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Opinión

Opinión: El compañero Javier Corral

Por Frida Gómez.

En la Ciudad de México, el exgobernador de Chihuahua, Javier Corral no es un ciudadano sino un “compañero”. No necesita amparos ni recursos legales contra actos arbitrariospues su militancia resulta ser talismán suficiente para recibir protección inmediatay de primera mano. Así que la escena que observamos este lunes 14 de agosto tiene dos grandes verdades sobre legalidad en las que no cabe el fanatismo y otras más sobre poder.

¿Tiene la Fiscalía Anticorrupción de Chihuahua facultades para actuar en la Ciudad de México? No. Para Corral o para cualquier ciudadano, la única autoridad facultada para investigar y realizar detenciones en la CDMX es la policía de investigación de la Fiscalía local, la ruta legal y correcta es el oficio de colaboración aceptado por la Fiscalía capitalina, a solicitud de la Fiscalía de la que emana la solicitud. Aquello de trasladar a funcionarios foráneospara cumplimentar una orden no es ni legal ni correcto.

¿Eso convierte a Javier Corral en inocente?

Tampoco. El hecho de que la Fiscalía de Chihuahua haya viciado la detención con un intento irregular de ejecutar una orden de aprehensión librada por un juzgador que tuvo que encontrar elementos suficientes con apariencia de delito para seguir adelante, no convierte todo el asunto en la inocencia automática de Corral. Tampoco tendría que ser una “venganza” de Maru Campos, la gobernadora actual, porque en esencia, las afirmaciones presidenciales serían suficientes para pensar en el uso faccioso de las instituciones por parte de ambos, tanto de Morena al trasladar a Javier Corral en compañía del mismísimo fiscal Ulises Laraigual que de quienes instruyeron y revisaron esa causa penal. ¿Se entiende la importancia de tener Fiscalías y juzgadores independientes? El hecho de que la justiciase aplique a contentillo político, para los enemigos y nunca para los amigos, es una señal de que, en nuestro país, la seguridad jurídica y el Estado de Derecho son mitos.

Peor en momento en que los juzgados muestran su peor cara librando al agresor de Lydia Cacho, Mario Marín en Puebla y con la intentona de librar al agresor de la saxofonista María Elena Ríos, el priísta también Vera Carrizal. ¿La diferencia? Que la sobreviviente al ataque con ácido es diputada suplente de Morena y a diferencia de Cacho, las condenas de los dirigentes de ese partido tuvieron la influencia suficiente para que el Consejo de la Judicatura de Oaxaca revocara la orden de liberación con rapidez sorprendente, unas horas después de que se dictara en audiencia la cínica absolución. Es decir que en este país, además de que la ley es mítica y aplicada a capacidad política, la justicia también resulta ser una “virtud compañera y militante” que solo está garantizada para quienes juegan en el mismo equipo que Morena, aunque la regla básica de civilidad democrática sea que se gobierna para todos y que la ley se aplica, tanto en investigación de alguien como protección, por igual.

Lo que no fue apegado a Derecho, innecesario inclusive y desgastante para la figura del Fiscal capitalino, fue su aparición protegiendo a Corral y transportándolo en su propio vehículo, que, aunque no sea en estricto sentido “encubrimiento”, si deja a un lado los principios básicos de conducción de una Fiscalía que ha tenido sobradas crisis de legitimidad, acusada de favorecer a los amigos y perseguir a los enemigos.

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Y si es que es o no venganza política, a quien le corresponde determinar si se cometieron los delitos de los que se acusa a Corral, que son peculado y corrupción, es a uno o varios juzgadores, uno de primera instancia y si fuere apelada esa decisión, al órgano colegiado de tres magistrados local y después al Poder Judicial de la Federación. No corresponde al presidente sugerir que los delitos son inexistentes porque, por un lado, no le consta y por otro, probablemente sus adversarios estén cumpliendo con una función preventiva al advertirle que con el chihuahuense se está echando un alacrán a la bolsa. ¿Acaso la militancia de Morena es una absolución mucho más efectiva que un amparo?

Parece ser que sí y no es algo bueno ni saludable para nuestro frágil e inobservado sistema de justicia. Es decir que, después de todo, quienes llevamos semanas denunciando un posible pacto de impunidad para Mario Marín a raíz del ascenso al poder de su ahijado, Alejandro Armenta en Puebla no estábamos tan equivocados. Este jueves amanecemos con un Poder Judicial de Oaxaca que políticamente reculó y modificó su decisión, evitando cometer una atroz injusticia en contra de María Elena Ríos y esa misma voluntad política debería imperar para todas las víctimas.

Aunque lo absurdo sea que al hablar de inculpados, tengamos que plantear el convencimiento de las voluntades políticas y no así el imperio de la ley.

Opinión

Día de Muertos, un abrazo eterno al recuerdo. Por: Sigrid Moctezuma

El Día de Muertos es más que una tradición en México; es una celebración profundamente arraigada en la identidad cultural del país. En esta fecha, el 1 y 2 de noviembre, las familias se reúnen para honrar y recordar a sus seres queridos que han partido. A través de altares decorados, ofrendas con alimentos y bebidas, y la presencia de flores de cempasúchil, la sociedad mexicana ha idealizado esta celebración como una forma de mantener viva la memoria de aquellos que ya no están, convirtiendo el luto en una manifestación de amor y respeto.

En un mundo que a menudo se siente apresurado y desconectado, el Día de Muertos actúa como un ancla emocional, recordándonos la fragilidad de la vida y la importancia de las relaciones humanas. Los mexicanos hemos transformado el duelo en un acto de celebración. Pasamos de temer a la muerte, a recibirla con los brazos abiertos, como a un amigo que regresa por un breve instante; haciéndonos reflexionar y valorar lo efímera que es la vida.

Las celebraciones cobran vida con especial intensidad en lugares emblemáticos como la Ciudad de México, Oaxaca, Pátzcuaro, San Andrés Mixquic y Guadalajara. En la capital, el Zócalo se convierte en un punto focal de festividades con su famoso Desfile de Día de Muertos, mientras que en Oaxaca las tradiciones se manifiestan a través de mercados llenos de productos típicos y altares en los panteones. Pátzcuaro destaca por sus rituales ancestrales en el Lago, y San Andrés Mixquic es conocido por su auténtica celebración llena de velas y misticismo.

El 82% de los mexicanos considera que esta festividad es una tradición que debe preservarse, y más de 5 millones de turistas visitan diferentes destinos en México para participar en las celebraciones cada año. Lo anterior refleja la conexión emocional que se tiene con la fecha y el creciente interés internacional.

La idealización de esta fecha también refleja un profundo sentido de comunidad. Las calles se llenan de vida, música y color, mientras las familias se reúnen en los panteones y en sus hogares. La elaboración de altares se convierte en un acto de amor colectivo, donde cada elemento tiene un significado especial. Las fotografías de los difuntos, las comidas favoritas y los objetos personales cuentan historias y reviven memorias, reforzando la idea de que quienes han partido siguen siendo parte integral de nuestras vidas.

Además, la difusión internacional ha permitido que otros países reconozcan y celebren esta tradición, lo que ha fortalecido el sentido de orgullo nacional. La UNESCO declaró esta festividad como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2008, un reconocimiento que nos recuerda la riqueza de nuestras tradiciones y la importancia de preservarlas.

Sin embargo, también es fundamental reflexionar sobre cómo puede ser una oportunidad para abordar temas más profundos como el duelo y la pérdida. En un contexto global en el que la muerte a menudo se evita, el Día de Muertos se erige como un espacio para dialogar sobre el sufrimiento, la memoria y la esperanza. Nos invita a ser más empáticos y comprensivos con el dolor ajeno, al reconocer que todos llevamos consigo la carga de la pérdida.

En conclusión, el Día de Muertos en México es una celebración que trasciende el tiempo y el espacio, creando un puente entre lo terrenal y lo espiritual; y nos enseña que la muerte no es un final, sino una continuidad del amor y el legado que dejamos en aquellos que nos rodean. Cada altar, cada ofrenda y cada recuerdo compartido se convierten en un abrazo eterno que trasciende las barreras de la vida y la muerte. Es un momento sagrado donde, por un instante, las almas regresan a casa, y nos recordamos mutuamente que el amor es el hilo que nunca se rompe, y que en cada celebración, los muertos nunca están realmente ausentes; siempre vivirán en nuestras memorias y en la esencia misma de nuestra cultura.

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