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Opinión

¿México realmente es PRO-VIDA? Por Itali Heide

Itali Heide

Las opiniones sobre el aborto se encuentran en un espectro. Tal vez creas que no debería de ser permitido en ninguna circunstancia, quizás solo bajo ciertas condiciones, o a lo mejor piensas que todas las mujeres deberían tener acceso a un aborto antes de las 12 semanas de gestación.

Ojo aquí: no estoy tratando de convencerte a que estés de acuerdo con el aborto, mucho menos que abortes. De hecho, todo lo contrario. La raza humana vive en un mundo de diversidad ideológica. Cuando se trata de opinión, hay un área gris. Fuera de juicios que atentan contra la igualdad los derechos humanos en todo ser humano, tienes permitido creer lo que se te dé la gana. Sin embargo, al ser una sociedad con diversidad ideológica, no podemos esperar a que el mundo gire alrededor de nuestra conciencia individual.

Luego de que la Suprema Corte desechara hoy el proyecto para despenalizar el aborto en Veracruz, las redes se inundaron de publicaciones (tanto a favor como a contra), de la despenalización del aborto. El Financiero encontró que el 63% de los mexicanos están contra del aborto legal.

La gran mayoría de los mexicanos están en contra del aborto. / Foto: Sergio Hernández

A pesar de estos números, la despenalización del aborto ha demostrado mejorar la vida en muchos países, incluyendo a México, donde desde el 2007 se puede realizar un aborto de forma legal en la Ciudad de México y en Oaxaca. ¿Qué trajo consigo esta decisión?

Nos enseñó que sin duda, criminilizar el aborto no evita su práctica. Aunque en la gran mayoría de los estados permiten el aborto en instancias muy limitadas, como en casos de violación, malformación fetal, o cuando la vida de la madre está en peligro, hay numerosas barreras que dificultan el acceso a estos servicios.

17 de cada 100 embarazos reportados son en niñas y mujeres debajo de los 19 años de edad.

Se estima que la mitad (54%) de los embarazos no deseados en México terminan en aborto inducido, a pesar de restricciones legales en las entitades. Teniendo en cuenta más de un millón de abortos inducidos por año, de los cuales 226,904 se realizan en clínicas de salud reproductivas, significaría que más del 77% de los abortos se realizan de manera clandestina. Casi el 20% de las mujeres y niñas son hospitalizadas por complicaciones de salud luego de abortos clandestinos.

En las clínicas de salud reproductiva que ofrecen servicios de aborto, se cuenta con asesoramiento anticonceptivo. Más del 80% de las mujeres aceptan el uso de protección sexual o la colocación de dispositivos intrauterinos (DIU), contribuyendo a la baja tasa de abortos repetidos.

Existen 13 clínicas en la Ciudad de México que practican la interrupción legal del embarazo. (Foto: Staff Capital)

Un argumento común que penaliza el aborto, es la insistencia de que en caso de un embarazo no deseado, la mejor alternativa al aborto es dar el bebé en adopción. Desafortunadamente, el sistema de adopción mexicano está en total destrucción: los datos del DIF afirman que de las 29 solicitudes recibidas en 2019, sólo 5 adopciones fueron finalizadas.

México cuenta con 1.6 millones de huérfanos, de los cuales menos del 2% viven en albergues y orfanatos públicos. Estos números pueden parecer menos insignificantes al agruparlos en una gran estadística, en vez de traducirlos a la realidad. Debemos mirar más de cerca: cada uno de esos 1.6 millones de niños tiene una mejor oportunidad de ganar la lotería de 60 millones de pesos en el Sorteo Mayor (1 de 60,000) que de ser adoptado (1 de 320,000).

Las estadísticas muestran una triste realidad para niños huérfanos. / Foto: Juan José Estrada

En un país donde más del 85% de la población pertenece a alguna religión, las cuales en su mayoría no aprueban el aborto, no es sorpresa que el país no esté facilitando el acceso a la salud reproductiva. Independientemente de nuestra ideología individual, la verdad está en los números: al criminalizar los abortos seguros y accesibles, estamos favoreciendo una pesadilla para millones de niños y mujeres en todo el mundo.

El activismo juega un rol importante en la aceptación de la despenalización del aborto. / Foto: NurPhotos

Para realmente terminar con el aborto, se deben averiguar y abordar los temas que realmente lo causan. Dos formas infalibles de disminuir la tasa de aborto son:

  • Proporcionar educación sexual completa, que incluya temas de consentimiento, métodos anticonceptivos y apoyo psicológico.
  • Facilitar el acceso a servicios de salud reproductiva y a métodos anticonceptivos confiables.

Sin importar en qué parte del espectro te encuentras en cuanto al aborto, todos podemos estar de acuerdo en que evitar los embarazos no deseados, es preferible a abortar. Por lo tanto, la solución queda en minimizar su concepción. La solución no es criminalizar un hecho innegable: es proporcionar información, educación y salud reproductiva accesible para TODAS las mujeres.

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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