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Se registraron 12,511 nuevos casos y 675 muertes por Covid en el último día en México

La tarde de este sábado 11 de septiembre de 2021 las autoridades sanitarias compartieron el informe técnico diario acerca de la presencia del virus SARS-CoV-2 en el país. En ese sentido, confirmaron la existencia de 3,506,743 casos confirmados acumulados, así como 267,524 lamentables defunciones desde el inicio de la pandemia en el país.

En ese sentido, de acuerdo con las cifras, en las últimas 24 horas 12,511 nuevas personas reportaron el cuadro sintomático relacionado con la enfermedad de COVID-19 y dieron positivo al resultado de la prueba. De igual forma, existieron 675 nuevas muertes en el último día.

Acerca de las defunciones confirmadas, las autoridades informaron que en la distribución por sexo predominan las muertes en hombres con el 62%. De igual forma, la mediana de edad es de 64 años. Además, luego de haber cursado por la tercera ola de contagios en el país, la gráfica evidenció un comportamiento notablemente bajo en los fallecimientos a comparación de las dos primeras.

Por otro lado, se estima que al corte del día de hoy existen 99,784 personas que presentaron síntomas relacionados con la enfermedad de COVID-19 en los últimos 14 días. De esa forma, las entidades con mayor número de casos activos por cada 100 mil habitantes son Tabasco, Colima, Ciudad de México, Yucatán y Querétaro. En tanto, Chiapas, Chihuahua, Baja California, Sinaloa y Guerrero tienen los índices más bajos.

En tanto, en el tercer día de la semana epidemiológica número 34 las autoridades informaron sobre la existencia de 3,719,517 casos estimados. Por otro lado, ya son 2,843,949 pacientes que se han recuperado y recibido el alta médica después de haber cursado con algún síntoma relacionado con la enfermedad.

Hasta el día de hoy, 10,181,677 personas han sido notificadas al Sistema Nacional de Vigilancia Epidemiológica. Del total de las pruebas de detección aplicadas, 6,170,322 han dado un resultado negativo. Además, la cifra de positivos podría aumentar en las próximas horas debido a que se estima la existencia de 504,612 casos sospechosos totales.

Saturación hospitalaria
En las camas de atención general a nivel nacional, las autoridades confirmaron que 10 entidades reportaron más de la mitad de su ocupación hospitalaria hasta el 10 de septiembre. Además, 14 entidades figuran en la lista de ocupación entre el 30% y el 49 por ciento. En tanto, ocho estados tienen índices menores al 29 por ciento. Las cinco entidades que cuentan con mayor número de camas disponibles son Chihuahua, Chiapas, Campeche, Baja California Sur y Yucatán.

Por otro lado, en las camas equipadas con soporte de ventilación, es decir, para la atención de pacientes de terapia intensiva, se confirmó que Colima (64.48%), Tabasco (61.27%), Veracruz (53.72%) y Nuevo León (51.46%) son los únicos estados con ocupación superior al 50 por ciento. Dieciséis estados se encuentran en el grupo con ocupación entre el 30% y el 49 por ciento, mientras que 12 entidades están debajo del 29% de la ocupación. Quintana Roo, Campeche, Guanajuato, Chiapas y Chihuahua son los estados con mayor disponibilidad.

Opinión

Los muros que lloran: las redadas y el alma chicana. Por Caleb Ordoñez Talavera

En el norte de nuestro continente, justo donde termina México y comienza Estados Unidos, hay una línea invisible que desde hace décadas divide más que territorios. Divide familias, sueños, culturas, idiomas, economías… y últimamente, divide también lo humano de lo inhumano.

Esta semana, Donald Trump —en una etapa crítica de su carrera política, con una caída notoria en las encuestas, escándalos judiciales y un sector republicano que empieza a verlo más como un riesgo que como un líder— ha regresado a una vieja y efectiva estrategia: la del miedo. El expresidente ha lanzado una ofensiva pública para prometer redadas masivas contra migrantes, deportaciones “como nunca antes vistas” y políticas de “cero tolerancia”.

La razón no es nueva ni sutil: apelar al votante blanco conservador que ve en el migrante un enemigo económico y cultural. Ese votante que, ante la inflación, la violencia armada o el desempleo, prefiere culpar al que habla español que exigirle cuentas al sistema. En medio del descontento generalizado, Trump no busca soluciones reales, busca culpables útiles. Y como en otras épocas oscuras de la historia, los migrantes —sobre todo los latinos, sobre todo los mexicanos— vuelven a ser carne de cañón.

Pero hay una realidad más profunda y más dolorosa. Quien ha vivido el cruce, legal o no, sabe que la frontera no es sólo un punto geográfico. Es una cicatriz. Las políticas migratorias —de Trump o de cualquier otro mandatario— convierten esa cicatriz en una herida abierta. Cada redada, cada niño separado de sus padres, cada deportación arbitraria, no es solo una estadística más. Es una tragedia personal. Y más allá de lo político, esto es profundamente humano.

En este escenario, cobra especial relevancia la figura del “chicano”. Este término, que nació como una forma despectiva de llamar a los estadounidenses de origen mexicano, fue resignificado con orgullo en los años 60 durante los movimientos por los derechos civiles. El chicano es el hijo de la diáspora, el nieto del bracero, el hermano del que se quedó en México. Es el mexicano que nació en Estados Unidos y que, aunque tiene papeles, no olvida de dónde vienen sus raíces ni a quién debe su historia.

Los chicanos son fundamentales para entender la cultura estadounidense moderna. Están en las universidades, en el arte, en la política, en la música, en los sindicatos. Y sin embargo, cada redada, cada discurso de odio, también los golpea. Porque no importa si tienen ciudadanía: su apellido, su acento o el color de su piel los expone. Ellos también son víctimas del racismo sistémico.

Hoy, más que nunca, México debe voltear a ver a su gente más allá del río Bravo. No como simples paisanos lejanos, sino como parte de nuestra nación extendida. Porque si algo une a los mexicanos, estén donde estén, es su espíritu de resistencia. Los migrantes no huyen por gusto, sino por necesidad. Y a cambio, han sostenido economías, levantado ciudades y mantenido viva la cultura mexicana en el extranjero.

Las remesas no son solo dinero: son prueba de amor, sacrificio y esperanza. Y ese compromiso merece algo más que silencio institucional. Merece defensa diplomática, apoyo consular real, y sobre todo, empatía nacional. Cada vez que un mexicano insulta o desprecia a un migrante —por su acento pocho, por su ropa, por sus papeles— se convierte en cómplice de la misma discriminación que dice condenar.

Las fronteras, como están planteadas hoy, no son lugares de paso. Son cárceles abiertas. Zonas donde reina la vigilancia, el miedo y la burocracia cruel. Para miles de niños, esas jaulas del ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas) son su primer recuerdo de Estados Unidos. ¿Ese es el país que dice defender los valores cristianos y la libertad?

Además, no podemos hablar de migración sin hablar del racismo. Porque este no es solo un tema migratorio, sino profundamente racial. Las políticas antiinmigrantes suelen tener rostro y acento. No se aplican con la misma fuerza para migrantes europeos o canadienses. El blanco pobre puede aspirar a mejorar; el latino pobre, a ser deportado.

Trump lo sabe, y por eso lo explota. En un año electoral donde su imagen se desmorona entre procesos judiciales, alianzas rotas y amenazas internas, necesita un enemigo claro. Y el migrante latino cumple con todos los requisitos: está lejos del poder, es fácil de estigmatizar y difícil de defender políticamente.

Pero aún hay esperanza. En cada marcha, en cada organización de ayuda, en cada abogado que ofrece servicios pro bono, en cada chicano que no olvida su origen, se enciende una luz. Y también en México. Porque un país que protege a sus hijos, donde sea que estén, es un país más digno.

No dejemos que los muros nos separen del corazón. Hoy más que nunca, México debe recordar que su gente no termina en sus fronteras. Y que el verdadero poder no está en las redadas ni en las amenazas, sino en la solidaridad. Esa que nos ha hecho sobrevivir guerras, pandemias, traiciones… y que ahora debe ayudarnos a defender lo más humano que tenemos: nuestra gente.

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