El metro de Nueva York, esa gigante y envejecida red de trenes que turistas y artistas han convertido en un fetiche, es el único lugar de la ciudad donde las fronteras sociales se diluyen. El subsuelo tiene algo igualitario, ocho millones de personas con poco que ver entre sí se mezclan cada día en él y comparten espacio con las mismas ratas que campan por las estaciones. Al salir a la superficie, cada uno se va a su compartimento social: a sus dispares colegios o barrios, a servir bagels, a vender acciones o a tomar fotografías, todo a un ritmo frenético.
Nueva York ahora está partida en dos: el censo de indigentes ha aumentado hasta un 86% en los últimos 10 años y no ha sido en lo más duro de la Gran Recesión cuando ha tocado su máximo histórico, sino entre 2014 y 2015, cuando la ciudad ha vuelto a la cresta de la ola, con pleno empleo y un crecimiento más que robusto.
El martes durmieron 57 mil 838 personas en los centros de acogida y casi la mitad son niños. Hay que volver a la Gran Depresión para encontrar esos niveles, dice la Organización No Gubernamental “Coalición para los Homeless”.
El precio de los alquileres se ha disparado con la recuperación pero los sueldos de los trabajadores apenas han mejorado
Porque, paradójicamente, para muchos neoyorquinos la recuperación es un quebradero de cabeza. En octubre de 2009, el alquiler de un apartamento de dos habitaciones costaba una media mensual de 2.399 dólares, en el mismo mes de 2015 eran 4.058 dólares.
EL País