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Opinión

¿Por qué Marian Quintana escribe una columna en Segundo a Segundo?

Me presento…

Hola lectoras y lectores. Hace algunos días, mi buen amigo Caleb Ordóñez, propietario y fundador de este medio digital, me propuso escribir una columna semanal. Supongo me hizo el ofrecimiento debido a lo interesantes que son nuestras pláticas, y principalmente porque él considera que mi punto de vista acerca de ciertos temas de la vida resultan de pronto curiosos y hasta sorpresivos. Lo pensé (toda una mañana) y decidí aceptar el reto de poner por escrito mis reflexiones sobre lo que ocurre en nuestro entorno y compartirlas abiertamente en un medio accesible a un gran porcentaje de la población.

Tengo 34 años, nací en Guadalajara, Jal. Tengo un hermano cinco años mayor y puedo asegurar que nadie en el mundo me conoce como él, a él sí mis opiniones no le resultan ni curiosas ni sorpresivas. Mi mamá y mi papá fueron jóvenes activistas, en un principio participando con agrupaciones religiosas (mi padre es exseminarista) y laicas, donde conocieron personas de la Iglesia católica admirables por su verdadero compromiso social, como lo fue el padre Rodolfo “Chapo” Aguilar, gran líder social, asesinado en el centro de nuestra ciudad en 1977, y como lo es el padre Camilo Daniel Pérez, sacerdote derechohumanista. Al salir mi papá del Seminario, se fue a estudiar al Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente (ITESO), se casó con mi madre y formaron familia en Guadalajara. Ahí comenzaron a trabajar en comunidades de base, luego fueron becados para realizar estudios sociales en Europa y cuando yo tenía dos años nos fuimos a vivir a París donde mi papá cursó el doctorado en sociología. Al regresar a México, decidieron establecerse en Chihuahua e iniciar aquí en conjunto una historia de lucha social siempre en favor de quienes menos tienen y más necesitan.

Así que, cuando yo tenía seis años me encontraba en la plaza Hidalgo en los plantones de los campesinos del estado exigiendo precios de garantía para sus cosechas, o bien acompañando a mi madre en capacitaciones a grupos de mujeres en diversas comunidades. Casi siempre lo disfrutaba y forjé amistades, algunas permanecen, con las hijas e hijos de las parejas que también participaban en estas luchas. Tenía mis amistades del colegio, las de mi colonia y las del activismo, todas con las características típicas de la infancia, pero también todas completamente distintas. Y luego conocí a Caleb. Yo tenía diez años y él nueve. Ese año, 1994, marcó mi vida: se dio el levantamiento Zapatista, Colosio fue asesinado el 23 de marzo, el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas era candidato presidencial y por sugerencia suya mi papá era candidato a diputado federal, ambos por el PRD.

El domingo 21 de agosto fueron las elecciones, recuerdo que nos encontrábamos en la ciudad de Guerrero, Chih. donde era la cabecera del distrito por el que contendía mi padre y a la media noche mandaron por mí y me llevaron a la casa de campaña. Al llegar me tenían un pastel de cumpleaños (nací el 22 de agosto del 83) y todo el equipo me cantó las mañanitas. Más que el festejo, la sorpresa real para mí fue que había ganado Ernesto Zedillo, noticia que se me dio después de haber soplado las velitas deseando que el Ing. Cárdenas fuera el próximo presidente de México. Nunca antes había llorado en mi cumpleaños.

Caleb fue la primera persona que me habló sobre Martin Luther King Jr. y estoy casi segura de que yo fui la primera en hablarle sobre Nelson Mandela. En la primaria escribí un cuento en el que aterrizaba un helicóptero en el patio de la escuela y descendía de él el subcomandante Marcos para invitarnos a Caleb y a mí a conocer el movimiento zapatista, así que pasábamos unos días en la selva Lacandona conviviendo con el EZLN y con Monseñor Samuel Ruíz. Esa es mi amistad con Caleb, siempre idealista, honesta y transparente, pero también siempre critica y propositiva. Esas características son las que trataré de plasmar en mi columna cada semana para honrar el espacio que mi querido amigo ha tenido la confianza de otorgarme.

Gracias por leerme, nos vemos la próxima semana.

 

Marian Quintana

Opinión

La universidad. Por Raúl Saucedo

LA DEFENSA DEL CONOCIMIENTO

La reciente controversia en torno a la Universidad de Harvard y los recortes de fondos federales durante la actual administración Trump resalta un tema crucial: el papel de las instituciones académicas como baluartes del conocimiento y su resistencia frente a políticas gubernamentales adversas. La decisión de dicha administración de retener fondos, aparentemente motivada por sesgos políticos, no solo afectó la capacidad de Harvard para llevar a cabo investigaciones críticas, sino que también representó un ataque directo a la autonomía académica.

Las universidades, en su esencia, son centros de pensamiento crítico, investigación y debate. Son espacios donde las ideas se confrontan, se cuestionan y se refinan. La diversidad de perspectivas que albergan es fundamental para el progreso social y científico. Cuando un gobierno intenta silenciar estas voces, socava los cimientos de la democracia.

El caso de Harvard no es aislado. A lo largo de la historia, las universidades han desempeñado un papel vital en la resistencia contra la opresión y la injusticia. Desde las universidades europeas que desafiaron el poder de la Iglesia en la Edad Media, hasta las instituciones estadounidenses que impulsaron el movimiento por los derechos civiles en el siglo pasado, la academia ha sido un faro de esperanza y un motor de cambio.

La autonomía universitaria es un principio fundamental que protege la libertad de investigación y expresión. Permite a los académicos explorar temas controvertidos y desafiar el statu quo sin temor a represalias. Cuando esta autonomía se ve amenazada, la sociedad en su conjunto resulta perjudicada.

Las universidades son también cruciales para la formación de líderes informados y ciudadanos comprometidos. En un mundo cada vez más complejo, necesitamos personas capaces de analizar críticamente la información, evaluar políticas públicas y participar activamente en el debate democrático. Las universidades proporcionan el entorno intelectual necesario para cultivar estas habilidades.

En el contexto actual, donde la desinformación y la polarización amenazan la cohesión social, las universidades tienen una responsabilidad aún mayor: defender la verdad y promover el diálogo constructivo. Deben ser espacios donde se fomente el respeto por la evidencia y la razón, y donde se pueda debatir libremente sobre los desafíos que enfrenta la sociedad.

La resistencia de Harvard y otras universidades frente a los recortes y la interferencia política es un recordatorio de que la academia no es simplemente un apéndice del gobierno, sino un actor independiente con un papel vital en la defensa de la democracia. Las universidades deben seguir siendo espacios donde la búsqueda de la verdad y la defensa de la justicia sean valores fundamentales.

Mientras algunas universidades resisten los embates de los enemigos de la democracia, este humilde columnista celebra con introspección su nuevo grado de Máster por parte de su alma mater, la UACH, donde el conocimiento y la resistencia también son trincheras, tanto en sus aulas como en sus egresados.

@RaulSaucedo_

rsaucedo@uach.mx

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