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Opinión

La pandemia pesa. Por Itali Heide

Itali Heide

Algún día tendremos que enfrentarnos al tremendo peso colectivo que se puso sobre los hombros de la sociedad gracias a la pandemia. Las enfermedades mentales se han disparado, muchas familias han perdido su seguridad económica, el miedo se ha apoderado de muchas vidas y las personas han cambiado para siempre con la pérdida de sus seres queridos.

Nadie lo pidió, nadie lo quiso, pero no hubo nada que hacer frente a una enfermedad inevitable transmitida por el aire que ha cambiado para siempre nuestra forma de vivir. Por un momento, parecía que nos dirigíamos hacia el otro lado: los restaurantes se llenaban, se planeaban fiestas, se daban besos y abrazos, los conciertos volvían a aparecer y los días festivos se volvían a pasar con los seres queridos. Entonces -de la nada- otra variante vino a arruinar lo que habíamos construido: ómicron.

Más que nada, estamos cansados. Cansados de estar encerrados, cansados de la gente a la que no parece importarle, cansados de la desinformación, cansados de aplazar la vida, cansados de todo. Especialmente aquellos que han puesto de su parte para ayudar a detener la pandemia tomando precauciones y vacunándose. Cansado ni siquiera lo cubre: estamos agotados. La ansiedad se ha disparado, pasar el día en la cama ya no es un lujo, el home office se ha vuelto aburrido y los estudiantes esperan con ansias sentarse en un aula que antes odiaban.

La pregunta que surge es: ¿qué podemos hacer al respecto? Casi parece que volvemos al punto de partida, ya que las pruebas positivas aparecen en todos los círculos sociales y la variante busca a los que aún no se han infectado. ¿Debemos escondernos de nuevo? ¿Recibir otra vacuna? ¿Cancelar todos los planes? ¿Volver a las primeras fases de la pandemia en 2020? Tal vez, pero no al extremo.

La vida sigue, y aunque debamos tomar todas las precauciones posibles, no podemos hacer que las empresas pasen por el recordado miedo a cerrar, no podemos despedirnos de todo el mundo durante los próximos meses, no podemos dejar de trabajar y, desde luego, no podemos dejar de vivir. Dicho esto, absolutamente todas las precauciones que podemos tomar, debemos tomarlas.

Es difícil asimilar lo que ha sucedido en los últimos dos años. A principios de 2020, nuestra mayor preocupación eran los voraces incendios forestales en Australia, que entonces parecían apocalípticos. Aunque la palabra COVID aparecía en las noticias de forma casual, la mayoría de la gente no pensaba que se convertiría en una pandemia mundial que no dejaría piedra sin voltear, ni casa sin tocar, ni mente en paz.

Nos preocupaban las cosas humanas: las relaciones por sanar, los objetivos por alcanzar, el trabajo por terminar, los eventos por planificar, los problemas por resolver. De un día para otro, las preocupaciones se volvieron menos humanas y más apocalípticas: ir a la tienda se sentía peligroso, salir de casa era un reto, el dinero se volvía escaso, la posibilidad de enfermar aterrorizaba y no se veía el final. Dos años después, ¿por qué parece que hemos vuelto al punto de partida?

No quiero parecer desesperado, pero creo que es hora de dar un respiro a nuestras mentes. Podemos hacer lo que esté en nuestra mano para mejorar la situación, pero el resto no está en nuestras manos. Podemos vacunarnos, llevar mascarilla, lavarnos las manos, minimizar el contacto social y cuidarnos. Sin embargo, hay algo que debemos aceptar: no podemos controlar la pandemia.

No es nuestra culpa, y podemos encontrar consuelo en el hecho de que todos en el mundo lo están experimentando con nosotros. La pandemia pesa sobre los hombros de cada persona en el planeta tierra, pero podemos encontrar esperanza en el simple hecho de que la situación es tan loca como parece, para todos. Démonos un respiro.

Opinión

El G20: ¿Progreso real o más promesas vacías? Por Sigrid Moctezuma

Hablar del G20 es hablar de una oportunidad única: una reunión que pone sobre la mesa problemas que afectan directamente nuestras vidas, como la pobreza y el cambio climático. Pero, ¿Estamos realmente avanzando o seguimos atrapados en las buenas intenciones?

En pleno 2024, más de 700 millones de personas en el mundo viven con menos de 2 dólares al día, y el cambio climático sigue empujando a millones al borde de la desesperación. Según la FAO, en 2023 hubo un aumento alarmante de 122 millones de personas que enfrentan inseguridad alimentaria debido a conflictos y fenómenos climáticos extremos. Estas cifras no son abstractas; son vidas humanas, historias de lucha diaria que rara vez llegan a los titulares.

Erradicar la pobreza no es simplemente “dar más dinero”. Se trata de atacar la raíz del problema: desigualdades históricas y estructuras económicas que privilegian a unos pocos. Por ejemplo, los países del G20 representan el 85% del PIB mundial, pero también son responsables del 75% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Es una contradicción enorme: quienes tienen más recursos para ayudar son también quienes más contribuyen al problema.

También es fácil hablar de «transición energética» y «economía verde», pero ¿Qué significa esto para alguien que perdió su casa por un huracán? En México, por ejemplo, los desastres naturales generaron pérdidas económicas por más de 45 mil millones de pesos en 2023. Y mientras tanto, los países más contaminantes siguen retrasando acciones contundentes, como reducir su dependencia de los combustibles fósiles. ¿Por qué? Porque aún les resulta más barato contaminar que invertir en soluciones sostenibles?.

¿Qué se debería hacer?

Las soluciones están claras, pero falta voluntad política. El G20 propone algunas ideas interesantes: redistribuir recursos, apoyar economías locales y fomentar la innovación tecnológica para reducir desigualdades. Pero todo esto suena a más promesas, a menos que veamos medidas concretas. ¿Dónde están los fondos para las comunidades más vulnerables? ¿Por qué no se prioriza la educación y la formación laboral en zonas desfavorecidas?

Como sociedad, necesitamos exigir que las grandes cumbres dejen de ser solo escenarios de fotos grupales. Los líderes globales deben recordar que detrás de cada estadística hay una persona que sufre, pero también que sueña con un futuro mejor. Si no empezamos a construir ese futuro ahora, ¿cuándo lo haremos?

El G20 no es la solución mágica, pero puede ser un catalizador. Si los compromisos se traducen en acciones reales, estaremos un paso más cerca de un mundo más justo. Si no, solo estaremos alimentando un ciclo de discursos vacíos que poco tienen que ver con las necesidades reales de la gente.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que estas cumbres realmente cambian algo o son puro espectáculo?

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