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Opinión

Lecciones y riesgos del movimiento magisterial Por Aquiles Córdova Morán

Según los medios, hay paros y plantones de maestros en tres estados de la república: Oaxaca, Guerrero y Michoacán. Aunque no de la misma magnitud ni exactamente con las mismas demandas, parece que sí les es común su radical oposición al examen de evaluación que pretende aplicarles la Secretaría de Educación Pública (SEP), cuyos fines y propósitos la misma dependencia federal ha mantenido en la ambigüedad y falta de precisión puntual. Y es esto justamente lo que genera y acrecienta los temores y sospechas de los maestros, quienes creen que se trata de un pretexto “académico” para despedirlos, o para rebajar sus prestaciones y conquistas sindicales, en provecho de incondicionales al partido en el poder y de la educación privada. En resumen, los profesores ven en la “evaluación” una especie de picota en la que se pretende colocarlos y exhibirlos (para eso se inventó la picota) y obligarlos a aceptar, indefensos, las exigencias y condiciones del gobierno.

Sea así o no, la verdad es que el conflicto encierra lecciones que ningún político sensato debe ignorar. Creo, en primer lugar, que el giro violento de la lucha magisterial es fruto del manejo autoritario y vertical de la política educativa por parte de la SEP. Eso implica, necesariamente, hacer a un lado la opinión y los intereses (como quiera que se los califique) de los maestros de base, suplantándolos con acuerdos de las cúpulas gremiales cuya legitimidad y representatividad están más que cuestionadas. Es mi profunda convicción que, salvo raras excepciones, el maestro mexicano, del nivel que sea, es patriota, nacionalista con un nacionalismo racional y no excluyente, y firme partidario del progreso compartido del país. No puede, por tanto, estar en contra de una educación de calidad como la nación demanda, con tal de que se le explique el problema de manera completa, racional, fundada en hechos y cifras irrefutables y a través de un coloquio respetuoso que incluya a toda la base magisterial. Se evitaría así la confrontación y, lo que es mejor todavía, el maestro participaría en el cambio con convicción y entusiasmo. Lo que hoy vemos es el fracaso de la vieja política tejida con mañas, trampas, mentiras y engaños, basada en planes ocultos o revelados a medias y con propósitos no del todo claros. Eso es lo que genera la oposición de los maestros.

Creo, en segundo lugar, que la desconfianza en las “soluciones” de los gobernadores y la exigencia de negociar con Gobernación Federal como testigo y garante de los acuerdos, es prueba de la bancarrota de otro de los recursos favoritos del político al uso: tomar acuerdos y firmar minutas al por mayor, para, a renglón seguido, olvidarse de cumplirlos y burlarse con toda desfachatez de las personas o grupos demandantes (los antorchistas somos víctimas privilegiados de este tipo de fraude). Resultado: el gobernante actual, con rarísimas excepciones, no le merece ningún respeto ni credibilidad al ciudadano común y corriente, y es eso lo que lo vuelve totalmente inútil para contener y resolver los conflictos de su área de responsabilidad. Creo también, en tercer lugar, que importa notar que los protagonistas del movimiento actual son todos miembros de la CNTE, el organismo rival del Sindicato oficial, es decir, ajenos al redil de la profesora Elba Esther Gordillo. ¿Qué demuestra esto? Que quienes han hecho de “la maestra” la bete noir de la educación nacional y piden su cabeza un día sí y otro también, ven sólo el lado “malo” de un liderazgo fuerte y con autoridad entre sus agremiados, olvidando que un dirigente respetado por sus bases y buen negociador, puede ahorrarle muchos dolores de cabeza al gobierno y permitir un manejo terso de los problemas de su gremio. Yo no afirmo que Elba Esther Gordillo sea ese tipo de líder; lo que sí digo es que lo peor que podemos hacer (o pedir) es defenestrarla sin más, sin medir bien las consecuencias de su ausencia, en vez de plantear y exigir la auténtica democratización de todos los sindicatos del país y, luego, dejar que sean los propios sindicalizados quienes resuelvan la cuestión de sus liderazgos. ¿Se acuerda del “quinazo” en PEMEX? ¿Y acaso el sindicato está mejor que entonces?

Una última lección. Todas las noches espero, con tensión renovada, oír al temible “león de los medios”, Ciro Gómez Leyva, acusar a los maestros de Oaxaca de “chantajistas”, “extorsionadores” y culpables de despojo a la nación, por “robarse” el centro histórico completo de la capital del estado, tal como lo hace con toda saña y puntualidad cada vez que se manifiesta Antorcha en el centro del D.F. Pero nada. Se limita a algunos gestos de desagrado y a soltar algún comentario inocuo, a pesar de que se trata, en esencia, del mismo derecho y de la misma forma de ejercerlo. ¡Qué bueno que Ciro Gómez “Torquemada” respete a los maestros! Pero que quede claro, entonces, que las injurias y acusaciones que nos lanza son “válidas” sólo para nosotros, es decir, que tal como hemos dicho, se trata de ataques mercenarios, cobardes y abusivos, sin ningún sustento legal ni moral, lanzados sólo por así convenir a quienes financian al mencionado periodista.

Termino con el peligro que entraña el conflicto magisterial. Ayer lunes, 4 de junio, el Presidente de la República se pronunció en contra del paro y lanzó un enfático ¡ya basta! Dijo, además, que no permitirá más daños a la educación de los niños y jóvenes mexicanos y que no consentirá una sola escuela cerrada en todo el país. Creo que si nos vamos al contenido del discurso, el señor Presidente tiene razón y refleja el sentir de la mayoría de la población. Pero me parece que no es allí donde está el nudo del problema, sino en el hecho de que varios miles de maestros (aunque no alcancen a ser la mayoría del magisterio), haciendo uso de un derecho constitucional, han tomado las capitales de Guerrero y Oaxaca y se han instalado en plantón permanente exigiendo solución a demandas que ellos creen justas. Y es obvio que, si la decisión presidencial ha de cumplirse, sólo hay dos caminos para ello: la negociación eficaz, seria y conducida por ambas partes con inteligencia, flexibilidad y compromiso firme de respetar los acuerdos, o el desalojo violento del plantón. Y es claro, también, que en este último caso, sería indispensable la intervención del Ejército Mexicano, única institución con la autoridad y la capacidad requeridas para un operativo de esa envergadura. Pero ello significaría, casi con seguridad, el comienzo de una espiral de violencia y represión cuya primera víctima sería el proceso electoral en curso, y esto, a su vez, el principio del descarrilamiento del país entero. Por eso, por la tranquilidad y la paz pública de la nación, es necesario que el Gobierno elija el camino del diálogo y la solución negociada. Si no, ¡que Dios nos coja confesados!

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Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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