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Opinión

Opinión: Salvemos a quien puede salvar el mundo por Nancy Toledo

Cada vez que creo que ya nada me va a sorprender, aparece una terrible noticia con un hecho que me deja helada y sorprendida.

Cuido mucho lo que leo y veo en internet porque procuro mi paz mental…pero hay cosas que simplemente no puedes dejar de saber, y definitivamente son hechos que roban la paz del mundo.

Me rehuso a pensar qué hay tanta gente mala. Porque los actos que estamos viendo, están motivado por mucho rencor…odio escondido en otras palabras.

Estoy segura que la mayoría de ellos, han sido de alguna manera maltratados, porque no me cabe en la cabeza, que en la naturaleza de alguien -de tantos- exista tanta maldad.

Es una cadena de agresiones, en un mundo lleno de injusticias, y parece que lejos de disminuir, va en aumento. Más gente involucrada, y mucha más…dañada.

No tocó temas de este tipo, porque ni estoy enterada a detalle, ni me atrevo a opinar de cosas tan delicadas. Solo que me conmueve tanto, y esta es mi aportación.

Lo primero que debemos de hacer con nuestros hijos es QUERERLOS!!

Educarlos si, sensibilizarlos a lo que existe ahí afuera también. Pero primero que nada debemos llenarlos de AMOR!.

Los niños son lo más sagrado que la humanidad tiene. Cuídalos. Quiérelos. Edúcalos. Hazles sentir que pueden salvar el mundo…porque quizá, puedan hacerlo!

Hay que hacerles saber que el mundo es bueno, que la gente ama, que si te amas a ti mismo NADA te puede molestar, que si amas lo qué haces, a la naturaleza, a los que te rodean…nadie sería capaz de hacer daño y odiar a los demás.

Amor! Eso…eso es lo que le está faltando al mundo! Haz lo que te toca. Empieza por ti, por tu familia, por tus hijos. Hagámoslo por todos los niños, que son el presente y futuro del mundo.

Nancy Anahi Toledo Rascón
Facebook.com/esopienso
Instagram @eso.pienso

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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