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Salud y Bienestar

La edición de genes salva a un bebé con cáncer terminal por primera vez en la Historia

La edición de genes puede suponer el mayor avance en la lucha contra el cáncer, como ha demostrado el reciente caso de un bebé inglés.

Después de un duro tratamiento de quimioterapia y un transplante de médula, a los padres de Layla, de apenas un año, les quedaban pocas esperanzas de que pudiese recuperarse de la leucemia linfática aguda que le habían diagnosticado con tres meses.
Entonces los médicos del Great Ormond Street Hospital les plantearon un último recurso, un tratamiento experimental desarrollado en la Universidad de Londres que nunca se había intentado antes: editar los genes de su bebé a partir de las células de un donante.
La edición de genes puede ser la clave para curar el cáncer y otras enfermedades
El concepto de modificar las células del sistema inmunitario para que atacasen las células cancerosas no es nuevo. Consiste en añadir un gen que haga que los llamados linfocitos T ganen un receptor que se une a ciertas proteínas presentes en las células cancerosas, acabando con ellas.
El problema era que Layla era tan pequeña que no tenía suficientes linfocitos T que modificar; la innovación consistió en conseguir estas células de un donante sano. Los genes de estas células fueron modificados tanto para añadir el gen del receptor como para eliminar el gen que las identificaba como extrañas para evitar rechazos. Por último, estas células fueron introducidas en el sistema inmune del bebé.
El resultado fue brillante: en apenas un mes las células modificadas genéticamente habían eliminado a todas las células cancerosas. Sin embargo, los médicos son cautos y advierten que es muy pronto para decir que Layla fue curada; de hecho su cuerpo ya no tiene estas células ya que pasó por una segunda operación de trasplante de médula que regeneró su sistema inmune.
Puede que la era en la que el cáncer y otras enfermedades terminales puedan ser curadas con la edición de genes esté más cerca de lo que pensábamos.

Fuente Flipboard

Revista

La grasa abdominal profunda: el enemigo silencioso que envejece tu cuerpo y tu mente

Oculta bajo la piel y rodeando órganos vitales como el corazón, el hígado y los riñones, la grasa visceral representa una de las amenazas más serias para la salud metabólica y cerebral, incluso en personas delgadas. Más que un problema estético, esta grasa activa procesos inflamatorios que pueden desencadenar enfermedades como la diabetes tipo 2, el hígado graso, problemas cardiovasculares y, a largo plazo, deterioro cognitivo.

De acuerdo con el Dr. Andrew Freeman, especialista en prevención cardiovascular, la grasa visceral es un marcador de múltiples riesgos de salud, aun en quienes aparentan estar en forma. El fenómeno conocido como “skinny fat” —personas con peso normal pero con alta proporción de grasa interna— evidencia que la salud no siempre se refleja en el espejo.

El impacto va más allá del metabolismo. La neuróloga preventiva Kellyann Niotis advierte que este tipo de grasa libera compuestos inflamatorios que aceleran la atrofia cerebral y favorecen la aparición de placas beta-amiloides y ovillos de tau, señales asociadas con la enfermedad de Alzheimer, incluso desde los 40 o 50 años.

¿Cómo saber si la grasa visceral está fuera de control? La medida de la cintura es un primer indicio: más de 88.9 cm en mujeres y 101.6 cm en hombres eleva el riesgo, según los CDC. La masa muscular también importa: quienes tienen más grasa que músculo tienden a acumular esta grasa profunda. Estudios como la DEXA o básculas con medición de grasa corporal pueden ayudar a evaluar estos indicadores.

La buena noticia: es reversible. Freeman insiste en un enfoque integral con ejercicio cardiovascular diario (como caminatas rápidas de al menos 30 minutos) y entrenamiento de fuerza con resistencia. Ejercicios como desplantes, sentadillas, lagartijas y peso muerto movilizan grandes grupos musculares, aceleran el metabolismo y estimulan hormonas que mejoran la composición corporal.

Una alimentación basada en plantas, como la dieta mediterránea, también es clave. Rica en frutas, vegetales, granos enteros, aceite de oliva y pescado, esta dieta ha demostrado reducir la grasa abdominal y el riesgo de muerte por enfermedades crónicas, especialmente en mujeres.

El ayuno intermitente —comer solo durante una ventana de seis horas al día— puede ser un complemento efectivo, aunque no es apto para todos. La combinación de alimentación natural, entrenamiento funcional y periodos de ayuno puede “hacer magia” en la reducción de grasa visceral, señala Freeman.

En resumen, mantener el músculo, eliminar alimentos ultraprocesados, moverse cada día y reorganizar los horarios de comida no solo combate la grasa abdominal profunda, sino que extiende la salud física y mental hacia el futuro. Porque el verdadero “elixir de la juventud” no se compra: se construye con hábitos.

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