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Opinión

Ricardo Anaya, ¿Quieres ser el candidato del PAN a la Presidencia? Por Gerardo Elizondo

Tres de los principales líderes de Acción Nacional exhortaron a Ricardo Anaya, presidente del partido, a definir si va a buscar la candidatura a la Presidencia de la República o permanecerá en su actual puesto.

Gerardo Elizondo G.

Gerardo Elizondo G.

Por: Gerardo Elizondo García

Lo anterior debido a que dicen: “No se puede ser juez y parte” ya que, prácticamente siempre, la campaña mediática del PAN involucra fotos, discursos, o algunas palabras de Anaya. Esto no se puede permitir ya que actualmente no hay “piso parejo” para los tres posibles candidatos: Rafael Moreno Valle, Gobernador del Estado de Puebla, Margarita Zavala y Ricardo Anaya.

No me cabe la menor duda de que lo acontecido en el pasado proceso electoral elevó exorbitantemente el “autoestima político”, por decirlo de alguna manera, de Anaya. Pero lo que no puede perder de vista es que a pesar de que él se puede colgar algunas medallas de triunfos electorales del PAN, fue también el apoyo de PRD en las alianzas y sin duda el descontento de la ciudadanía con gobiernos priístas lo que generó el fenómeno electoral que ya todos conocemos.

Por lo que, desde mi punto de vista, si Ricardo Anaya no se baja de las nubes, en las que no está pero se siente, no podrá tomar las decisiones adecuadas para su partido con miras en el 2018. Debe de ser realista y organizar bien al partido y a sus liderazgos, dejar en claro sus intenciones políticas por lo menos ante los aspirantes antes mencionados y de esa manera, con la cabeza fría y no hirviendo como evidentemente la tiene en estos momentos, tome las mejor decisión de cómo se llevará a cabo el proceso de elección de el o la candidata o candidato. ¡Pero que aclare! Como bien le exigen sus compañeros de partido, ya que no puede construir una candidatura con el presupuesto del PAN, pues ese presupuesto es cien por ciento recurso público y al promocionar su imagen para luego buscar la candidatura, aparte de ser una burla para el pueblo, no estaría actuando con apego a la ley ni con la ética y moral que él mismo dice poseer.

Esperemos que la resolución de este tema sea la que mejor satisfaga la voluntad de la mayoría de los panistas en todo el país y sobre todo la que mejor cumpla con las exigencias de una democracia verdadera y justa de la ciudadanía en general.

Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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