Cuando el lenguaje incluyente se excluye a sí mismo
Hace unos días, al recoger a mi hijo de dos años en su escuela, se me informó que podemos donar juguetes para que se utilicen en el patio durante los recreos. Le pregunté a mi hijo “¿estás de acuerdo en que traigamos algunos de los juguetes que hay en casa a la escuela para que los usen -ojo- todos los niños?” Y me responde “Y LOS USEN TODAS LAS NIÑAS” (él es muy efusivo), a lo que respondí “¡Claro, gracias! todos los niños y todas las niñas” y terminó diciéndome “y todas las mamás y todos los papás”.
Mi hijo Noa
Después de esa corta conversación no pude dejar de reflexionar acerca de los usos del lenguaje, y me pareció del todo interesante darme cuenta que en sus inicios nuestro lenguaje, al menos el de mi hijo, es incluyente o no sexista de manera natural. A partir de que desde temprana edad empezamos a distinguir las diferencias de género no podemos generalizar hacia un lado o al otro. Me parece que resultaría totalmente absurdo, al menos para la Marian de dos o tres años, tratar de comprender que habiendo ya aprendido a identificar las diferencias, cuando se trate de niñas y niños se nos generalice en masculino. La verdad es que no recuerdo en qué momento de mi infancia se ancló en mi mente de manera inconsciente que cuando se llamaba a los niños yo también debía atender, mas cuando se llamaba a las niñas solo se referían a nosotras. No pudo haber sido de manera consciente, pues siendo como siempre he sido habría preguntado el porqué y la justificación de que es por fines prácticos no podría haberme convencido de aceptar que me llamaran “niño”.
La Real Academia Española (RAE) como institución no debe haber tenido nunca este tipo de cuestionamientos, porque no tuvo infancia. De hecho, fue fundada en 1713 en España por iniciativa del entonces marqués de Villena Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga quien seguramente tampoco tuvo este tipo de cuestionamientos, pues en su época era lógico pluralizar en masculino ya que las mujeres no participaban en la vida pública ni tenían acceso a la educación. En pocas palabras: lo que hacían los hombres y los espacios que ocupaban no lo hacían ni los ocupaban las mujeres. Desde su fundación, “un total de treinta directores han regido los destinos de la RAE…” (www.rae.es), como dice “directores” y la Academia está a favor de generalizar en masculino, pues no podía saber si de treinta alguna ha sido mujer, entonces investigué y ni una sola mujer la ha dirigido en trescientos años. “Limpia, fija y da esplendor” lee su lema, a mí más que esplendor me sembró duda su propia utilización del idioma. Lo volví a experimentar al leer “miembros” y “académicos”, así que de nuevo investigué y después de leer los cuatrocientos ochenta y tres nombres desde 1713 a la fecha, a menos de que Antonio María sea nombre femenino, fue hasta 1979 en que una mujer, la escritora Carmen Conde Abellán, formó parte activa y reconocida de la RAE. A partir de ahí solo diez mujeres más han pertenecido.
“La actual tendencia al desdoblamiento indiscriminado del sustantivo en su forma masculina y femenina va contra el principio de economía del lenguaje…” , es parte de la justificación, pero no se queden con este extracto, les invito a leer el escrito completo, y en especial el informe sobre Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer. Todo lo encuentran en la misma página web.
Como nota curiosa: consulté el Diccionario de la Lengua Española, el que avala la RAE, y aparece definición para economía animal, cerrada, de escala, del bienestar, de mercado, dirigida, mixta, planificada, política, y sumergida, sin embargo no existe definición para economía del lenguaje o economía lingüística en su propio diccionario.
Sé que hay resistencia al lenguaje no sexista, hay quienes están en desacuerdo y quienes estamos de acuerdo, aunque a mí se me escape muy seguido. Mi tendencia antes de decir sí o no, es tratar de encontrar los porqués. Últimamente he estado leyendo a quienes están en contra escudarse bajo el manto inmaculado de la Real Academia, ello fue lo que me motivó a escarbar en sus explicaciones.
Para finalizar: Yo no sé exactamente cuándo fue que mi lenguaje infantil incluyente se excluyó a sí mismo, lo que sí sé ahora es que si a un niño de dos años la distinción en el lenguaje no le genera dificultades sintácticas ni de concordancia, por el contrario le brinda claridad en sus conceptos, es más sencillo adaptar el mío que confundirle y complicarle el suyo. He ahí otra justificación para el lenguaje incluyente examinada también con fines prácticos.
Mañana es el Día Internacional de la Mujer. Conmemoremos a todas aquellas valientes mujeres que han luchado por que todos los derechos humanos sean para todas.
Gracias por leerme. Hasta la próxima.