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“La propuesta ‘neocomunista’ quiere regresarnos al ‘agrario’ y la servidumbre”: Salinas Pliego

Ricardo Salinas Pliego, uno de los empresarios más favorecidos con contratos en el Gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador y, al mismo tiempo, uno de los que se han rebelado en su contra durante la crisis de la pandemia por la COVID-19, dijo que “los promotores de la miseria quieren regresarnos al agrario y la servidumbre; esa [sic] es la propuesta NEOCOMUNISTA“.

En un mensaje difundido desde su cuenta de Twitter, como es común en él, expuso que la libertad y la movilidad social han elevado la condición de miles de millones de personas, “sacándolas de la miseria en la que por siglos habían vivido”.

“Por desgracia”, añadió, ahora esos “promotores de la miseria” propician una regresión con su propuesta “NEOCOMUNISTA”, escribió el polémico empresario de Monterrey, Nuevo León, que se ha hecho rico y poderoso desde que en el sexenio del Presidente Carlos Salinas de Gortari se le otorgó la concesión de la televisora TV Azteca.

“Mientras el agrarismo equivale a servidumbre y estancamiento social, el Libre Comercio equivale a la libertad y la movilidad social. Así lo demuestra @AEscohotado en su magna trilogía ‘Los Enemigos del Comercio’”, añadió el presidente de Grupo Salinas.

“Mucho se ha hablado de las consecuencias de salud de la COVID-19, pero no nos hemos detenido a prepararnos para enfrentar los retos ante la pérdida de empresas, empleos e ingresos. En México, quienes viven al día, en el sector informal, enfrentarán las consecuencias más graves”, publicó Salinas Pliego en su reflexión.

Además, planteó que “para salir adelante, tenemos que utilizar nuestra herramienta más poderosa, que es la mente, para pensar y romper el cerco del pánico en el que estamos; debemos informarnos y actuar juntos para tomar las mejores decisiones”.

Desde el 1 de diciembre de 2018, México tiene el primer Gobierno de izquierda. Es encabezado por Andrés Manuel López Obrador, un Presidente que considera al empresario dueño de Televisión Azteca (entre otras empresas) su amigo. Sin embargo, durante distintos momentos desde entonces, el segundo hombre más rico ha mostrado su descontento con la administración, sobe todo en lo relativo al manejo de la pandemia.

Esto no impidió que el 8 de julio pasado, Ricardo Salinas Pliego fuera uno de los empresarios que acompañaron a López Obrador a la cena que ofreció el Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, al mandatario mexicano en la Casa Blanca.

Más tarde, afirmó que México cuenta con Grupo Salinas. “El libre comercio nos acerca a la prosperidad para todos, esa prosperidad incluyente a la que siempre hemos aspirado. Señor Presidente Andrés Manuel López Obrador, gracias por la invitación a acompañarlo; México cuenta con Grupo Salinas para sumar esfuerzos y salir adelante”, expresó en su red social.

“El libre comercio acerca a los pueblos y aleja las guerras; es la piedra angular de la civilización que nos separa de la barbarie. Celebramos la entrada en vigor del nuevo T-MEC y, desde Washington, podemos decir que es un gran día para los pueblos de los tres países firmantes”, agregó.

Fuente: SinEmbargo

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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