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Presenta Maru su equipo de trabajo para el Gobierno Estatal 2021-2027

La Gobernadora Electa del Estado de Chihuahua, Maru Campos, dio a conocer a los chihuahuenses a los integrantes que conformarían su gabinete, quienes la estaríann acompañando durante el próximo sexenio del Gobierno Estatal comprendido del año 2021 al 2027.

Tal y como se ha caracterizado, la Gobernadora Electa de Chihuahua, reunió un equipo integrado de talentos con experiencia y una firme convicción de servicio. Previo a su toma de protesta en Ciudad Juárez, Campos Galván listó a los nombres propuestos para los cargos que requieren la ratificación del Gobierno del Estado.

Por su parte, Maru Campos mencionó que todos estos talentos poseen trayectorias que avalan su capacidad, su disposición, y su entrega, además se han comprometido a trabajar con firmeza para reordenar el curso que lleva nuestro Estado, y hacerlo con paso firme.

Campos Galván comentó que el equipo se integra de mujeres y hombres con perfiles que tienen la capacidad de desempeñar el cargo que se les ha encomendado y en su momento, la Gobernadora Electa irá anunciando los nuevos integrantes del equipo.

Finalmente, Maru Campos dio a conocer una parte de su equipo de trabajo, la cual se encuentra en espera para su ratificación por el Gobierno del estado:

Secretaría General de Gobierno – César Gustavo Jáuregui Moreno
Secretaría de la Coordinación General de Gabinete – Luis Gerardo Serrato Castell
Secretaría de Seguridad Pública – Gilberto Loya Chávez
Secretaría de Hacienda – José de Jesús Granillo Vázquez
Secretaría de Salud – Felipe Fernando Sandoval Magallanes
Secretaría de Innovación y Desarrollo Económico – María Angélica Granados Trespalacios
Secretaría de Desarrollo Urbano – Gabriel Martín Valdez Juárez
Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas – Carlos Aguilar García
Secretaría de Educación–Javier González Mocken
Secretaría de Desarrollo Social – Ignacio Galicia de Luna
Secretaría de Cultura – Rebeca Alejandra Enríquez Gutiérrez
Secretaria de Desarrollo Rural – Lilia Guadalupe Merodio Reza
Secretaría del Trabajo – Diódoro José Siller Argüello
Subsecretaría de la Coordinación General de Gabinete – Luis Pavel Aguilar Raynal
Instituto Chihuahuense de las Mujeres – Ana Margarita Blackaller Prieto
Comisión Estatal para los Pueblos Indígenas – Enrique Alonso Rascón Carrillo-.
Instituto Chihuahuense de la Cultura Física y el Deporte -Tania Teporaca Romero del Hierro-
Comisión Estatal de Vivienda – Fernando Álvarez Monje
ICHIJUV – Selma Mariana Ortega Mendoza

Para su ratificación por el Congreso del Estado:
Secretaría de Función Pública – María de los Ángeles Álvarez Hurtado
Fiscalía General del Estado – Roberto Javier Fierro Duarte

Por último, para su ratificación por el Organismo Rector de la JCAS
Junta Central de Aguas y Saneamiento – Roberto Lara Rocha

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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