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Salud y Bienestar

¿Por qué te duele la cabeza al comer azúcar?

¿Te ha pasado que después de disfrutar de ese helado doble de chocolate terminas con un terrible dolor de cabeza? Este mal tras comer azúcar es experimentado por algunas personas y, aunque parezca una dolencia pasajera que se puede calmar con una aspirina, es importante no ignorarla, pues detrás de ella podría estar algún padecimiento.

Si alguna vez te has preguntado por qué te duele la cabeza al comer azúcar, ¡ha llegado el momento de despejar tus dudas!

Dieta baja en calorías
Cuando una persona sigue un dieta muy restrictiva y baja en calorías, pero de repente consume alimentos con altas dosis de azúcar puede sufrir de dolor de cabeza. ¿La razón?
Todo lo dulce está compuesto por carbohidratos o azúcares simples que pueden provocar picos glucémicos, es decir que se disparen los niveles de glucosa en la sangre.
Y como el azúcar se absorbe fácil y llega rápidamente hacia la sangre, provoca presión en las arterias, dificultando la circulación sanguínea y el paso de oxígeno al cerebro.

Hiperglucemia
De acuerdo con especialistas de Mayo Clinic, la hiperglucemia es el nivel alto de azúcar en la sangre que afecta a las personas con diabetes. Y uno de los síntomas es el dolor de cabeza. En este caso, cuando la persona con diabetes rebasa su dosis de azúcar, puede experimentar cefalea.

Diabetes tipo 2
La diabetes tipo 2 se da cuando el páncreas no produce la insulina necesaria para regular los niveles de glucosa en la sangre. Una de las señales de alerta de esta enfermedad es el dolor de cabeza y los mareos después de comer azúcar.
Si has notado que al comer azúcar sientes dolor de cabeza, no dudes en acudir con tu médico lo antes posible para que te cheque y determine la causa. Cuida tu dieta, reduce tu consumo de azúcar y lleva un estilo de vida saludable. Tu bienestar está en tus manos.

Agencias

Revista

La grasa abdominal profunda: el enemigo silencioso que envejece tu cuerpo y tu mente

Oculta bajo la piel y rodeando órganos vitales como el corazón, el hígado y los riñones, la grasa visceral representa una de las amenazas más serias para la salud metabólica y cerebral, incluso en personas delgadas. Más que un problema estético, esta grasa activa procesos inflamatorios que pueden desencadenar enfermedades como la diabetes tipo 2, el hígado graso, problemas cardiovasculares y, a largo plazo, deterioro cognitivo.

De acuerdo con el Dr. Andrew Freeman, especialista en prevención cardiovascular, la grasa visceral es un marcador de múltiples riesgos de salud, aun en quienes aparentan estar en forma. El fenómeno conocido como “skinny fat” —personas con peso normal pero con alta proporción de grasa interna— evidencia que la salud no siempre se refleja en el espejo.

El impacto va más allá del metabolismo. La neuróloga preventiva Kellyann Niotis advierte que este tipo de grasa libera compuestos inflamatorios que aceleran la atrofia cerebral y favorecen la aparición de placas beta-amiloides y ovillos de tau, señales asociadas con la enfermedad de Alzheimer, incluso desde los 40 o 50 años.

¿Cómo saber si la grasa visceral está fuera de control? La medida de la cintura es un primer indicio: más de 88.9 cm en mujeres y 101.6 cm en hombres eleva el riesgo, según los CDC. La masa muscular también importa: quienes tienen más grasa que músculo tienden a acumular esta grasa profunda. Estudios como la DEXA o básculas con medición de grasa corporal pueden ayudar a evaluar estos indicadores.

La buena noticia: es reversible. Freeman insiste en un enfoque integral con ejercicio cardiovascular diario (como caminatas rápidas de al menos 30 minutos) y entrenamiento de fuerza con resistencia. Ejercicios como desplantes, sentadillas, lagartijas y peso muerto movilizan grandes grupos musculares, aceleran el metabolismo y estimulan hormonas que mejoran la composición corporal.

Una alimentación basada en plantas, como la dieta mediterránea, también es clave. Rica en frutas, vegetales, granos enteros, aceite de oliva y pescado, esta dieta ha demostrado reducir la grasa abdominal y el riesgo de muerte por enfermedades crónicas, especialmente en mujeres.

El ayuno intermitente —comer solo durante una ventana de seis horas al día— puede ser un complemento efectivo, aunque no es apto para todos. La combinación de alimentación natural, entrenamiento funcional y periodos de ayuno puede “hacer magia” en la reducción de grasa visceral, señala Freeman.

En resumen, mantener el músculo, eliminar alimentos ultraprocesados, moverse cada día y reorganizar los horarios de comida no solo combate la grasa abdominal profunda, sino que extiende la salud física y mental hacia el futuro. Porque el verdadero “elixir de la juventud” no se compra: se construye con hábitos.

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