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Opinión

Opinión: La espera en la sala de espera, por Nancy Toledo

Pareciera que su función va completamente en contra de su nombre. Nadie quiere esperar aquí. Muy pocas veces nos sentimos cómodos en este lugar.

Siempre estamos expectantes, inquietos, ansiosos. Como si el tiempo que transcurre en esta sala no fuera nuestro. Queremos que avance lo más rápido que se pueda. Que se vaya sin sentirlo.

Pero este tiempo es igual de útil, igual de nuestro que cualquier otro momento. Yo a veces me lo saboreo…y aprovecho para hablar con alguien, escribir o leer algo. Para hacer cosas que en el transcurso del di?a me resulta casi imposible.

Bueno. Proyectémoslo a los momentos de espera en la vida. Esas “salas” en las que a veces nos quedamos por días, meses o años. Ese tiempo cuando a pesar de nuestro trabajo y esfuerzo, no toca nada más que esperar.

Si esta pandemia nos está enseñando algo. Es precisamente eso. Hay cosas que pueden o tienen que esperar. Así como otras que no esperan por nada, ni por nadie.

Hay que ser conscientes del lugar en el que estamos. Esperar por algo no impide hacer otra cosa. Tal vez es momento de hacer lo que en el transcurso la vida no nos daba tiempo…

Y no es malo sentirte cómodo en estos lugares intermedios. Nos damos muy poco permiso de estar quietos. Sentir tranquilidad en momentos de dudas e incertidumbre, es también un trabajo.

Hay que transformar esa impaciencia en calma. Esa inquietud en energía. Saber en que? nos estamos convirtiendo. Porque esa es una realidad. Todo el tiempo nos estamos convirtiendo en algo. Estamos siendo alguien. Estoy segura que en esta calma se puede descubrir algún gusto o talento nuevo. Una oportunidad de trabajo, o simplemente entender por fin que es lo que ma?s importa en tu vida.

Solo tú puedes decidir quien quieres ser, que quieres hacer. Está en ti sentirte listo y feliz en esta espera, porque no sabemos qué vendrá cuando, por fin llamen nuestro turno.

Nancy Anahi Toledo Rascón
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Instagram @eso.pienso

Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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