A los 17 años “María” salió de su comunidad en la Sierra Tarahumara para venir a Juárez en busca de un trabajo, pero lo que halló fue una vida de alcohol y excesos.
Con voz entrecortada relata que desde hace 11 años le diagnosticaron VIH y “pues yo ni sé qué es eso”, dice mientras se limpia las lágrimas.
María, quien pidió el anonimato, dice que su vida en Juárez antes del diagnóstico se centraba en noches de fiesta en salones de baile en el Centro.
“Aquí no conocía a nadie, me quedaba en unas tapias o con mis amigos los borrachos. Hasta que un día me puse mala, me recogieron de un parque y me llevaron al hospital. Entonces me dijeron que tenía eso (VIH)”, expresa.
El proceso de aceptación de la enfermedad –cuenta– lo vivió de una manera paulatina, pues no asimilaba del todo su condición. “Experimenté odio y coraje por no saber qué tenía, y un día intenté suicidarme”, recuerda.
La mujer, de evidentes rasgos indígenas, narra que después de ese intento fallido por quitarse la vida empezó a concentrarse en su estabilidad emocional por medio de las terapias.
“Perdí el valor en mí misma, pero luego me fui ocupando en otras cosas. Me refugié en la limpieza y en escuchar música. Ahora sé que a pesar de todo la vida es bonita”, dice.
Hoy de 39 años, María se refugia desde que fue diagnosticada en el albergue Tenda di Cristo, que se encarga de dar atención a personas que portan el virus del VIH o sida.
En ese mismo albergue, a la sombra de un árbol que fue destinado como el área de fumadores, se encuentra “Carlos”, de quien también se omite su nombre, sentado mirando al cielo de una forma mística y con una actitud pacífica.
Él cuenta que desde 2002 fue diagnosticado con VIH. Sin ahondar mucho en detalles personales, con la mirada fija Carlos comenta que tomó el resultado de una forma tranquila, pues aunque reconoce que no llevaba una vida del todo “normal” estaba informado sobre la enfermedad y el progreso de la misma.
Proveniente de la Ciudad de México, donde estudió arte dramático, menciona que desde hace aproximadamente año y medio de manera voluntaria decidió venir a Ciudad Juárez para refugiarse en la Tenda di Cristo, de cuyo lugar se enteró por medio de Internet.
“Yo no veo este lugar como un albergue, sino como un sitio hecho para pensar, una comunidad terapéutica”, expresa mientras permanece sentado y en su regazo el bastón que lo ayuda a desplazarse.
Con un tono de voz elegante, que se mezcla con el color verde de sus ojos y los constantes movimientos de sus manos, el interno de la Tenda comparte su postura referente a cómo ve la sociedad a los portadores de VIH o sida. Dice que la enfermedad aún está estigmatizada, cuando una persona que porta el virus no pierde ninguna de sus facultades.
En ese albergue conviven de 35 a 40 personas entre internos y voluntarios, que a diario realizan diferentes roles como limpieza, talleres, cocina y cuidado de plantas como una terapia alterna que les ayuda a mitigar el estigma de su enfermedad.
María Isabel Urzúa Pérez, tanatóloga del lugar, menciona que entre los servicios que allí se ofrecen están un programa de crecimiento, atención médica y talleres de música, carpintería y también secundaria y preparatoria abierta.
Urzúa Pérez comenta que dentro de sus funciones se trabaja en la aceptación del diagnóstico, el manejo de resentimientos, coraje y furia, pues la parte más complicada es cuando se comprende que el VIH puede prevenirse si se actúa con responsabilidad. La doctora refiere que aun cuando se cuente con las medidas más elementales de prevención, carencias afectivas hacen que todos los métodos de protección se olviden por miedo a perder la oportunidad de amar y ser amado.
María Isabel menciona que el sentimiento más frecuente en este tipo de enfermos es la culpa, por lo que se busca trabajar en la parte emocional e integrarlos a diversas actividades para que aprendan a vivir con una buena calidad de vida. “Es un privilegio enseñarles a bien morir, a que aprendan a vivir con VIH”, expresa.
Sobre la situación general del VIH-sida en la ciudad, Martha Sánchez, directora del Centro Ambulatorio para la Prevención y Atención en SIDA e Infecciones de Transmisión Sexual (Capasits) menciona que hay alrededor de 3 mil personas portadoras del virus del VIH, de las cuales alrededor de mil se atienden en el Capasits. La doctora refiere que el 80 por ciento de los infectados corresponde al género masculino mientras que el 20 por ciento restante corresponde a mujeres de edades entre 25 a 45 años.
Sobre la situación de los niños, agrega que hay 42 menores infectados contabilizando en esa misma cifra a los que son potencialmente expuestos. Éstos son aquellos que al nacer su madre portaba el virus y permanecen en observación hasta los dos años antes de descartar la enfermedad y en caso de que hayan sido contagiados se les da seguimiento de por vida.
La población que se considera vulnerable y que debe realizarse la prueba para detectar el VIH son los homosexuales, mujeres embarazadas, personas que usen drogas intravenosas o ejerzan la prostitución y aquellas que hayan sido privadas de su libertad.
La directora del Centro Ambulatorio recalca que bajar la tendencia en personas infectadas del VIH está en una adecuada educación en salud reproductiva, así como humanizar al resto de la población acerca de este padecimiento.
(Cynthia Ávila/El Diario de Cd. Juárez.)
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