No hubo muchas sorpresas. Los cambios en el gabinete del presidente eran prácticamente los esperados, pero sobre todo había cierta certeza de que permanecerían los dos hombres fuertes de Enrique Peña Nieto, los más cuestionados, quienes han mostrado enormes fallas en su labor: Videgaray enlodado con su casa de Malinalco, con el colapso del peso y la debacle financiera, y Osorio Chong con el país hecho un polvorín, con los casos clave sin resolver y, sobre todo, con la fuga de ‘El Chapo’. Ambos se quedaron por una razón sencilla: el presidente los considera sus hombres más leales.
De momento todo será una bocanada de aire para el cuestionado mandato de Peña Nieto, quizá la única, y es que al principio los mexicanos siempre recibimos con sospecha pero con el beneficio de la duda a los nuevos gobernantes, con una especie de inocencia pueril depositada en que el presidente tenga una inesperada disposición y talento para gobernar bien, casi caída del cielo, y que todos prosperemos.
Al llegar, el presidente Peña Nieto fue bien recibido por un país harto de los excesos y locuras de Felipe Calderón, quien le dio un palazo al avispero y no supo qué hacer con él, quien apoyó abiertamente a un cártel para monopolizar el delito, quien al final fracasó y se fue con el rabo entre las patas no sólo de su país, sino de su propio partido. El presidente ‘guapo’ estaba recién estrenado y podía culpar de todo a su antecesor, aprovechar el factor novedad y partir de cero.
Ahora es otro cuento. Su índice de popularidad es bajísimo a pesar de que le quedan varios años frente al país, la sociedad y líderes están cansados de su incompetencia, de su ceguera y sobre todo de su corrupción, así que aplicó la única maniobra posible: cambiar de gabinete, así sea sólo un cambio cosmético.
El objetivo no es ni de lejos reencauzar el rumbo de la nación, que va cuesta abajo. Sólo trata de ganar tiempo para cumplir mal que bien con lo que le queda de mandato y poner todas sus canicas en la sucesión, un distractor que puede consolar a los mexicanos bajo el principio de que no hay mal que dure mil años, ni más de seis.
Sin embargo, algunos nombramientos llamaron la atención, principalmente el de José Antonio Meade, quien ha estado en cuatro secretarías federales de forma consecutiva: Energía, Hacienda, Relaciones Exteriores y, desde ayer, Desarrollo Social. Su inusual currículum se vuelve más especial si se considera que las primeras dos secretarías las ocupó bajo el gobierno de Calderón, y supo seguir navegando saltando a otro barco, el cual podría llevarlo a nuevos puertos.
El caso de Aurelio Nuño también es muy particular: Se convirtió en la voz y los oídos del presidente, e incluso en el cerebro del presidente, su hombre más cercano, a quien muchos decían le tenía lista la dirigencia del PRI y de ahí la presidencia, quien ahora ocupa una posición estratégica luego de que Chuayffet terminara su encomienda de agriarle la vida a Elba Esther Gordillo y quedara pendiente la de amansar al magisterio.
Debemos recordar que Luis Donaldo Colosio salió de Sedesol como candidato presidencial en 1993, y Zedillo de Educación Pública, en 1994. Así, el abanico de cartas que se juegan rumbo a la sucesión podría no estar limitado a dos secretarios, sino hasta cuatro y los que se sumen. Queda claro que los cambios obedecen a una lógica electoral rumbo a la sucesión, todas las miras están puestas en ello. Peña Nieto echó nuevos caballos a la carrera pues Videgaray y Chong ya se cansaron, y al presidente, lo ha dicho siempre, no le gusta hacer cambios, va con su equipo hasta el final.
Claudia Ruiz Massieu no figura entre los favoritos, pero tiene una oportunidad de oro para brillar y granjearse a la raza… aprovechar a Donald Trump como sparring y tirarle dos tres ganchos que hagan brillar no sólo a ella, sino a la estructura federal posiblemente con la venia del gobierno de EU, que ya sacó a Hillary Clinton a responderle al pelos necios, quien está atizando un discurso de fuego y odio que seguro es una tontería, pero de esas tonterías peligrosas que pueden costar odio y sangre.
Rosario Robes y José Calzada daban para más, opinan muchos, y llama la atención la triste salida de Jesús Murillo Karam, Enrique Martínez, Juan José Guerra, Monte Alejandro Rubido y Luis Antonio Godina Herrera.
Pero, no se hagan, hay un cambio que podría parecer menos trascendental en el ámbito nacional, pero que a todos les interesa mucho más: El nombramiento de José Reyes Baeza, ex gobernador de Chihuahua, al frente del ISSSTE.
Al principio hubiera parecido que arrumbaron a Reyes en Fovissste sólo para seguir la tradición de no abandonar a ex gobernadores leales, pero el deliciense sabe dejar que sus resultados hablen por él y así, calladito y discreto, como es su estilo, supo ganarse la buena voluntad de la gente del centro a pesar de no ser parte de ese grupo.
Tejió bonito en su tierra natal y en el centro del país, evitó pleitos y hasta aguantó bullying con tal de mantener la disciplina, esa virtud tan apreciada entre los priístas, la cual lo llevó a subir un escaloncito que podría parecer modesto, pero no deja de ser notable que el ex gobernador es de los que suben poco a poco con los pies bien plantados, y no de los que se elevan en una nube y luego caen de panzazo.
Pero quizá Reyes no sea el más beneficiado con su ascenso, sino sus cercanos, en especial Víctor Valencia de los Santos, quien renueva bríos, y Minerva Castillo, quien empieza a saborearse la candidatura a la alcaldía. A fin de cuentas, el exgobernador se consolida nuevamente como el jefe del grupo más importante del estado, y eso se confirma con el interminable besamanos digital que se observó ayer en redes sociales, no olvide que las ratas y los políticos saben antes que nadie cuando deben abandonar un barco que se hunde.
La labor de Reyes Baeza no fue espectacular ni épica. No resintió lo duro, sino lo tupido, pues recibió muchos ataques de ‘fuego amigo’ y no respondió con llamaradas sino con una flamita que, leve leve, pero nunca mengua ni se apaga. Es el estilo Delicias.