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San Valentín, de patrón de los epilépticos a santo de los enamorados

El día de los enamorados es un día marcado a fuego por las principales cadenas comerciales, sobre todo en el mundo anglosajón y aunque poco se sepa con certeza sobre quien hoy en día se venera como el “patrón de los enamorados”. Hay documentos que hablan no de uno solo, sino de varios mártires cristianos de nombre Valentín. Tantos que la insuficiencia de datos realmente demostrables sobre su existencia llevó al papa Pablo VI a retirarlo del calendario católico en 1969.

Es más, la figura de este santo ha ido evolucionando a lo largo de la historia. Por toda Europa hay iglesias en su honor, algunas de las cuales afirman tener sus reliquias. Venerado por algunos como santo al que podían encomendarse los epilépticos, en su discreto paso por el arte medieval aparece en ocasiones con un niño tendido a sus pies. Su relación con el amor tiene origen ya en la Edad Media, en la literatura inglesa, y sería de ahí de donde pasó a la tradición popular.

Porque antes, cuando el imperio romano de Occidente ya se había desmoronado, es cuando el papa Gelasio Idecretó el 14 de febrero como su día en el santoral, porque se consideró que en esa fecha se produjo el sacrificio de al menos uno de los tres mártires con la figura del santo. Era el año 498. Pero, ¿quién fue en realidad San Valentín? O mejor dicho, ¿quiénes fueron San Valentín?

El martirologio romano (el registro de los mártires cristianos) recoge la vida de, al menos, tres posibles mártires que se habrían llamado Valentín, en la época un nombre bastante común. Y lejos de estar vinculados con el amor, las historias de sus vidas ilustran su devoción incondicional con la fe cristiana.

El primero fue Valentín de Roma (†280), un mártir cristiano que fue condenado a la decapitación tras curar de la ceguera a la hija de un alto funcionario. Algunas versiones del relato señalan que, además, habría ejercido como sacerdote y casado a soldados en la época del emperador Claudio II. Matrimonios que contravenían las normas militares, porque los soldados tenían regulado de forma muy estricta este aspecto de su vida con el objeto de que concentraran todos sus esfuerzos en el campo de batalla.

“Su cuerpo se enterró en la iglesia homónima de la Via Flaminia y, posteriormente fue trasladado, en el año 817, a la iglesia de Santa Práxedes dentro de la ciudad de Roma”, nos explica el doctor Carles Mancho, del Instituto de Investigación en Culturas Medievales de la Universidad de Barcelona.

En el mismo período histórico se encuentra la figura del obispo Valentinus de Terni, que, con una historia similar, fue capaz de salvar de una enfermedad mortal al hijo de un famoso orador. Sus poderes hicieron que toda la familia del enfermo se convirtiera al cristianismo, y por todo ello fue perseguido por las autoridades imperiales y decapitado un 14 de febrero. Sus seguidores llevaron el cuerpo hasta la actual ciudad de Terni, donde fue enterrado.

La duda es: ¿fue este el verdadero San Valentín?

“Este santo fue eliminado del martirologio romano porque se consideró que era una duplicación falsa de San Valentín de Roma”, remarca Mancho. Es más, según el historiador, se estimó que “el culto del primero se habría ido difundiendo a lo largo de la Via Flaminia y por eso que llegara a Terni”.

Y la historia sigue. De hecho, hay iglesias por toda Europa que albergan reliquias atribuidas al San Valentín romano. Es el caso de la iglesia carmelitana de Whitefriar, en Dublín; o la catedral de San Esteban de Viena. También algunas se encuentran en España: “El martirologio hispánico afirma que su cuerpo habría sido trasladado al monasterio de Sant Benet de Bages , en Barcelona, mientras que la cabeza se conservaría en Toro, Zamora”.

Otra cosa es demostrarlo entre reliquias que desde la Edad Media han sufrido cambios de ubicación, falsificaciones y un largo sinfín de imprevistos.

Finalmente, el martirologio romano también recoge un obispo conocido como Valentín de Recia en la actual Alemania. “Se trata de un obispo itinerante que se dedicó a evangelizar las poblaciones alpinas”, explica Mancho. Murió el año 475, y casi trescientos años más tarde fue enterrado en Passau, Baviera. Por eso que su culto se limite al área germánica. En todo caso, “uno de los milagros que se le asociaban era la curación de un niño epiléptico”, detalla Mancho. “Por esto aparece representado frecuentemente con un niño en sus pies”.

Durante siglos, la epilepsia se asoció a la posesión demoníaca, por lo que la religión devenía un recurso imprescindible. Y San Valentín no era el único que se asociaba con la curación de la epilepsia, pero sí al que se acudía con mayor frecuencia, tanto que esta enfermedad quedó estrechamente ligada al santo.

Y el lenguaje es prueba de ello: en francés, por ejemplo, la epilepsia era conocida como la maladie de Saint Valentin; en holandés sintvelten (san valentín) acabó siendo sinónimo de epilepsia. Y en alemán, si bien la epilepsia se conoció como “la plaga de San Valentín”, el nombre de Valentín se pronuncia “fallentin” y está conectado con la denominación de la epilepsia como the falling sickness (la “enfermedad de la caída” en inglés).

San Valentín curando la epilepsia, en un grabado de mediados del siglo XIV (Hulton Archive / Getty)
Fue el poeta inglés Geoffrey Chaucer (c. 1343-1400) el primero en asociar San Valentín con el amor, en su obra The Parlement of the Foules (El Parlamento de las aves). En ella narra cómo, por la fechas de San Valentín, “cada ave busca su pareja”. Chaucer tuvo una gran influencia en su época, pero también más allá, en los tiempos de William Shakespeare o John Gower. Y es a partir de este momento que desde los círculos aristócratas hasta la cultura folklórica anglosajona, San Valentín pasa a ser el santo de los enamorados.

Hay otras teorías, en cambio, que parecen erróneas, como las que señalan que, cuando el Papa Gelasio I proclamó el 14 de febrero como día de San Valentín, lo hizo para sustituir las fiestas paganas romanas del amor por una cristiana. Sin embargo, es falso. La fiesta en cuestión es la Lupercalia, celebrada el 15 de febrero, pero su tema central no es el amor. “Las Lupercalias tienen que ver con la purificación de las personas y de la ciudad”, nos explica Néstor F. Marqués, arqueólogo e historiador especializado en la Antigua Roma.

Fuente: La Vanguardia

Revista

Revive la espectacular inauguración de los juegos olímpicos de Paris 2024

Con el Sena como escenario y el espectáculo aguado por la lluvia, París 2024 repasó los hitos de la historia de Francia siguiendo a un misterioso encapuchado que portaba la llama, con momentos de protagonismo para la Revolución, la literatura, el cine y un homenaje a mujeres como Simone Veil o Simone de Beauvoir.

El espectáculo concebido por Thomas Jolly se dividió en doce segmentos que se fueron sucediendo desde la salida de la delegación de Grecia, desde el puente de Austerlitz, a la cabeza de los 85 barcos que transportaron a las 205 delegaciones olímpicas.

La inspiración de ‘La vie en rose’ primero y Lady Gaga después, con un número de cabaret, fueron la primera gran actuación musical, antes de llegar entre acrobacias a la zona de la catedral de Notre-Dame (aún cerrada por la restauración del incendio que sufrió en 2019), con un guiño a la literatura de Victor Hugo y a su popular personaje Quasimodo.

‘Los miserables’, ‘La libertad guiando al pueblo’ y ‘La Gioconda’ -que a pesar de ser el cuadro mejor custodiado del Louvre, llegó a manos de los minions de la saga ‘Despicable Me’- fueron otras obras artísticas icónicas de la cultura francesa que tuvieron sus momentos de protagonismo a medida que el desfile cruzaba la ciudad.

Fue al paso del encapuchado (de aspecto similar al protagonista de la saga de videojuegos Assassin’s Creed) con la llama por la Conciergerie, un palacio donde estuvo prisionera María Antonieta, cuando sonaron las guitarras más potentes de la noche para recordar la Revolución francesa.

La voz de Marina Viotti y el grupo metalero Gojira se encargaron de recordar la ira del pueblo con la canción revolucionaria ‘Ah, ça ira’, en uno de los momentos más vibrantes del espectáculo.

La lírica la puso después la ópera ‘Carmen’, del francés Georges Bizet, y también la mezzosoprano Axelle Saint-Cirel al cantar el himno de Francia, ‘La marsellesa’, desde el tejado del imponente Grand Palais, que ha sido restaurado para poder acoger varias de las pruebas olímpicas de París 2024.

Ese momento solemne se aprovechó para homenajear a grandes mujeres de la historia, como la escritora e icono feminista Simone de Beauvoir, la política Simone Veil (que impulsó la legalización del aborto en Francia), la cineasta Alice Guy o la pionera del deporte femenino Alice Milliat.

La moda, el cine y la francofonía

La lengua de Molière también tuvo su espacio con la actuación de la franco-maliense Aya Nakamura (la artista más escuchada actualmente en francés en todo el mundo), que interpretó dos de sus grandes éxitos acompañada por la Guardia Republicana ante el Instituto de Francia.

La moda, con un desfile de talentos emergentes -para no olvidar que París es la gran pasarela mundial y capital de la alta costura- , y un recordatorio de la invención del cine por parte de los hermanos Lumière fueron otros pasajes destacados de la noche.

Más internacional fue el capítulo dedicado a Europa al ritmo de ‘The Final Countdown’ (del grupo sueco Europe) y el mensaje de paz que lanzó desde una isleta artificial la cantante Juliette Armanet con una versión de ‘Imagine’.

Un caballero plateado que hizo todo el recorrido a galope sobre el agua -cuando los últimos atletas habían llegado ya a la parada final, el puente de Jena entre la torre Eiffel y los jardines del Trocadero- sirvió en la recta final para hacer repaso de la historia del olimpismo moderno, que también tiene raíces francesas gracias al barón Pierre de Coubertin.

Ese jinete llevó la bandera de los cinco anillos para ser izada frente a la torre Eiffel antes de que se escuchara el himno olímpico, los discursos oficiales y la declaración de apertura, que correspondió como es tradicional al jefe de Estado del país anfitrión, en este caso Emmanuel Macron.

El encapuchado con la llama llegó justo después, para entregársela al futbolista Zinedine Zidane, quien a su vez se la entregó al tenista español Rafael Nadal -desatando un pequeño momento de locura en el Trocadero- para llevarla de vuelta hacia el museo del Louvre junto a otras tres leyendas del deporte: Serena Williams, Nadia Comaneci y Carl Lewis.

Fueron finalmente los franceses Marie Jose Perec y Teddy Riner los encargados de prender el pebetero, un globo aerostático que se elevó al cielo en Tullerías, mientras en lo alto de la torre Eiffel hacía su aparición triunfal la canadiense Céline Dion, cantando el ‘Hymne à l’amour’ de Edith Piaf, con un portentoso chorro de voz pese a la grave enfermedad neurológica que padece.

https://www.youtube.com/live/S7_0QuGodtE?si=4UG224KKUr8y0R5b

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