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LA RESISTENCIA A LA INTERVENCIÓN FRANCESA EN CHIHUAHUA por VICTOR OROZCO

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  • LA RESISTENCIA A LA INTERVENCIÓN FRANCESA EN CHIHUAHUA

    Víctor Orozco

    En 1862 se produjo la intervención francesa en México como resultado de dos procesos coincidentes: la política expansionista del imperio francés y la política de las clases y sectores derrotados en México, principalmente el clero y fracciones del antiguo ejército, que buscaban resarcir los privilegios perdidos a través de la protección extranjera. El contexto era muy diferente al de tres lustros antes. En 1848, México sucumbió porque faltó Estado para hacer valer los intereses de la nación, por encima de los que estos cuerpos (poderes fácticos, les llamaríamos ahora) alzaban e hicieron prevalecer. En 1862, con todas las adversidades que enfrentaba el gobierno republicano apenas instalado en la sede nacional, se había conseguido establecer una sólida base social para fincar la resistencia y al mismo tiempo, dotar a la nación de una dirección política real.

    La política europea y norteamericana

    El siglo XIX trajo consigo una ola de expansión colonialista europea hacia los continentes asiático y africano principalmente. Las naciones surgidas del desmoronamiento del imperio español fueron también objetivos de conquista, ya fuera mediante el control de sus recursos naturales, mercados y deuda externa como lo practicó Inglaterra o bien, llevando sus propósitos dominadores más lejos, como lo intentó el gobierno francés con México, primero en 1838 y luego en 1862. A medida que se consolidó el imperio de Napoleón III después del golpe de Estado de 1851 que suprimió el régimen republicano en Francia, el monarca emprendió una agresiva política expansionista, primero en Europa y luego en el exterior. Estableció una sólida alianza con la corte de Roma salvando al Papa de su expulsión a manos de los nacionalistas italianos que buscaban la unificación de su país. Tropas francesas aplastaron la fugaz república de Roma en 1848 y reinstalaron a Pio IX en el trono pontificio. Aquel, a su vez pagó el servicio poniendo al servicio del flamante emperador todo el aparato de la iglesia católica francesa y aceptando cierta autonomía de ésta respecto a la obediencia debida al Vaticano. En 1854, una jugada afortunada permitió al gobierno francés ir en alianza con Inglaterra en contra del imperio zarista, que fue derrotado en la guerra de Crimea, fortaleciendo a las armas galas. En 1859, Napoleón III provocó la guerra con Austria, valiéndose del movimiento independentista en el Piamonte. El triunfo de las tropas franco-piamontesas en Magenta y Solferino, consolidó al ejército francés cómo el más poderoso del continente europeo, instrumento que le permitió a Napoleón III erigirse en el árbitro de la política internacional. Hacia los inicios de la década de 1860, la coyuntura mundial permitió a Las Tullerias emprender nuevas aventuras coloniales. Así, desembarcó nuevas tropas en Indochina y puso en acto la vieja aspiración de establecer una fuerte cabeza de playa en el continente americano y dar pié a un imperio mundial. México se ofreció en esos momentos cómo presa fácil, convencido el emperador que sus tropas serían recibidas como salvadoras por los oprimidos mexicanos y además, reivindicadoras del catolicismo perseguido, según se lo hicieron ver los conspiradores monárquicos mexicanos.
    Este proyecto fue favorecido por dos circunstancias relevantes en el ajedrez mundial: En primer lugar, los estados alemanes permanecían fragmentados y aparecían en el escenario apenas como socios menores del gobierno francés, sin representar el contrapeso continental que jugaba el imperio austro-húngaro antes de su derrota. En segundo término, en 1861 se inició la guerra de secesión en Estados Unidos, confrontando al Norte industrializado y al Sur agrario y esclavista. Esta conflagración impidió al gigante americano jugar un papel activo en la política internacional y defender su Doctrina Monroe, esgrimida desde la segunda década del siglo XIX como un escudo para oponerse a la expansión europea en América y garantizar la hegemonía norteamericana.

    Antecedentes en Chihuahua. La guerra de reforma

    Al triunfo de la revolución de Ayutla, en Chihuahua el gobierno del general Angel Trías, que hasta entonces había permanecido fiel a la dictadura santanista, proclamó su adhesión al movimiento revolucionario. Luego se instaló un nuevo gobierno dirigido por elementos del Partido Liberal, encabezado por el licenciado Juan N. Urquidi.
    El 4 de abril de 1857 el gobernador Revilla expidió un decreto en el que se ordenó para el día siguiente la publicación y juramento de la Constitución política, acordada el 5 de febrero de ese año. El artículo 4 del decreto dispuso que los funcionarios, autoridades y empleados que no prestaran el juramento correspondiente no podrían seguir ejerciendo sus funciones. Esto planteó por primera vez el conflicto que precedería a la Guerra de Tres Años, porque la jerarquía eclesiástica de inmediato inició la ofensiva en contra del nuevo código político. El papa Pío IX declaró que la Constitución mexicana era írrita, esto es, nula, sin ningún valor.
    Adicionalmente, el 18 de marzo de 1858, Pío IX envió una larga carta a Félix Zuloaga, declarado presidente de acuerdo con el Plan de Tacubaya en la que, entre otras cosas le decía:
    «Sumo placer hemos tenido al recibir en estos días vuestra carta del 31 del próximo pasado Enero, dictada por un profundo sentimiento de piedad y veneración hacia Nos y hacia esta Sede apostólica. Tratando en ella de la mutación de circunstancias, acaecida poco há en esa republica. Dais a entender que habiendo sido elegido para presidente interino de ella, nada deseáis tanto como derogar y quitar del medio, sin demora alguna, las leyes y decretos que en el tristísimo estado en que se encontró esa nación, se dieron contra la Iglesia católica, y sus sagrados ministros….Así pues, al felicitaros una y otra vez cordialmente a voz y a vuestro gobierno por estos sucesos…
    Por su parte, los jerarcas mexicanos amenazaron con excomulgar a todos los que la juraran.
    El derrocamiento de la dictadura santanista, la formación de la guardia nacional, la promulgación de la nueva Constitución, las amenazas extranjeras, la acción de liberales radicales (como Esteban Coronado, a la sazón juez de distrito en Chihuahua), constituían factores que conspiraban a favor de un cambio en las ideas y en las perspectivas de los vecinos y rancheros que hasta entonces habían tenido poca conciencia de que formaban parte de la nación. Hasta ese momento su vida había transcurrido entre los of1cios religiosos, la lucha con los apaches y su apego a la tierra. La revolución de Reforma los sacaría de sus pueblos y los llevaría a tierras de las que sólo algunos habían escuchado nombrar.

    LA RESISTENCIA A LA INTERVENCIÓN FRANCESA EN CHIHUAHUA
    Segunda de seis partes
    Víctor Orozco

    La rebelión militar de los tacubayistas

    La oportunidad para vecinos y rancheros ganados por el liberalismo, se presentó después del 4 de enero de 1858, cuando la guarnición militar de la ciudad de Chihuahua se pronunció a favor del Plan de Tacubaya, conforme al cual había asumido la presidencia de la república el general Félix Zuloaga. El 18 y 19 del mismo mes destacamentos de la guardia nacional, dedicados en ese momento a combatir a los apaches y que comandaba el coronel Esteban Coronado, batieron en las calles de la capital a los golpistas y tomaron prisioneros a la mayor parte de ellos, que estaban encabezados por el licenciado Juan N. Bárcenas y el comandante Bruno Arriada. A la sublevación de la guarnición de la capital siguió otro levantamiento tacubayista en Parral, a donde se dirigió el nuevo ejército de milicianos bajo el mando de Coronado y llevando como segundo a Ignacio Orozco Sandoval, organizador de la guardia nacional en la zona del cantón Guerrero. Rifleros de todos los pueblos marcharon a la nueva expedición militar que los conduciría hasta Guadalajara, de la cual muchos regresarían imbuidos de las nuevas ideas libertarias.
    Unos meses después, sus jefes y oficiales firmarían un juramento de fidelidad a la Constitución de 1857 y a permanecer en pie de lucha mientras no se restableciera el orden constitucional. «Contad… que si la Providencia ha marcado el término de mi vida, mi último adiós, mi última invocación ser decir: viva la independencia! viva la libertad! viva la constitución de 1857!» y de las que hacían eco poetas y periodistas. Los «juramentados» fueron: José Esteban Coronado, Ignacio Orozco, Pascual Jaramillo, Epitacio García, Presbítero Gregorio Ojinaga, María José Sauceda, Francisco R. Sáenz, Alfonso Guzmán, Antonio Ibarra, Gustavo Pacheco, Pedro Uranga, Máximo Calderón, Ignacio Cebrián, Refugio Vargas, Francisco Martínez, Austin H. Rigby, Jesús Duarte, Eufemio Nuño, Juan de Dios Polanco, Toribio Arriola, Ramón Torres, Marcial Villanueva, Pedro María Arizpe, Miguel Ávila, Leandro Alvarado, Gabriel J. Pereyra y Eufemio de la Riva.
    Un ejemplo de estos poemas subversivos de la época, que exponen con claridad las ideas de las que se nutrían estos hombres, decía: «Que no haya diez mil soldados
    Y treinta mil oficiales,
    Que todos seamos iguales
    Ante toda autoridad
    Esto es Dios y Libertad Que a tanta linda creatura
    Por un capricho servil
    se le de muerte civil
    Y en un convento en clausura
    Este porque su padre vil
    Quiso hacer su voluntad,
    No es Dios ni Libertad»

    Las tropas liberales permanecieron en la ciudad de Durango hasta septiembre de 1858, para trasladarse al centro del país continuando la campaña militar. Por primera vez los pueblerinos se veían inmersos en una lucha que no sólo entrañaba el combate físico con los adversarios en defensa de bienes materiales concretos, como sucedía en la confrontación con los apaches. Ahora se implicaba un debate ideológico en el que se ponían en duda o se cuestionaban con franqueza los viejos valores y las antiguas adhesiones religiosas. Poemas, discursos y proclamas se sucedían en ambos bandos para exaltar al propio partido o denigrar al contrario. Se vivía una revolución que abarcaba todos los ámbitos de la vida colectiva. En este contexto se inscriben las palabras que reiteran la idea de «hombre libre», con que se dirigía el coronel Ignacio Orozco, jefe de la guardia nacional de Guerrero a sus compañeros de armas en Hidalgo de Parral el 28 de febrero de 1859:
    «…mostrad a la demagogia que el estado de Chihuahua no es ya un pueblo decrépito dominado por el fanatismo, la superstición o la ignorancia; que difícilmente podrá abusarse de su candor para convertirlo en ciego instrumento de sus traidores miras; mostradle que, al contrario, es a la vez un estado joven que con brazo robusto salta a la arena a pelear por su libertad, á luchar por su independencia: que sus defensores lo son de la causa constitucional, de las garantía sociales, de la legitimidad: que muy lejos de formar una sociedad de seres degradados, amigos de los fueros, o mensajeros de la tiranía; se compone de hombres libres…»
    La guerra de Reforma había concluido en el estado de Chihuahua. Domingo Cajén, el caudillo de origen español, que encabezó un efímero triunfo conservador, fue muerto cuando se le apresó después de haber intentado nuevas sublevaciones en el norte de Durango y otras incursiones en Chihuahua. En 1860 los liberales consolidarían su triunfo con las derrotas infligidas al ejército conservador comandado por Miguel Miramón en Silao y Calpulalpan y la instalación del gobierno presidido por Benito Juárez en el palacio nacional.
    La invasión francesa
    A fines de 1861 tropas extranjeras de España, Inglaterra y Francia desembarcaron en Veracruz, con lo que dio inicio la guerra de intervención. Ingleses y españoles aceptaron trasladar sus reclamaciones a la vía diplomática, mientras que los franceses se embarcaban en la aventura militar de Napoleón III, en el intento de construir al otro lado del Atlántico un imperio subalterno. El Congreso de la Unión expidió el 17 de diciembre de 1861 la ley que suspendía las garantías individuales y otorgaba facultades omnímodas al presidente de la república. Dicho ordenamiento preveía además la facultad de los gobernadores para alistar fuerzas y procurarse cuanto arbitrio y medio estuviese a su alcance para hacer frente a las necesidades de la guerra.
    En Chihuahua, la legislatura local expidió una ley correspondiente con la anterior el 15 de enero de 1862, otorgando facultades similares al gobernador del estado. Se desempeñaba en este cargo el coronel Luis Terrazas quien empezaba a consolidar un largo cacicazgo político y económico que llegaría hasta 1911, cuando fue derrocado por la revolución, quien como se verá mantuvo en los inicios de la guerra una actitud reticente.
    La formación del contingente de dos mil hombres que le fue asignada al estado de Chihuahua para concurrir al frente de guerra, se vio envuelta en rivalidades políticas locales. Las mismas órdenes del gobernador para organizar la guardia nacional en los cantones y trasladarla a Puebla y Veracruz donde por entonces se combatía, estaban llenas de condicionamientos. Por ejemplo, el 5 de mayo de 1862, justo la fecha en que se libraba en Puebla la batalla en que sería derrotado el ejército expedicionario francés, una circular del Ejecutivo local a los jefes de los cantones, disponía:
    «… ordena el Ciudadano Gobernador del Estado que remita treinta hombres de la Guardia Nacional de ese Cantón; de los más aptos y espeditos (sic) para el servicio de campañas, procurando que sean solteros y personas que no tengan familia ni sean de aquellas que por su arraigo, industria y laboriosidad puedan verse obligados a abandonar o interrumpir algún giro o negocio de los que interesa al bien común conservar y proteger, aun cuando solo sea de un modo indirecto… el deseo del Ciudadano Gobernador es que al cumplir por todos los ciudadanos con los deberes que les impone la patria… se haga con el sacrificio y gravámenes menores posibles para los individuos y para las localidades a quienes se refiere la presente superior resolución…»
    Sea por falta circunstancial de convicciones o por las dudas que en ese momento le asaltaban, lo cierto es que el gobernador libraba órdenes con ganas de que no fueran ejecutadas. Para comenzar, un grupo de treinta hombres estaba muy bien para una campaña que perseguía a una partida de apaches, pero lejos de significar la movilización que el momento requería. Luego, pedir que fueran solteros y que no se vieran obligados a abandonar ningún giro, implicaba dejar a la buena de dios la organización de estos cuerpos armados.
    Unas semanas después, comprendiendo mejor la grave tesitura en que se encontraba la nación, el gobernador Terrazas envió una nueva circular más enérgica que la anterior. El Batallón Primero de Chihuahua, integrado por 500 hombres, salió hacia el sur el 28 de mayo de 1862. Apenas tres semanas después, en Palo Chino, perteneciente a la Zarca, Durango, una parte de los reclutados se sublevaron en contra del jefe coronel Manuel Maya, encabezados por el capitán Angel Trías.

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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