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Opinión

LAS INSEGURIDADES COMO FORMA DE CONTROL por: Víctor M. Quintana S.

Después de todo puede que para algunos no sea un fracaso el que en este país no se incremente de manera real el poder adquisitivo del salario. Que se generen mucho menos empleos de los que se necesitan. Que muchos de quienes disfrutan de un empleo formal estén en la cuerda floja del despido. Que en muchas familias tengan que tener dos o más chambas el padre y la madre para salir adelante.

Para esos mismos tampoco será un fracaso que en algunas poblaciones la gente no pueda salir de casa después que oscurece por temor a los delincuentes. O que se suspenda toda actividad comunitaria organizada acatando órdenes de quienes controlan la región. O que no se pueda hacer presente otra organización que la tolerada o aprobada por los señores de la guerra.

Todo esto es así porque la multiplicación de las inseguridades en este país repercute directamente en la participación, organización y acción autónomas de las y los ciudadanos. De muchas maneras afecta la capacidad y disponibilidad de las personas a enrolarse en una organización o movimiento, a cuestionar a los poderes establecidos, formales o informales, mucho menos a llevar a cabo acciones directas que desafíen dichos poderes, sean éstas tan legales como las elecciones o las huelgas tan fuera del marco de la ley como las tomas, los bloqueos, los paros, etc.

Entonces el mantener el status de inseguridades multiplicadas favorece el control, la dominación sobre los diferentes grupos y sectores sociales. Esto no es teoría, es la experiencia recogida de diversas partes de la República:

En muchos pueblos de diversas zonas rurales, resulta casi imposible formar comités municipales de partidos de oposición. Hay una advertencia directa del crimen organizado que controla amplias zonas del país que ahí sólo se admite la militancia y el activismo por las formaciones políticas que ellos manejan y hasta el grado en que ellos señalen.

Estos son casos en que la inseguridad pública disuade de toda participación cívico-política.  Pero hay otros en que las represalias de los gobiernos cuestionados constituyen una amenaza para dicha participación. Por ejemplo, en  las manifestaciones contra la corrupción denunciada contra el Gobernador de Chihuahua, hay muchas personas que si bien, convencidas de la justeza del movimiento, se abstienen de participar porque tienen sobre ellos la espada de una de dos inseguridades: si son empleados del gobierno, por temor a perder del empleo. Si son proveedores del mismo, por temor a perder el contrato.

El agotamiento de las personas que trabajan largas jornadas, precisamente para hacer frente a la precariedad del ingreso es un factor decisivo que reduce notablemente la participación en juntas de colonia, asociaciones de vecinos, asambleas de padres y madres de familia. Después de diez, doce horas de trabajo y transporte, sólo los muy motivados y convencidos tienen energía para hacer algo por los demás.

La inseguridad en el empleo y en el ingreso también constituye una forma de  controlar o desincentivar la organización de las y los trabajadores. El enorme déficit en a creación de puestos de trabajo hace que los que se generen sean tan precarios, tan frágiles en cuanto a su permanencia, que quienes acceden a ellos se retiren de todo cuestionamiento a los patrones, de toda forma de protesta por las condiciones de trabajo y de toda forma de organización laboral.

Pero esto no sólo permea a los trabajadores manuales o a la burocracia de bajo nivel. Ha llegado hasta los académicos de las universidades. Se ha estrechado tanto el embudo para acceder a una cátedra o a un puesto de investigador; se han multiplicado y burocratizado tanto las formas de evaluación del desempeño, se ha precarizado tanto el ingreso seguro y se han multiplicado tanto las percepciones complementarias condicionadas, como los estímulos académicos, que el sindicalismo universitario –con muy honrosas excepciones- se muere por inanición. Y los académicos fincan en la meritocracia y en la acumulación de puntos, sus estrategias individuales de reducir la inseguridad. Con esto se ha incrementado enormemente el control de la burocracia de la SEP y del aparato administrativo de las universidades sobre docentes e investigadores. Al punto que un  colega universitario concluye: “En esta universidad no hay sociedad civil”.

Un país inseguro, sobretrabajado, agotado, atemorizado, amenazado, es más fácil de controlar, de dominar.  Es un país fracturado, donde se rompen solidaridades. Donde las estrategias individuales de sobrevivencia  desplazan a la acción colectiva. Es un país propicio a la dictadura. Esa es la máxima no dicha pero firmemente creída de la clase política, ella sí, no sujeta a inseguridades ni a precariedades.

El círculo inseguridades-no participación-autoritarismo es difícil de romper. Pero no imposible. Las luchas por los derechos son la clave para quebrarlo. Por eso cobra  gran importancia el ejemplar movimiento surgido en San Quintín, desde lo más profundo de las precariedades y de las inseguridades: desde los indígenas, desde  los trabajadores agrícolas migrantes.  Ellos nos muestran que sólo arriesgándose a la máxima inseguridad se pueden reivindicar los derechos y comenzar a vencer el control y la dominación.

Opinión

Diálogos. Por Raúl Saucedo

El Eco de la Paz

En el crisol de la historia, las disputas bélicas han dejado cicatrices profundas en el tejido de
la humanidad. Sin embargo, en medio del estruendo de los cañones y las balas metrallas, ha
persistido un susurro: El Diálogo. A lo largo de los siglos, las mesas de negociación han
emergido como esperanza, ofreciendo una vía para la resolución de conflictos y el cese de
hostilidades entre grupos, ideas y naciones.
Desde la antigüedad, encontramos ejemplos donde el diálogo ha prevalecido sobre la espada.
Las guerras médicas entre griegos y persas culminaron en la Paz de Calias, un acuerdo
negociado que marcó el fin de décadas de conflicto. En la Edad Media, los tratados de paz
entre reinos enfrentados, como el Tratado de Verdún, establecieron las bases para una nueva
configuración política en Europa.
En tiempos más recientes, la Primera Guerra Mundial, un conflicto de proporciones
colosales, finalmente encontró su conclusión en el Tratado de Versalles. Aunque
controvertido, este acuerdo buscó sentar las bases para una paz duradera. La Segunda Guerra
Mundial, con su devastación sin precedentes en el mundo moderno, también llegó a su fin a
través de negociaciones y acuerdos entre las potencias.
La Guerra Fría, un enfrentamiento ideológico que amenazó con sumir al mundo en un
conflicto nuclear, también encontró su resolución a través del diálogo. Las cumbres entre los
líderes nucleares, los acuerdos de limitación de armas y los canales de comunicación abiertos
permitieron evitar una posible catástrofe global.
En conflictos más recientes, y su incipiente camino en las mesa de negociación ha sido un
instrumento crucial para lograr el cese de hostilidades de momento, esta semana se ha
caracterizado por aquellas realizadas en Arabia Saudita y París.
Estos ejemplos históricos subrayan la importancia del diálogo como herramienta para la
resolución de conflictos. Aunque las guerras pudieran parecer inevitables e interminables en
ocasiones, la historia nos muestra que siempre existe la posibilidad de encontrar una vía
pacífica. Las mesas de negociación ofrecen un espacio para que las partes en conflicto
puedan expresar sus preocupaciones, encontrar puntos en común y llegar a acuerdos que
permitan poner fin.
Sin embargo, el diálogo no es una tarea fácil. Requiere voluntad política, compromiso y la
disposición de todas las partes para ceder en ciertos puntos. También requiere la participación
de mediadores imparciales que puedan facilitar las conversaciones y ayudar a encontrar
soluciones mutuamente aceptables.
En un mundo cada vez más complejo e interconectado, el diálogo se vuelve aún más crucial.
Los conflictos actuales, ya sean guerras civiles, disputas territoriales o enfrentamientos
ideológicos, exigen un enfoque pacífico y negociado. La historia nos enseña que la guerra
deja cicatrices profundas y duraderas, mientras que el diálogo ofrece la posibilidad de
construir un futuro más pacífico y próspero para todos.
Los diálogos siempre serán una vía, aunque el diálogo más importante será con uno mismo
para tener la paz anhelada.
@RaulSaucedo
rsaucedo@uach.mx

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