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Opinión

¿No está solo? No… Está perfectamente rodeado. Por Lic. Jacques A. Jacquez

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Gritar “¡no está solo!” se ha vuelto el conjuro preferido de Morena para blindar a cualquiera de los suyos señalado por corrupción, abuso de poder o desvíos. Pero en el caso del tabasqueño Adán Augusto López, el coro suena más a autoengaño que a respaldo.

Porque, ¿quién lo acusa? ¿La oposición? No. Quienes hoy investigan y señalan al exsecretario de Seguridad, Hernán Bermúdez -pieza del pasado gobierno tabasqueño, morenista y obradorista- no son enemigos externos. Son sus propios compañeros de movimiento.

El gobernador Javier May, emanado de la 4T, y el actual secretario general de Gobierno -nada menos que el hermano del expresidente López Obrador- han hecho públicas sus sospechas. Este último incluso soltó sin rodeos: “ya está saliendo a flote la podredumbre”. Palabras mayores, viniendo desde dentro.

Entonces, ¿a quién va dirigido ese “no está solo”? ¿Contra quién se defienden? ¿Del mismo gobierno que ayudaron a construir? ¿Del partido que fundaron? Hay algo profundamente contradictorio -rayando en lo esquizofrénico- en blindar a alguien frente a acusaciones que vienen del propio bando.

Lo que presenciamos es un canibalismo político que devora a quienes alguna vez afirmaron “no somos iguales” y que recuerda al PRD en sus últimos días. Morena, que se vendió como regeneración, hoy se consume a sí misma con una velocidad inédita. Ya no necesita enemigos: se despedaza desde adentro.

Así que no, no está solo. Está perfectamente acompañado… por quienes hoy le pasan la factura.

Y Adán Augusto no es el único. La lupa también está sobre otros morenistas que no forman parte del grupo cercano a Claudia Sheinbaum. En esta nueva etapa de la 4T, las diferencias internas no solo se notan: se castigan.

Porque no, tampoco están solos quienes pasean por Tokio, Lisboa o Madrid. Como bien advierte Salvador García Soto, hay un “ojo rubio” que los sigue. Y no es metáfora: se trata del ojo de Marco Rubio y del aparato de inteligencia del gobierno de EE. UU., que parece tener en la mira a varios miembros de la cúpula morenista. No son turistas quienes los exhiben, sino lentes profesionales que captan diputados, secretarios y familiares presidenciales en sus rutas de lujo. Monreal, Mario Delgado, Andy López. Todos espiados, todos expuestos.

Y todos -dato clave- fuera del círculo íntimo de la presidenta. Ninguno de ellos pertenece a su equipo político. Todos, en cambio, forman parte del lopezobradorismo duro que aún disputa el control del movimiento. ¿Coincidencia?

Tampoco está solo Adán Augusto, cuya operación con la Barredora genera más sospechas que consensos. A él también lo siguen, también lo exhiben. Y en el trasfondo de esa vigilancia, no solo aparece un ojo extranjero… también uno muy local. Porque además del ojo rubio, muchos ven en Omar García Harfuch -hoy pieza clave del círculo presidencial- al ejecutor silencioso de una vigilancia interna disfrazada de disciplina política.

Así que no, no están solos. Pero no están protegidos. Están perfectamente rodeados… por los que hoy gobiernan y ya decidieron quién sí y quién no cabe en la nueva era de la 4T.

Opinión

Duarte: de los bares de Chihuahua al Altiplano. Por Karen Torres

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En México y en la política, lo que parece pasado, siempre regresa para explicar el presente. Hay nombres que regresan una y otra vez como si fueran espectros empeñados en recordarnos las fracturas del sistema. Uno de ellos es César Horacio Duarte Jáquez, exgobernador de Chihuahua (2010-2016), figura central de uno de los expedientes de corrupción más voluminosos en la historia reciente del país.

Karen Torres A.

Y ahora, tras años de idas y venidas judiciales, vuelve a los titulares: la Fiscalía General de la República ordenó su recaptura y lo trasladó al penal de máxima seguridad del Altiplano.

Este episodio no ocurre en el vacío. Es parte de una historia que lleva casi una década escribiéndose entre detenciones, extradiciones, procesos fragmentados y una libertad condicional que muchos chihuahuenses vieron como una burla abierta.

Pero también es un movimiento político que envía un mensaje contundente: la nueva administración federal quiere que se entienda que, al menos en la Fiscalía, el viejo pacto de impunidad ya no opera “para algunos”. Y Duarte es la vívida señal, ojalá esto no se trate únicamente de justicia selectiva.

Duarte huyó de México en 2017, cuando la entonces Fiscalía de Chihuahua, bajo el gobierno de Javier Corral, integró al menos 21 órdenes de aprehensión en su contra. Los cargos eran amplios y concretos:

  • Peculado agravado por más de 1,200 millones de pesos,
  • Desvío de recursos públicos hacia campañas priistas,
  • Enriquecimiento ilícito,
  • Uso indebido de atribuciones y facultades
  • Y una red de empresas fantasma operadas desde su círculo íntimo.

Fue detenido en Miami el 8 de julio de 2020 en Estados Unidos. Ahí pasó 2 años mientras se resolvía un proceso de extradición. Finalmente, en junio de 2022, el gobierno estadounidense lo entregó a México bajo cargos de peculado agravado y asociación delictuosa.

Su llegada al país fue presentada por la Fiscalía como un triunfo institucional. Pero para Chihuahua comenzaba un capítulo distinto: la prisión preventiva en el Cereso de Aquiles Serdán, donde Duarte permaneció alrededor de 2 años más, entre audiencias diferidas, cambios de jueces y tácticas legales el caso se fue transformando en un rompecabezas jurídico que pocos lograron seguir con claridad.

Llegó la cuestionada libertad condicional de 2024: 

En agosto de 2024, en una audiencia sorpresiva, Duarte obtuvo libertad condicional bajo el argumento de que llevaba tiempo suficiente privado de la libertad y que su conducta había sido “adecuada”, sin haber recibido sentencia alguna.

La imagen era insólita: un político acusado de desviar más de mil millones de pesos, señalado de haber quebrado fondos públicos y endeudado al estado por generaciones…

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