Los mejores nadadores del mundo luchan estos días por las medallas olímpicas en Río de Janeiro. Para llegar hasta ahí han tenido que someterse a un durísimo régimen de entrenamiento, a incontables repeticiones en busca de mejoras técnicas que les permitan arañar una centésima al crono. Sin duda, no hay mayores especialistas en todo el mundo. Entonces, ¿para qué necesitan socorristas?
Es la pregunta que se hacen muchos internautas a raíz de una fotografía que se ha hecho viral: una socorrista, con cara de soberano aburrimiento, contempla a un participante en las pruebas olímpicas.
La sorpresa no solo se ha extendido entre los tuiteros, sino también entre los propios nadadores: «Es una de las cosas más divertidas que he visto hasta ahora en los Juegos», reconoció ante los periodistas Matthew Stanley, nadador neozelandés, tras una sesión de entrenamiento.
Pero la explicación a esta anécdota se encuentra en la ley brasileña: «Es obligatorio que haya socorristas en todas las piscinas que superen ciertas medidas», ha explicado Ricardo Prado, responsable de las pruebas olímpicas de natación, a la agencia Reuters. Prado se refiere a una ley aprobada en 2001 que exige la presencia de socorristas permanentemente en complejos residenciales, en hoteles y en clubes deportivos. En este último apartado entraría la piscina olímpica de Río de Janeiro.
La agencia AFP ha entrevistado a Josue Ribeiro dos Santos, uno de estos socorristas, quien declaró: «Gracias a Dios que me contrataron». Para lograrlo, este socorrista con seis años de experiencia y que justo antes de los Juegos se ganaba la vida como conductor de mototaxi, tuvo que completar un cursillo específico de seis semanas. Josue sabe que lo más probable es que ningún nadador olímpico necesite su ayuda. Pero, aun así, reconoce que nunca debe bajar la guardia.
Aunque los rostros de aburrimiento de los socorristas puedan despertar cierta compasión, el diario Folha de Sao Paulo explicó que la organización había contratado 78 socorristas por un sueldo de 1.500 reales (unos 425 euros), una cifra que casi dobla el salario mínimo brasileño.
Además, los precedentes sugieren que la presencia de los socorristas nunca está de más. En los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988, el estadounidense Greg Louganis se golpeó en la cabeza con el trampolín en un salto. Por suerte, pudo salir de la piscina por sus propios medios y acabó ganando el oro. Pero el mismo saltador, en una competición en la Unión Soviética en 1979, se dio otro golpe en la cabeza que le mantuvo inconsciente durante veinte minutos.
Otro precedente se encuentra en los Juegos de Roma, en 1960, cuando la nadadora estadounidense Carolyn Wood tragó agua involuntariamente y tuvo que ser rescatada, lo que le privó de ganar la medalla de oro en la prueba de 100 metros mariposa. Por suerte para ella, pudo resarcirse al ganar el oro en una prueba de relevos, y eso que solo tenía 14 años.
El País