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Opinión

La científica. Por Raúl Saucedo

Ecos Dominicales

El pasado domingo 2 de junio, México vivió una jornada histórica en sus elecciones presidenciales. La Dra. Claudia Sheinbaum Pardo resulto vencedora en la jornada electoral (PREP), convirtiéndose así en la primera mujer en asumirá la presidencia del país en 200 años. Este acontecimiento marca un hito en la historia política de México y plantea una serie de retos tanto por el cargo como por su condición irruptora en la política de Norteamérica.

Claudia Sheinbaum, una científica y política con una trayectoria notable, fue un personaje destacable en la administración pública durante el último sexenio, destacándose como jefa de Gobierno de la Ciudad de México y posteriormente candidata. Su victoria representa no solo un cambio de género, sino también una nueva esperanza para quienes buscan profundizar en la agenda progresista que ha caracteriza su perfil.

La próxima presidenta de México enfrentará numerosos desafíos. En primer lugar, deberá consolidar la estabilidad económica en un contexto global incierto, mismo que dio señales a 24 horas del triunfo electoral, obligando así a realizar el primer “nombramiento” del próximo gabinete, así mismo deberá promover políticas que impulsen el desarrollo sostenible y la equidad social. La inseguridad sigue siendo un tema pendiente; la violencia y el crimen organizado requieren una estrategia integral que aborde tanto la prevención como la justicia efectiva.

La corrupción es otro desafío persistente. Aunque se han dado pasos importantes en su combate, Sheinbaum necesitará reforzar las instituciones y asegurar que la transparencia y la rendición de cuentas sean pilares de su administración. Además, el sector salud, que aún resiente los efectos de la pandemia de COVID-19, necesitará reformas y un fortalecimiento significativo para garantizar el acceso universal y de calidad.

Ser la primera mujer en ostentar la presidencia de México conlleva una responsabilidad adicional. Claudia Sheinbaumdeberá demostrar que las mujeres no solo pueden liderar con eficacia, sino también inspirar cambios profundos en la cultura política del país. Su mandato será observado de cerca, y sus acciones tendrán un impacto significativo en las generaciones futuras de mujeres líderes.

Antes de Sheinbaum, varias mujeres abrieron camino en la política mexicana. Rosario Ibarra de Piedra (Por quien voto AMLO en el 2018) fue una pionera, siendo la primera mujer en postularse para la presidencia en 1982. Josefina Vázquez Mota (La primera don posibilidades reales de ganar), quien contendió en 2012, también marcó un hito significativo. Margarita Zavala, con su candidatura independiente en 2018, destacaron la importancia de la participación femenina a pesar de los retos del sistema político electoral.

La victoria de Sheinbaum también es un reflejo de la lucha feminista en México. Movimiento, que ha cobrado fuerza en las últimas décadas, ha luchado incansablemente por la igualdad de género y los derechos de las mujeres. Desde la conquista del derecho al voto en 1953 hasta las recientes protestas contra la violencia de género, el feminismo ha sido un motor de cambio social y político.

Claudia Sheinbaum, consciente de este legado, tiene la oportunidad de avanzar en políticas que promuevan la igualdad de género, el empoderamiento de las mujeres y la eliminación de la violencia de género. Su administración podrá sentar las bases para un México más justo e inclusivo, donde las mujeres tengan un papel protagónico en todos los ámbitos de la sociedad.

La historia de México a través de los años ha tenido imperios, dinastías, conquistas, guerras civiles, invasiones, revoluciones, movimientos clandestinos y electorales, pero este 2 de junio se escribió un nuevo capítulo en la historia de esta gran nación en el cual la científica será nombrada como Sra. Presidenta.

Por mi parte espero que en algún estante del despacho presidencial la Luna Liquida sea testigo de la historia.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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