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La súperheroe de cuatro patas que todo México ama

Con poco más de un año de entrenamiento, Frida ha participado en la búsqueda de personas tanto a nivel nacional, como internacional en actividades de la Secretaría de Marina-Armada de México (Semar), y tiene en su haber más de 50 personas rescatadas.

Ha tenido acción en el incendio que se registró en la torre de Petróleos Mexicanos (Pemex) y tuvo actividad en los deslaves ocurridos en Guatemala, así como en el terremoto de Ecuador, aunque podría estar próxima al retiro en dos o tres años.

Frida es una perra Labrador, de seis años, que forma parte del equipo de “binomios caninos” que adiestra la Sección Canina del Cuartel General del Alto Mando de la Semar, y el ente encargado de la distribución, control y confianza de estos ejemplares, es la Oficialía Mayor.

Para su labor, utiliza un equipo especial, es decir un visor que protege sus ojos en caso de humo, polvo o alguna sustancia; unas botas, que le ayudan para que el terreno no le dañe los cojinetes de sus pies, y un arnés para poder ascender o descender, si es el caso.

El capitán de fragata, cuerpo general diplomado de Estado Mayor, Israel Monterde Cervantes, quien es el encargado de la Sección Canina de la Ciudad de México, comentó hace unas semanas que la dependencia tiene aquí 20 binomios, pero a nivel nacional hay más de 300 distribuidos en todas las secciones caninas.

En una demostración de las habilidades con que cuentan esos ejemplares, que son principalmente Pastor Belga Malinoi y Labrador, y tienen una estricta vigilancia zootécnica, comentó que Frida es quizá la más famosa por su palmarés en el rescate de personas, pero esa especialidad de búsqueda la tienen también Evil y Ecko.
A su vez, Balu, Erny y Eden son especialistas en la detección de narcóticos; Lobo y Narc en la guardia y protección; en tanto que Keyller, Eska y Eros en la identificación de explosivos, y cada uno de ellos hace un “binomio” con su manejador, para tener una mayor eficiencia en cada actividad.

El capitán Monterde aclaró que la idea de que en el entrenamiento drogan a los perros detectores de narcóticos “es un mito que existe o que existió muchos años”, y explicó la técnica que utilizan cada uno de los 20 “manejadores” que hay en este espacio.

El entrenamiento lleva entre 12 y 14 meses, de dos a cuatro horas diarias, dependiendo de la disposición y temperamento que tenga el perro, para evitar fatigarlo, así como de la diferente función zootécnica en la que se vaya a especializar.

La vida útil en la actividad es de entre seis y siete años, aunque si tiene buenos rendimientos y eficiencia en el trabajo, como Frida, se puede prolongar uno más, para después ser donados al propio personal de la Marina “para que tenga un final tranquilo en una de las casas del personal de aquí”, comentó.
El entrenamiento consiste en que tengan apego a un atractor, es decir, un juguete, que regularmente es una pelota, e incluso, dependiendo de la fortaleza de su mordida, puede ser de tenis.

Una vez que tienen fijo su atractor, se les empiezan a meter aromas, ya sea de narcóticos o explosivos, para poder sacar la “potencialización” que desarrolla su olfato, de acuerdo con la función zootécnica que vaya a desempeñar el ejemplar.

«El aroma no les hace nada: no los droga, ni explotan los perros, ni mucho menos. Se trabaja con pseudos, que son aromas lo más parecidos a los reales. Es con los que trabajamos, entonces no les hace ningún efecto a los perros”.

En la demostración se pudo apreciar la forma en que Frida entra a un cuarto derruido, y el entrenamiento consiste en que cuando encuentra a una persona, ladra para avisar a su manejador y facilitar el rescate.

La actividad de Balu y Keyler fue diferente, pues ellos no ladran, sino que al detectar a una persona que lleva algún narcótico o explosivo, únicamente se sentaron a su lado para avisar al manejador, quien como premio les da la pelota.

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Desaparece en Disneyland y aparece días después en un bote de basura en Mexicali: el misterioso caso de Annie Encino

Una adolescente estadounidense de 16 años fue localizada con vida dentro de un contenedor de basura en Mexicali, Baja California, días después de haber desaparecido en el parque Disney California Adventure, en Anaheim. El caso ha despertado preocupación e interrogantes en ambos lados de la frontera, especialmente por el silencio mediático en México y las lagunas que aún rodean su cruce hacia territorio nacional.

Annie Kathleen Encino desapareció el pasado 20 de abril tras una discusión con su familia dentro del parque temático. Fue vista por última vez alejándose sola, lo que activó una Alerta Amber en Estados Unidos. Sin embargo, esa alerta nunca cruzó a territorio mexicano, dejando a la opinión pública del país sin conocimiento de su desaparición… hasta que la historia dio un giro tan insólito como alarmante.

Días después, una llamada anónima al 911 alertó a la policía municipal de Mexicali sobre la presencia de una menor dentro de un bote de basura. Al llegar al sitio, los oficiales encontraron a la joven en condiciones que no han sido detalladas, pero confirmaron su identidad. El consulado de Estados Unidos fue notificado de inmediato y su madre viajó a la ciudad fronteriza para identificarla y llevarla de regreso.

Hasta ahora, las autoridades mexicanas no han informado cómo fue que Annie cruzó la frontera sin documentos, sin acompañantes y sin ser detectada. Tampoco han revelado si fue víctima de trata, secuestro, abuso o si viajó voluntariamente con ayuda de terceros. La Fiscalía de Baja California mantiene abierta una investigación para esclarecer los hechos.

Lo que sí queda claro es que algo falló en los mecanismos de cooperación fronteriza. Ni la alerta internacional funcionó, ni hubo un protocolo binacional que permitiera actuar a tiempo. La aparición de una menor estadounidense en un contenedor de basura, en una ciudad donde los casos de desapariciones no son novedad, pone una vez más bajo la lupa la crisis de seguridad y el flujo irregular entre ambos países.

Mientras se esperan más detalles oficiales, el caso de Annie Encino evidencia que incluso en un entorno supuestamente seguro como Disneyland, la vulnerabilidad de los menores puede terminar en una historia digna de una serie policiaca.

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