Vivía humillada. Insultada. Maltratada. «¡Puta!, ¡marrana!, ¡que te acuestas con todo el que pillas!», le gritaba su madre mientras la golpeaba. «Como cuentes algo te voy a cortar la lengua», le susurraba su padrastro tras violarla una y otra vez. Pero Benita aguantaba, aterrorizada, en esa casa infernal de Arquillos (Jaén) donde sufría palizas y abusos desde los 13 años. No conocía otro mundo.
«Prácticamente no se relacionaba con nadie de fuera», narra un guardia civil después de que la joven reuniera el valor suficiente para huir. Ahora, pasados dos años, intenta reconstruirse a sí misma. Comparte piso y tiene trabajo. Pero recibe tratamiento psicológico y su «desgarrador» relato, subrayan los magistrados que juzgaron su caso, volvió a deshacerla en lágrimas este octubre, cuando sus padres se sentaron en el banquillo de los acusados. Acaban de condenarlos a 16 años de prisión.
«Benita llevaba mucho tiempo pensando en irse de casa. Pero no podía. Tenía muchísimo miedo», se arranca Celia Megía, la abogada de la Asociación de Mujeres Víctimas de Violencia Sexual (Amuvi), que la ha acompañado durante los últimos meses. La letrada se remonta hasta el 7 de julio de 2014, el día en que la joven dio definitivamente un paso adelante y se escapó. Apenas sumaba entonces 19 años. Aquella mañana se levantó como cada jornada para vestir y cuidar a sus hermanos pequeños. A su madre, María del Carmen Ortega, que seguía en la cama, le dijo que se quedara acostada. Pero ella reaccionó con violencia. Sintió que la desafiaba.
«Eres una perra, una puta, una zorra…», escuchaba la joven mientras se protegía de los puñetazos que le caían por todo el cuerpo. «Te has acostado con los hombres que te ha dado la gana», repetía la madre, que la agarró del cuello y comenzó a apretar hasta dejarla sin respiración. Entonces paró. Solo unos segundos. Porque cogió la fregona y volvió para golpearla con ella. Como ya había ocurrido tan solo una semana antes, cuando empezó a tirarle botellas de coca-cola de dos litros rellenas de agua y le rompió en la espalda el palo del mocho. «Esa era su vida desde que murió su padre biológico cuando tenía nueve años: un auténtico infierno», recalca Megía.
Esas palizas fueron las últimas. Benita quería acabar con las pesadillas que la atormentaban por la noche, con los intentos de suicidio que le venían a la cabeza… «Hizo un gran acto de valentía. Rompió con el bucle en el que estaba», subraya uno de los primeros agentes que investigó su desaparición. Porque la joven dijo que se iba a tirar la basura. Y se marchó. Sola. «Pasó dos noches a la intemperie», cuenta su abogada. Se escondió en un tubo de desagüe bajo una carretera. Hasta que la encontró un vecino, testigo protegido durante la causa: «Estaba llena de cardenales. Sucia. Fatigada. Le dije de ir al cuartel [de la Guardia Civil] a explicar las cosas. Pero ella no quería porque decía que, si iba, la iban a llevar a su casa. Y, que si la llevaban a su casa, se suicidaba».
La búsqueda
Pero sus padres no pretendían dejarla escapar. Ortega y el padrastro, Pedro Antonio Fernández, denunciaron la desaparición de la joven y organizaron batidas de búsqueda. Decenas de voluntarios se sumaron a ellas, además de efectivos de la Guardia Civil, Protección Civil y Bomberos. «Comenzamos a rastrear su teléfono y los repetidores nos indicaron que seguía en Arquillos», destaca un agente del equipo de Policía Judicial del instituto armado de la Comandancia de Jaén, que abrió una investigación paralela para averiguar las causas de la huida. «Cuatro días después, localizamos al vecino que la había ayudado y este nos indicó dónde estaba Benita».
Parece que las palizas eran un secreto a voces en Arquillos y nadie hizo nada
CELIA MEGÍA, ABOGADA
La chica se encontraba a salvo en un palomar. «Estaba fatal, con hematomas por el cuerpo. No paraba de llorar y no quería volver a su casa», subraya uno de los guardias civiles que la halló. Entonces, Benita relató todas sus penurias. No solo los golpes y puñetazos. También los continuos abusos sexuales que padecía. Su padrastro la manoseaba, la obligaba a ver películas pornográficas y a practicarle felaciones. «Su madre era plenamente consciente y consentidora, llegando incluso a promoverlas», subraya la sentencia, que describe cómo Ortega enseñó a su hija, cuando solo tenía 13 años, a masturbar a Fernández. Y cómo, cuando ella no tenía ganas de mantener relaciones con su pareja, le decía «que se follara a la niña, que para eso tenía mujeres en casa».
El «calvario» de Benita, en boca de los jueces, acabó el día que huyó. «Cuando me fui, no quería volver porque tenía miedo de que me mataran de tanto como me pegaban», dijo durante el juicio. Tras escapar, ingresó en una casa de acogida. Tenía síntomas de ansiedad y depresión, enormes dificultades para dormir e, incluso, sentimientos de culpabilidad. Ahora, ya en un piso compartido, trata de rehacerse y olvidar su barrio de Arquillos, una localidad de apenas 1.900 vecinos. «Donde, según parece, las palizas eran un secreto a voces. Y nadie hizo nada», concluye su abogada.
CONDENADOS A 16 AÑOS DE CÁRCEL
La Audiencia Provincial de Jaén ha condenado hace apenas un mes a 16 años de cárcel a la madre y al padrastro, María del Carmen Ortega y Pedro Antonio Fernández, de 45 y 37 años, por dos delitos de maltrato y otro de agresión sexual. Los jueces tuvieron en cuenta las pruebas periciales, las médicas, las psicológicas y las declaraciones de los distintos acusados y de los testigos.
Uno de los hermanos pequeños relató, por ejemplo, que la chica lloraba mucho por las palizas y agresiones que recibía en su casa, donde vivía la pareja con las dos hijas del matrimonio anterior de Ortega —entre ellas, la víctima— y los tres niños pequeños que tenían en común. La Guardia Civil sospecha que la otra hermana de Benita también sufrió agresiones, pero no quedó acreditado en el juicio.