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Opinión

La misoginia es nuestra cultura. Por Itali Heide

Itali Heide

El país y el mundo quedó cautivado por la desaparición de Debanhi Escobar, una joven de 18 años que desapareció en Nuevo León antes de ser encontrada muerta en una cisterna 13 días después. Una imagen de ella inundó los medios de comunicación: abandonada a su suerte en una carretera solitaria a altas horas de la madrugada.

Aunque las razones que rodean su muerte siguen siendo un misterio y confunden a la gente, una cosa está clara: las mujeres no se sienten seguras en México, ni lo están.

Para ser justos, las mujeres no están a salvo en ningún sitio: muchas son asesinadas por su pareja en Estados Unidos, otras matadas en rincones oscuros de Sudáfrica, seguidas por hombres peligrosos en la India, robadas a punta de pistola en Brasil, violadas en Rusia, tratadas con tremenda desigualdad en muchos países de Oriente Medio y sufren la brecha de género en Turquía. Hay que tener en cuenta que estos son sólo algunos ejemplos: en todos y cada uno de los 195 países del mundo, las mujeres están en peligro.

¿Hemos hecho cambios en el mundo para garantizar más seguridad? Sí, y no. Hoy en día, las mujeres tienen más oportunidades que en décadas anteriores, se las considera más como seres humanos que como objetos que en épocas anteriores, y son capaces de defenderse por sí mismas cuando antes se esperaba que se quedaran sentadas, calladas y guapas.

Por otro lado, poco se ha hecho para revertir la misoginia sistémica, social y cultural que gobierna el mundo. Una mujer puede llegar a ser CEO de una empresa, pero se le sigue hablando como si no supiera lo que hace. Una chica puede caminar por una calle conocida sin ser violada, pero seguirá escuchando silbidos y piropos mientras intente bajarse la falda apenada. Puede que muchas mujeres se identifiquen con el movimiento body-positive que normaliza las supuestas ‘imperfecciones’ que en realidad muestran los cuerpos reales, pero los hombres seguirán esperando que todas se parezcan a las mujeres en bikini en Instagram plagadas de Photoshop.

Podemos pensar que hemos cambiado mucho, pero en el fondo no es así. Lo único que ha cambiado de verdad es que tenemos voz. Podemos salir a protestar a la calle, pedir igualdad, abogar por los desaparecidos, los maltratados y los asesinados, pedir un cambio social, pero el cambio social tarda en llegar. Parece que llevamos tanto tiempo gritando lo evidente que nuestras voces se han cansado y han quedado roncas.

Por supuesto, esto no nos detendrá. Esta generación no es la primera que aboga por el cambio social, y desde luego no seremos la última. La pregunta es: ¿cuándo nos escuchará el mundo?

¿Cuándo se darán cuenta los hombres de nuestra vida de que todas tenemos una historia de abuso? No conozco a una sola mujer que no haya sido acosada, abusada, violada, golpeada o manipulada.

¿Cuándo se darán cuenta de que sus acercamientos no deseados nos incomodan? El hecho de que bailemos con un vestido corto no significa que queramos su atención.

¿Cuándo dejarán de despreciar nuestra inteligencia, nuestro valor, nuestras voces? No necesitamos que nos expliquen cosas que ya sabemos como si fuéramos niñas chiquitas sin conocimiento propio.

¿Cuándo dejarán de apoyar una industria pornográfica que se basa en la explotación? Una industria donde la violencia, la humillación y la brutalidad son el principal factor de «placer» para el hombre.

¿Cuándo dejarán de hablar de nuestros cuerpos a nuestras espaldas? Si hemos engordado, si nuestras chichis se ven bien, si nuestras nalgas están fantásticas, si tenemos celulitis, si estamos “buenas”, “gordibuenas”, “flaquibuenas”, NO queremos su opinión.

¿Cuándo se darán cuenta de que somos algo más que trofeos de los que presumir? Tenemos mentes, ideas y pensamientos que podrían dejarles boquiabiertos.

¿Cuándo les dirán a sus amigos que sus comentarios sexistas están mal? Los hombres que se quedan callados ante estas situaciones son hombres que participan en la narrativa sexista.

¿Cuándo animarán a sus amigos a dejar de acosar a las mujeres que están claramente borrachas? No significa no, pero también lo es estar intoxicada, estar incómoda, sentirse forzada a hacer cosas y ser manipulada para tener sexo.

¿Cuándo dejarán de esperar que nos parezcamos a las modelos de Victoria’s Secret? Ni siquiera las modelos de Victoria’s Secret se parecen a las modelos de Victoria’s Secret, todo es cuestión de poses, iluminación, maquillaje, preproducción, postproducción y trastornos alimenticios.

A fin de cuentas, estamos en el siglo XXI y las mujeres siguen siendo tratadas como de segunda clase en prácticamente todos los países del mundo. En un buen día, podemos escuchar un comentario sexista. En el peor día, podemos acabar muertas en una cisterna. En una época en la que el mundo debería evolucionar, parece que lo único que evoluciona es que las mujeres alcen la voz. Pero por mucho que gritemos, los hombres de nuestras vidas prefieren ignorarnos porque el cambio es difícil.

Sí, el cambio es duro, pero también es necesario. Deconstruirnos a nosotras mismas no sólo es difícil, sino también tremendamente emocional y nos obliga a enfrentarnos a las peores partes de nosotros mismos, a darnos cuenta de que nos hemos equivocado y a hacer el trabajo para cambiar esas cosas.

Debanhi no es ciertamente la primera muerta y, por desgracia, está lejos de ser la última. Aunque no lo parezca, el cambio empieza por las cosas pequeñas. Si queremos un mundo en el que las mujeres puedan sentirse y estar seguras, tenemos que cambiar por completo la cultura social que nos ha enseñado cómo hay que ver y tratar a las mujeres.

Opinión

El G20: ¿Progreso real o más promesas vacías? Por Sigrid Moctezuma

Hablar del G20 es hablar de una oportunidad única: una reunión que pone sobre la mesa problemas que afectan directamente nuestras vidas, como la pobreza y el cambio climático. Pero, ¿Estamos realmente avanzando o seguimos atrapados en las buenas intenciones?

En pleno 2024, más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 2 dólares al día, y el cambio climático sigue empujando a millones al borde de la desesperación. Según la FAO, en 2023 hubo un aumento alarmante de 122 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos y fenómenos climáticos extremos. Estas cifras no son abstractas; son vidas humanas, historias de lucha diaria que rara vez llegan a los titulares.

Erradicar la pobreza no es simplemente “dar más dinero”. Se trata de atacar la raíz del problema: desigualdades históricas y estructuras económicas que privilegian a unos pocos. Por ejemplo, los países del G20 representan el 85% del PIB mundial, pero también son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es una contradicción enorme: quienes tienen más recursos para ayudar son también quienes más contribuyen al problema.

También es fácil hablar de «transición energética» y «economía verde», pero ¿Qué significa esto para alguien que perdió su casa por un huracán? En México, por ejemplo, los desastres naturales generaron pérdidas económicas por más de 45 mil millones de pesos en 2023. Y mientras tanto, los países más contaminantes siguen retrasando acciones contundentes, como reducir su dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Porque aún les resulta más barato contaminar que invertir en soluciones sostenibles?.

¿Qué se debería hacer?

Las soluciones están claras, pero falta voluntad política. El G20 propone algunas ideas interesantes: redistribuir recursos, apoyar economías locales y fomentar la innovación tecnológica para reducir desigualdades. Pero todo esto suena a más promesas, a menos que veamos medidas concretas. ¿Dónde están los fondos para las comunidades más vulnerables? ¿Por qué no se prioriza la educación y la formación laboral en zonas desfavorecidas?

Como sociedad, necesitamos exigir que las grandes cumbres dejen de ser solo escenarios de fotos grupales. Los líderes globales deben recordar que detrás de cada estadística hay una persona que sufre, pero también que sueña con un futuro mejor. Si no empezamos a construir ese futuro ahora, ¿cuándo lo haremos?

El G20 no es la solución mágica, pero puede ser un catalizador. Si los compromisos se traducen en acciones reales, estaremos un paso más cerca de un mundo más justo. Si no, solo estaremos alimentando un ciclo de discursos vacíos que poco tienen que ver con las necesidades reales de la gente.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que estas cumbres realmente cambian algo o son puro espectáculo?

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