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Opinión

Reformas. Por Raúl Saucedo

La Narrativa Nacional

Cuando hablamos de las reformas constitucionales, hablamos de la estructura jurídica y política de cualquier nación. No solo definen los derechos y obligaciones de los ciudadanos, sino que también actúan como el andamiaje que sostiene la estabilidad política, económica y social del País.Estas modificaciones, que pueden ser parciales o totales, tienen un impacto significativo en la gobernabilidad y en la narrativa política que cada país construye en torno a su proyecto de nación. A lo largo de la historia, muchos gobiernos han utilizado las reformas constitucionales no solo para adaptar el sistema legal a nuevas realidades sociales al interior de su país, sino también como una herramienta para consolidar o modificar el poder en la geopolítica.

Uno de los aspectos más cruciales de las reformas constitucionales es su relación directa con la gobernabilidad. En un contexto político, la gobernabilidad se refiere a la capacidad de un gobierno para ejercer su autoridad de manera efectiva y legítima, manteniendo el orden y la cohesión social. Las constituciones, en su calidad de marco legal supremo de un país, establecen los principios fundamentales bajo los cuales se organiza el poder, se limitan las ilegalidades y se garantizan los derechos.

Cuando una constitución se reforma, generalmente se hace con el objetivo de optimar este marco, ya sea modernizándolo para reflejar realidades sociales, como el reconocimiento de nuevos derechos civiles, o ajustándolo a nuevas estructuras políticas. Este proceso de ajuste es esencial para asegurar que el sistema político funcione de manera fluida y en sintonía con las demandas de los ciudadanos.

En el marco latinoamericano, mencionare a Chile quien tuvoun estallido social en el año 2019 y se vio en la necesidad de redactar una nueva constitución (Renovación Total) que sustituiría a la carta magna de 1980, heredada de la dictadura de Pinochet, está ya no reflejaba las aspiraciones legítimasdel pueblo chileno, es así como la creación de un nuevo orden constitucional se convirtió en la única vía posible para restaurar la legitimidad del sistema político. Este proceso constituyente permitió la adaptación del sistema de gobierno a una nueva realidad sin tener que recurrir a cambios violentos o ilegítimos.

Las reformas constitucionales también juegan un papel central en la narrativa política de los gobiernos y las naciones. En muchos casos, los líderes políticos impulsan reformas como parte de un discurso de cambio o renovación. Las constituciones no son simplemente documentos legales; son la expresión máxima de los valores, aspiraciones y hastamiedos de una nación en un momento determinado de su historia. Por tanto, las reformas que se proponen o se implementan pueden tener un impacto simbólico tan fuerte como su efecto práctico.

En naciones con democracias jóvenes o en proceso de consolidación, las reformas constitucionales suelen utilizarse para legitimar nuevos sistemas. Los gobernantes electos a menudo ven en estos cambios una oportunidad para desvincularse del pasado o promoviendo una narrativa de justicia, igualdad y progreso.

En este sentido, la narrativa en torno a las reformas puede ser tan variada como los actores que las promueven. Mientras que para algunos son un símbolo de avance democrático, para otros pueden representar una amenaza a la estabilidad o a los derechos adquiridos. En el caso de reformas que afecten a la estructura del poder, es común que el debate público se polarice entre quienes defienden el cambio como una modernización necesaria y quienes lo ven como una erosión de las garantías democráticas.

A pesar de su importancia, las reformas constitucionales no siempre son fáciles de implementar. El proceso a menudo implica un delicado equilibrio entre los intereses de distintos actores políticos, económicos y sociales. En democracias consolidadas, estas reformas suelen requerir amplios consensos, reflejando el carácter plural de sus sociedades. En sistemas más absorbentes, las reformas pueden aprobarse mediante procedimientos menos inclusivos, lo que puede llevar al deterioro de la legitimidad y el aumento del conflicto en la base social.

Mientras usted apreciable lector leyó las líneas anteriores quizá pudo recordar o imaginar algunas reformas constitucionales parciales que directa o indirectamente lo han afectado en su que hacer como ciudadano, es aquí donde quizá es necesario releer esta columna y acomodar en su justa dimensión el ruido de las redes sociales.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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