lejanas mis palabras escritas aquel jueves, basta con revisar los muros de las redes sociales de algún familiar o conocido.

Después de observar diferentes diciplinas, de googlear resultados y mirar reels en mi pantalla sobre la hermosura parisina y las hazañas de la humanidad en esta justa deportiva, recordé el planteamiento del filósofo francés René Descartes cuando revolucionó el pensamiento occidental al presentar la idea de los seres vivos como una «machina animata» o máquinas animadas. Descartes describía a los cuerpos animales, y por extensión a los humanos, como mecanismos complejos, guiados por principios mecánicos y físicos, reduciendo la vida a un conjunto de engranajes que operan sin necesidad de un aliento que los dirija. Esta visión, aunque radical en su tiempo (Siglo XVII), invita a reflexionar sobre su aplicación en estos días postolímpicos donde los cuerpos parecen desafiar los límites de lo humano y, al mismo tiempo, reivindicar la dimensión más elevada del espíritu.

Los atletas olímpicos, con sus cuerpos cincelados por la disciplina, la determinación y la tecnología moderna, representan en muchos aspectos la encarnación del «machina animata«. Sus entrenamientos rigurosos y altamente sistematizados transforman sus cuerpos en máquinas eficientes, optimizadas para el máximo rendimiento. Cada músculo, tendón y hueso es afinado para responder con precisión, velocidad y fuerza, como si fueran engranajes en una máquina bien aceitada. Es fácil, entonces, caer en la tentación de verlos exclusivamente como máquinas, cuya función principal es la ejecución perfecta de su tarea.

Sin embargo, reducir a estos atletas a meros autómatas físicos sería un error filosófico. El mismo Descartes, a pesar de su mecanicismo, distinguía entre los animales y los humanos por la capacidad de los últimos para pensar y, por ende, poseer un alma. Los atletas olímpicos durante los últimos días generaron en nosotros un torrente emocional, donde al representar naciones enteras, donde al representar los sueños de millones y donde los fluidos erosionados de sus cuerpos al lograr las hazañas numéricas, se comparaban con las lagrimas de todo un pueblo.  

El verdadero espíritu olímpico trasciende la mera mecánica del cuerpo. Es una celebración del potencial humano, no solo físico, sino también mental y espiritual. Los atletas, en su búsqueda por superar sus propios límites, no solo ponen a prueba la capacidad de sus cuerpos, sino también la fortificación de su mente y la integridad de su carácter. Cada victoria y cada derrota son recordatorios de que, aunque el cuerpo pueda actuar como una máquina bien programada, es la mente la que lo dirige, la que decide continuar cuando el dolor es insoportable, la que visualiza la meta cuando los músculos están al borde del desgarre.

El atleta olímpico es una fusión de la «machina animata« y el ser humano integro. Sí, hay una precisión mecánica en sus movimientos, pero estos están animados por algo mucho más profundo: el deseo de trascender, de alcanzar un sueño que va más allá de lo físico. Esta aspiración hacia lo inalcanzable, hacia la superación constante, es lo que distingue a los atletas de las máquinas, lo que hace que su esfuerzo sea no solo admirable, sino también profundamente humano.

Todo este Planteamiento me surgió ayer cuando platicaba por la vía de la “injerencista” y “antidemocrática” aplicación de WhatsApp con una amiga olímpica (Beijing 2008) que me menciono que sufría de depresión postolímpica y caí en cuenta que quizá yo también la sufro y es evidente porque que no soy esa «machina animata« de René Descartes si no mas bien el completo incompleto de Pau Donès mientras veíamos la clausura de los juegos olímpicos.

@uach.mx

@Raul_Saucedo

Continuar Leyendo
Publicidad
Publicidad
Publicidad

Más visto