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Registra Chihuahua día más alto de contagios por COVID-19 con récord de 100 casos

Al 27 de mayo de 2020, las autoridades de la secretaría de Salud informaron que al cierre del último informe epidemiológico, subió en 100 los casos confirmados para un total de 1,665 y 292 fallecimientos en el estado, lamentablemente el de un menor de cinco años.

Además, se tienen 402 casos de personas recuperadas, 1,971 total descartados, así como 1,295 sospechosos, según detalló el director médico de la Zona Norte, Arturo Valenzuela Zorrilla, quien agregó que el total de casos activos confirmados en el estado de los últimos 14 días (12 al 25 mayo) es de 716.

Del total de 1,665 casos confirmados, 1,014 pertenecen a Ciudad Juárez, 443 a la ciudad de Chihuahua, 6 a Bachíniva, 18 a Cuauhtémoc, 7 a Ojinaga, 3 a Namiquipa, 26 a Meoqui, 1 a Julimes, 1 a Camargo, 2 a Saucillo, 4 de Ahumada, 2 a Guadalupe D.B., 12 a Guachochi, 27 a Delicias, 4 de Ascensión, 1 a Guerrero, 2 a Bocoyna, 2 a Madera, 53 a Parral, 2 a Buenaventura, 1 a Temósachi, 1 a Galeana, 3 a Guadalupe y Calvo, 10 a Nuevo Casas Grandes, 2 a Rosales, 4 a Jiménez, 1 de Aldama, 1 a Santa Bárbara, 2 a Ignacio Zaragoza, 1 a López, 4 a Urique, 2 a Janos, 1 a San Francisco del Oro, 1 a Guazapares y 1 de Allende.

A nivel nacional, la Secretaría de Salud informó en su último corte que el país acumula 8 mil 134 muertes y 74 mil 560 contagios, de acuerdo con los datos presentados por José Luis Alomía, director de Epidemiología.

Hay, además, 52 mil 219 casos de personas que vencieron la enfermedad, en tanto que los casos sospechosos se sitúan en 31 mil 878.

Hugo López-Gatell, subsecretario de prevención y promoción de la Salud y el presidente Andrés Manuel López Obrador se han mostrado optimistas en los últimos días. López-Gatell ha insitido en que se ha logrado «aplanar» la curva de contagios y el mandatario que el país ha «domado» a la enfermedad.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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