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Opinión

Nochixtlán: Del conflicto a la oportunidad.

El 19 de Junio de 2016 quedará – al igual que un cúmulo de crímenes de todo orden- marcado con sangre en la historia de México. Mientras una explicación coherente sigue pendiente con respecto a los 43 normalistas desaparecidos el gobierno mexicano enfrenta, de nuevo, una crisis política. Apatzingán, Ayotzinapa, Tlatlaya y ahora Nochixtlán se suma a la lista de violaciones de derechos humanos durante el sexenio en curso.

Por: José Eduardo Ayala Barragán jeyayo@hotmail.com

yayoPese a que no se sabe quién emboscó a quién, el enfrentamiento suscitado en la autopista Oaxaca-Cuacnopalan, a la altura del municipio mixteco de Asunción de Nochixtlán, dejó un saldo de ocho muertos según Roberto Campa Cifrián, subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaria de Gobernación. La versión del Comité de Nochixtlán asegura que son 11 las víctimas y más me medio centenar de heridos de bala.

Sin la intención de entrar en el terreno pantanoso de las versiones lo acontecido en Nochixtlán representa una oportunidad para que la desprestigiada y devaluada clase política cambie de rumbo. Con lo anterior no me refiero a reparar el daño u ofrecer una verdad histórica, que aunque será importante hacerlo va más allá, recae en dar un paso adelante hacia recuperar la confianza entre el pueblo y el gobierno.

Si bien el camino es largo y las negociaciones no se solucionarán de un día para el otro, nadie dijo que gobernar era fácil. Primeramente, tanto el gobierno como la CNTE, a la cual no hay que exonerar de toda culpa, tendrán que dar fin al histórico debate de sordos. Expresiones como “grupos extraños” o “ajenos”, como las que utilizó el gobernador de Oaxaca, Gabino Cué, tendrán que ser eliminadas. En otras palabras, el diálogo no puede partir del desconocimiento de los fenómenos sociales que surgen en un determinado espacio y tiempo, ya que si de algo estamos ciertos es que los acuerdos se generan sí y solo sí a partir del conocimiento.

La verdad y la inclusión de aquellos que han permanecido ajenos a la toma de decisiones son los mecanismos a utilizar para romper la rígida corteza de desconfianza e incertidumbre generada con el paso de los años. En esta lógica la presente administración está ante la posibilidad de que se haga justicia y sobre todo de demostrar su cuestionada capacidad de gobierno. No hay que caer en el error de responsabilizar a las autoridades por todo lo que pasa o deja de pasar.

La ciudadanía, por su parte, tendrá que asumir un rol activo para aumentar su visibilidad que garantice la dignidad del ser y el orden público. Por ende, toda lucha o reclamo que no aporte al crecimiento moral de la sociedad deberá de ser disuelta o ignorada por el razonamiento propio y reflexivo del ciudadano.

En resumen, el conflicto tiene que dejar las armas y utilizar las palabras que se capitalicen en acciones. Por consiguiente, es de los acuerdos y desacuerdos entre el pueblo, una fuente intangible e inagotable de ideas, recursos y posibilidades, y el gobierno que se construirán alternativas de cambio, sin embargo, reafirmo, los debates entre sordos tienen que terminar.

 

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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