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Opinión

Peña Nieto: ¿oasis o espejismo? por Victor M. Quintana S.

PEÑA NIETO: ¿OASIS O ESPEJISMO?

Por: Víctor M. Quintana S.

El gran mérito de los informes presidenciales es que revelan la distancia que hay entre el país que se nos quiere hacer ver desde el poder y el país realmente existente, el que vivimos  y padecemos. En el tercer informe de Peña Nieto es evidente que, visto desde su oasis, el desierto en que vivimos la mayoría de los mexicanos es un espejismo; pero visto desde nuestro desierto, su oasis es el espejismo.

Puede ser que, al comenzar el sexenio, el oasis no era todavía un espejismo. Era una especie de tierra prometida a un pueblo que tenía ya 30 años vagando por los desiertos de las políticas de ajuste estructural, de salarios que no crecían y pobreza que no disminuía. Un pueblo que, encima tenia sobre sí seis años de guerra contra el narcotráfico con su cauda de masacres y desapariciones. Aunque había más razones para el escepticismo, se imponía el wishful thinking: un pensar deseando que las promesas se cumplieran.

A sellar esa visión prometedora contribuyeron también la prensa extranjera, con su “mexican moment”, y las loas a las intenciones reformistas del nuevo presidente, así llegara empujado por la más enorme y sofisticada compra de votos de que se tenga memoria. Y, sobre todo, el que los dos principales partidos fuera del gobierno: el PAN, a la derecha, y el PRD, a la izquierda, confirmaran la apuesta por Peña Nieto celebrando el Pacto por México para subirse al carro de las reformas. Del apretón de manos de aquel diciembre les quedó a los líderes panistas y perredistas una marca al fuego que ni los más estridentes deslindes pueden borrar.

Metieron toda la carne al asador por las consabidas reformas. Para salvar un poco la cara, el PAN no apoyó la fiscal y el PRD no apoyó la energética. Aun así, el concurso de uno u de otro fue decisivo para que el PRI restablecido en el poder saliera triunfante con dos orejas y rabo…mismos que se les están pudriendo en las manos. Porque en este país de poco sirve reformar si no se le confiere primero credibilidad al gobierno con hechos contundentes contra la corrupción. Guatemala acaba de mostrar que nos lleva años de ventaja en la materia: no tendrá tantas leyes contra la corrupción, no tendrá un zar (zarecito) contra la corrupción, como Virgilio Andrade, el amigo de Peña Nieto, pero acaba de deponer al presidente de la república y de llevar a la cárcel a la vicepresidenta.

Las reformas en materia fiscal, económica y energética, no han logrado  dinamizar la trastabillante economía del país. El gobierno de Peña Nieto lleva una tasa de 1.4% de crecimiento anual promedio, contra un 1.8 del sexenio de Felipe Calderón y un 2.3% del sexenio de Fox. El más  mediocre de los mediocres. Ha generado un millón 400 mil empleos en tres años, cuando esa cifra es la que se requiere tan sólo para dar cabida a todos quienes llegan al mercado de trabajo cada doce meses; 2014 fue el año en que menos empleos se crearon desde 2006. El peso se ha devaluado casi un 50%, en buena parte por “factores externos”, pero, eso no sucedería con una economía más sólida, por ejemplo, que no tenga que importar 27 mil millones de dólares anuales en alimentos básicos, 5 mil millones de dólares más de lo que nos llega por las reservas de nuestros migrantes. Adicionalmente, nuestras reservas se disminuyen en varios cientos de millones de dólares diariamente porque el Banco de México los vende a precio subsidiado a los ricos para que no dé más tumbos nuestro maltrecho peso.

El espejismo que vendieron Peña Nieto y sus aliados el PVEM y el PAN en materia de reforma energética es que estas reformas dinamizarían como nunca la economía. Incluso propusieron dos escenarios de crecimiento: uno sin reformas y otro, con reformas. Las impusieron, cedieron demasiado y no logramos nada: la ronda uno de subasta de concesiones de explotación de hidrocarburos sólo arrojó dos asignados de trece disponibles. La economía, lejos de reactivarse, se estanca a ritmos inferiores incluso a los que nos había dicho crecería sin reformas.

La prueba del fracaso de la política social es el reciente relevo de Rosario Robles al frente de la SEDESOL: tan sólo entre 2012 y 2014 el número de pobres de este país aumentó en dos millones. Desde 1992 el porcentaje de pobres se ha mantenido prácticamente el mismo, y, sin embargo, cada vez se gasta más en programas sociales asistenciales. Más dinero en lo social produce más pobres; más dinero para agricultura genera más importaciones de alimentos, ese es el gran contrasentido de la política neoliberal de Peña Nieto.

El informe oculta que nuestro gobierno tiene dos baldones ante la opinión púbica internacional: el primero, la inseguridad y atropellos a los derechos humanos; el segundo, la corrupción. El número de homicidios dolosos en lo que va del sexenio –según el semanario Zeta, de Tijuana, la fuente más confiable al respecto- supera ya los 52 mil, más que en el mismo período de tiempo, ya sea al principio, ya sea al final del régimen de Felipe Calderón. La Segob reconoce más de 25 mil desapariciones forzadas en todo el país, en primer lugar, la de los 43 de Ayotzinapa. Hay casos emblemáticos donde está comprobada la intervención de fuerzas del Estado en la masacre: Apatzingán, Tanhuato, Tlatlaya, Ostula. Somos líderes internacionales en asesinato de periodistas, más que el Estado Islámico.

La raíz de que todo lo anterior no se mejore o se empeore, es la corrupción medular en el aparato de Estado. ¿Cómo se puede animar un inversionista extranjero en invertir en México si la agencia de noticias financieras Bloomberg destapa el conflicto de intereses del Secretario de Hacienda cuando una empresa le regala prácticamente su mansión dominguera de Malinalco? ¿Cómo aventurarse a entrarle al negocio de la energía cuando los primeros que llegan ahí son los propios “reformadores”, tanto del PRI como del PAN, con Fox a la cabeza? ¿Cómo confiar en el gran programa de Peña Nieto, el de la infraestructura, si en todos los casos hay empresas favorecidas como HIGA u OHL?

A Peña Nieto le faltan muchas cosas, pero la más importante es la confianza de su pueblo. Si algo tuvo la ha ido perdiendo de forma más acelerada que el peso su valor. Eso le provoca terror. Por eso, en su largo mensaje político del Tercer Informe arremete duro contra “el populismo”. A falta de argumentos, buenas son las diatribas. No tiene punto de defensa, por eso ataca, y ataca a quien es el más peligroso de sus críticos y más seguro contendiente para 2018: López Obrador. Pero,   ¿Peña Nieto sabrá de veras qué es el populismo? ¿Habrá ya leído su primer libro al respecto? ¿Tendrá un análisis siquiera somero de lo que significaron los regímenes de Cárdenas, Getulio Vargas y Perón para México, Brasil y Argentina, respectivamente? ¿O se dejará llevar por la más ramplona sabiduría convencional y considerará “populista” al lamentable ejercicio autoritario de Luis Echeverría?

A mitad de su gestión, Peña Nieto tiene por qué estar muy preocupado. Y más le vale salir de su oasis porque el 2018 no será un espejismo. Ni el 2017, ni el 2016.

 

 

 

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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