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Opinión

Opinión: La pandemia de los niños, por Nancy Toledo

Lo que todos estamos viviendo, lejos de poderse llamar temporal, se ha convertido en un estilo de vida.

Los ajustes que tuvimos que hacer a nuestra vida al comienzo de esta pandemia, han seguido alargándose y modificándose tanto, que ya no son “medidas” de precaución solamente. Es una forma de vivir.

Los trabajos, comercios y lugares de recreación han tenido que cambiar, y volver a cambiar las reglas en su operación. Hay mamparas que separan los mostradores de clientes, las mesas en los restaurantes más alejadas, el aforo restringido en las tiendas… sin embargo las escuelas no han vuelto.

Ni poco, ni mucho. No hay medida, restricción o ajuste que sea válido para que los niños vuelvan a las instalaciones. Aunque sea por unas horas, por unos días, con el mínimo de aforo, con distancia y medidas de seguridad. Simplemente no hay tregua para la educación.

Soy mamá, y lógicamente cuido a mis hijos. No me gustaría poner en riesgo a mis niños, ni a los de nadie. Pero no puedo negar que este tema se ha relegado de manera notoria.

Los niños también están viviendo esta pandemia y sus consecuencias…las mamás hemos tratado por todos los medios de suplir las limitantes que hoy tienen.

Lo veo con mis amigas, lo vivo como mamá. Todas estamos gozando el tiempo con los niños, pero buscando la manera de que ellos tengan sus espacios, sus momentos de recreación, su aprendizaje…no podemos suplir a las maestras en cosas fundamentales. No podemos suplir los juegos con sus compañeros por tanto tiempo.

Tengo la esperanza que la pandemia vaya tomando otro rumbo…y que pronto podamos ajustar una vez más este estilo de vida que hoy llevamos. Que el bienestar de los niños, su educación y desarrollo sea considerado una prioridad.

Por lo pronto, me repito que no queda más que hacer que vivan felices este tiempos. Se que nosotros los atesoraremos en el futuro… este tiempo tan juntos, tan intenso, tan lleno de responsabilidades, aprendizaje y momentos valiosos.

Nancy Anahi Toledo Rascón
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Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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