Con una hielera llena de paletas y tres niños pequeños a su lado, Yudelis Ferreira cruza la calle rumbo al centro de la ciudad, donde buscará vender lo que pueda para sobrevivir. Hace más de dos años salió de Venezuela con la esperanza de llegar a Estados Unidos. Hoy, resignada, dice: “Estamos atrapados”.
Como ella, miles de migrantes —principalmente de América Latina, pero también de Asia y África— han quedado varados en la capital mexicana, atrapados entre el endurecimiento de las políticas migratorias y la falta de opciones viables para avanzar o regresar.
El flujo migratorio hacia el norte se desplomó desde que el expresidente Donald Trump volvió al poder en enero de 2025. A partir de ahí, las deportaciones aumentaron, los cruces se complicaron y las esperanzas de miles se extinguieron. En junio pasado, apenas 9,300 migrantes fueron detenidos en la frontera sur de EE.UU., frente a los más de 96,000 en diciembre de 2024.

Actualmente, alrededor de 5,000 migrantes viven en albergues o viviendas improvisadas en zonas marginadas de la CDMX. Uno de estos refugios, el Vasco de Quiroga, aloja a unas 330 personas, en su mayoría venezolanas, aunque también hay colombianos, africanos y algunos migrantes de la India.
“Tenían una luz al final del túnel, pero ahora esa luz se apagó”, explica Emanuel Herrera, director del albergue, quien reconoce que muchos de los migrantes han pasado por campamentos improvisados que las autoridades han desmantelado por razones de seguridad.

Uno de esos campamentos se levantó frente a la iglesia de La Soledad. Luego, otro se formó frente a la Cámara de Diputados. Ambos fueron desmantelados entre marzo y mayo. Ante esta situación, el gobierno capitalino ha intentado reubicar a los migrantes en albergues más seguros y formales, y ha comenzado a otorgarles credenciales que les permiten abrir cuentas bancarias o acceder a empleos formales.
Aún así, las condiciones son difíciles. Los migrantes viven en dormitorios saturados, con literas de tres niveles y baños comunitarios. Algunos salen a trabajar, otros buscan vender productos en las calles. Los niños juegan en el patio del refugio, dibujan y aprenden idiomas entre culturas diversas. Pero todos viven con la incertidumbre constante de qué vendrá después.

Ferreira y su pareja, Alejandro, han estado en Ecuador, Juárez, Tapachula y ahora en la capital. Esperan un vuelo humanitario del gobierno venezolano para regresar a su país, pero los vuelos son escasos. Mientras tanto, deben seguir luchando por sobrevivir.
Kulqueeb Saim, un migrante indio de 28 años que ha cruzado más de una docena de países, también planea regresar. “Hay muchos problemas en India”, dice, “pero América ya se acabó”.
Los sueños se han frenado. La realidad se impone. Ciudad de México se ha convertido, para miles, no en una escala, sino en un destino inesperado.