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Obama se topa de nuevo con la guerra

El vídeo con la decapitación del periodista norteamericano James Foley, divulgado esta semana, supone un cambio cualitativo: el mensaje es que, de nuevo, el terror llega a Estados Unidos.

El presidente Barack Obama quería desplazar el foco de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos a Asia. Su objetivo, cuando llegó a la Casa Blanca en 2009, era acabar con las guerras que heredó de su antecesor, George W. Bush, y cerrar el capítulo de una década en la que la guerra contra el terrorismo —una expresión que al Administración Obama repudió— salió cara a la primera potencia mundial en tiempo, dinero y sangre.

El ascenso del Estado Islámico (EI) en Siria e Irak fuerza a Obama a modificar sus planes. Este verano el político que hizo carrera con su temprana oposición a la invasión de Irak y que cumplió su promesa al retirar las tropas en 2011 ha enviado aviones para bombardear posiciones del grupo yihadista suní en este país.

El presidente que, tras la muerte de Osama bin Laden en 2011, celebraba que Al Qaeda estuviese “diezmada” y “en el camino de la derrota” afronta ahora una escisión de Al Qaeda, el EI, que aspira a crear un califato en Oriente Medio y, según el Pentágono, es “una amenaza inminente” a los intereses de Estados Unidos en todo el mundo.

El vídeo con la decapitación del periodista norteamericano James Foley, divulgado esta semana, supone un cambio cualitativo: el mensaje es que, de nuevo, el terror llega a Estados Unidos.

“Si vais a por norteamericanos, iremos a por vosotros, estéis donde estéis”. La frase no es del republicano Bush, proclive a esta retórica combativa. Es de Ben Rhodes, el joven viceconsejero de Seguridad Nacional del demócrata Obama: su portavoz en cuestiones de seguridad.

En una rueda de prensa, Rhodes confirmó el viernes lo que el día anterior dijo el general Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto: Estados Unidos contempla ataques contra el Estado Islámico en Siria, país excluido hasta ahora de la intervención aérea en el vecino Irak.

“¿Se les puede derrotar sin confrontar a la parte de la organización de reside en Siria?”, se preguntó Dempsey. “La respuesta es no”. No hay planes concretos todavía, ni está clara cuál sería la estrategia para intentar derrotar al EI. Fatigados de guerras, los norteamericanos rechazan enviar tropas a países lejanos.

Pero si Estados Unidos bombardease en Siria, sería una doble rectificación: por intervenir en un país que el presidente descartó hace un año bombardear cuando todo estaba a punto para hacerlo, y por bombardear no al régimen de Bachar el Asad, como planeaba hacerlo entonces, sino a los enemigos más fieros del dictador alauí, el Estado Islámico.

Otra rectificación: hasta ahora el objetivo de los bombardeos de Estados Unidos en Irak ha sido no derrotar sino contener el avance del Estado Islámico, que se acercaba a Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, e impedir el exterminio de la minoría yazidí. Las palabras de los jefes del Pentágono y del presidente Obama esta semana indican que la derrota del Estado Islámico está en la agenda de la primera potencia.

Si no la guerra contra el terrorismo, un término que sigue vetado en la Casa Blanca, la lucha contra grupos yihadistas vuelve a monopolizar los esfuerzos de Estados Unidos. “Osama bin Laden está muerto, así como la mayoría de sus lugartenientes. No ha habido ataques a gran escala contra Estados Unidos y nuestro país está más seguro”, decía el año pasado Obama en un discurso sobre terrorismo. “Nuestras alianzas son fuertes, así como nuestra posición en el mundo. En suma, estamos más seguros gracias a nuestros esfuerzos”.

El optimismo sobre las relaciones internacionales —era posible entenderse con otros países, Estados Unidos ya no afronta amenazas existenciales— queda lejos. Con el vídeo del asesinato de Foley y el regreso a Irak, los fantasmas del 11-S regresan a Estados Unidos. Aquella etapa no estaba cerrada. Irak y el antiterrorismo demuestran que para los presidentes no resulta tan fácil cortar en seco con sus antecesores. Obama intentó hacerlo. Lo primero que hizo al llegar a la Casa Blanca fue prohibir las torturas y anunciar el cierre de Guantánamo.

Pero Guantánamo sigue abierto y las investigaciones sobre las torturas de la CIA siguen ocupando al Congreso. La sombra de George W. Bush sigue definiendo el campo de acción de Barack Obama.

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Muere Alberto Fujimori, expresidente de Perú

lberto Fujimori, expresidente de Perú, murió a los 86 años este jueves 11 de septiembre, luego de una lucha contra el cáncer que duró años.

La familia del exmandatario condenado y señalado de abusos contra los Derechos Humanos fue quien informó la muerte a través de las redes sociales de su hija, Keiko Fujimori.

“Después de una larga batalla contra el cáncer, nuestro padre, Alberto Fujimori acaba de partir al encuentro del Señor. Pedimos a quienes lo apreciaron nos acompañen con una oración por el eterno descanso de su alma”, externó Keiko Fujimori, excandidata a la Presidencia de Perú.

Minutos antes, el abogado de Fujimori, Elio Riera, se adelantó a la familia y escribió su propia despedida al exmandatario en la red social X.”Señor presidente, gracias por todo. Descanse en paz. Su legado perdurará en la historia”, expresó Riera, que lo representaba en un nuevo juicio oral por la matanza de Pativilca perpetrada en 1992.

Su amistad para mí será eterna. Recordaré siempre sus palabras: logramos el objetivo. Hasta pronto mi gran amigo”, agregó el letrado.

Alberto Fujimori quería buscar nuevamente la Presidencia de Perú en 2026 a pesar de su condición de salud.

¿Quién fue Alberto Fujimori?

Nacido el 26 de junio de 1938 en Lima, Perú, Alberto Fujimori fue presidente de dicho país entre 1990 y el 2000.

El primer hijo de japoneses en llegar a ser jefe de Estado de otro país en el mundo por voluntad popular fue elegido tres veces como presidente de Perú desde 1990 a 2000. Fujimori pasó sus últimos meses de vida en libertad al beneficiarse de un indulto humanitario que permitió su excarcelaciónen diciembre de 2023 tras pasar 15 años en prisión con cargos por asesinato.

Durante sus mandatos —el último de ellos de menos de un año— aplicó duras medida de ajuste económico, pero mantuvo altos niveles de popularidad. Sin embargo, en el año 2000, tras fuertes cuestionamientos internacionales por abusos a los derechos humanos, huyó a Japón y renunció por fax.

Después, el exmandatario fue condenado a 25 años de prisión, en 2009, con cargos por asesinato que lo señalaban como responsable de la creación y financiación en su gobierno de un escuadrón militar clandestino que mató al menos a 25 personas —entre universitarios y vecinos de un barrio de la capital, incluido un niño— a quienes consideraron exguerrilleros de Sendero Luminoso.

Su ascenso rápido al poder ocurrió en medio de la ruina económica en la que se encontraba Perú en julio de 1990, al término de los cinco años de gobierno de su antecesor Alan García. En agosto de ese añola inflación mensual llegó a 397 por cientoy el país soportaba una década de sangriento conflicto armado interno entre las fuerzas de seguridad y los grupos terroristas Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru

“Enfrentó al terrorismo, controló la hiperinflación y hasta el momento se sigue su línea económica para bien o para mal”, dijo a The Associated Press Yusuke Murakami, profesor de ciencia política en la Universidad de Kyoto y experto en Fujimori.

Decepcionados de los partidos políticos que no acabaron con el caos que se vivía, los peruanos eligieron como presidente en 1990 al ingeniero agrónomo Fujimori, quien entonces era un desconocido profesor de matemáticas en la Universidad Nacional Agraria de La Molina. Venció en segunda vuelta al premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa.

Le decían “el Chino” por sus ojos rasgados y su tez morena, que lo acercaban a la mayoritaria población de Perú: los mestizos e indígenas.

Fujimori, quien cumplió 86 años el pasado 28 de julio, abandonó en diciembre pasado la cárcel de Lima en la que cumplía una condena de 25 años por delitos de lesa humanidad, luego de que el Tribunal Constitucional (TC) restituyera el indulto humanitario que le otorgó en 2017 el entonces gobernante Pedro Pablo Kuczynski (2016-2018).

Esa decisión fue adoptada en desafío a las órdenes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH).

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