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Opinión

Sobredosis digital. Por Itali Heide

Itali Heide

¿Qué sabrá Google de mi? La duda surgió tras ver The Social Dilemma, una exploración del enorme impacto que las grandes empresas tecnológicas tienen sobre nuestra sociedad. Desde la adicción a la tecnología, la vigilancia digital y los peligros de un capitalismo sin ética, el documental premiado puede ser resumido con la frase que me puso los pelos de punta: «Si el servicio es gratuito, el producto eres tú».

Así que aquí estoy, viendo mi personalidad, sueños, metas, miedos y preguntas existenciales plasmadas en categorías que me definen en el mundo digital. Mujer de 18-24 años, correcto. Interesada en gatos, política, comedia, documentales, gastronomía, deportes, arte y activismo, efectivamente. Mexicana, claro. Le dieron al clavo, ¿no? Pareciera que sí, pero aparece un conflicto: ¿esa soy yo, o esa es la yo en la que me han convertido mis horas digitales?

 

Según King University, las personas tocamos nuestros celulares un promedio de 2,617 veces al día. (Imagen: Nottingham Trent University)

 

Un promedio de once horas diarias con mis ojos en una pantalla, según el registro de Screen Time que está en mi celular. Estas horas incluyen muchas clases, responsabilidades y reuniones en Zoom, pero aún así es una cantidad de tiempo que me aterra. Ya no recuerdo qué hacía con mi tiempo antes de tener un dispositivo. ¿En qué hubiera gastado once horas de mi día hace diez años?

Cada minuto de ese tiempo, es ganancia para las grandes empresas de la tecnología. Los recursos del mundo se acaban, y al sistema capitalista no le queda más que extraer y explotar los que están en nuestra mente. Nuestras vulnerabilidades y nuestra atención ahora son los bienes intercambiables por capital.

Por décadas, la ciencia ficción ha aludido a un futuro donde los robots se apoderan del mundo: figuras humanoides viviendo en nuestras casas, adueñándose de nuestros trabajos, hasta borrar de la faz de la tierra la existencia humana. El futuro es hoy, y las figuras humanoides no están hechas de metal y cables, sino de carne y hueso. Los algoritmos están alterando el comportamiento humano a tal grado, que nos controlan más a nosotros que nosotros a los algoritmos. Los robots somos tú y yo.

Pasar tiempo lejos de las redes sociales puede mejorar nuestra salud mental. (Imagen: Jeffrey Grospe)

La tecnología ha sido el descubrimiento más importante de toda la historia de la humanidad. Jamás se había logrado mejorar la calidad de vida humana en tan poco tiempo. En muchos aspectos, el mundo ha mejorado, pero, ¿a qué costo? Nos corresponde a nosotros tener estas conversaciones e implementar cambios reales en nuestro comportamiento digital. No necesitamos hacerlo de un día a otro, pero sí hacer algo hoy. Y mañana. Y pasado. Y así consecutivamente.

Puedes empezar por apagar tus notificaciones. Claro, si entra una llamada o un mensaje podría ser importante, ¿pero realmente necesitas saber al momento cada comentario en tu meme, cada foto etiquetada, o cada invitación a un evento? Visualiza tus redes sociales más como un buzón de cartas: verás las notificaciones una vez que entres a la aplicación, y no al milisegundo en que te lleguen. Sigue y conversa con personas con las que no estés de acuerdo, sin prejuicios ni agenda. Reflexiona acerca de las páginas o personas que sigues: ¿le agregan valor a tu vida, o tú le agregas valor a su vida digital? Si en cada segunda historia que suben, buscan venderte algo, AGUAS. El capitalismo sin ética también se disfraza de la vida real. Encuentra cosas que hacer que no involucren estar pegados a una pantalla: pinta, corre, explora, escribe, lee, platica.

La tecnología es lo que es: una herramienta para facilitar y mejorar nuestras vidas. Dejemos de borrar la línea entre necesidad y adicción. Hay un mundo real detrás de los algoritmos que nos ruega atención, tiempo y amor, y sin nosotros, este mundo nos llevará con él a la deriva.

Opinión

La semilla. Por Raúl Saucedo

Libertad Dogmática

El 4 de diciembre de 1860 marcó un hito en la historia de México, un parteaguas en la relación entre el Estado Mexicano y la Iglesia. En medio de la de la “Guerra de Reforma», el gobierno liberal de Benito Juárez, refugiado en Veracruz, promulgó la Ley de Libertad de Cultos. Esta ley, piedra angular del Estado laico mexicano, estableció la libertad de conciencia y el derecho de cada individuo a practicar la religión de su elección sin interferencia del gobierno.

En aquel entonces, la Iglesia Católica ejercía un poder absoluto en la vida política y social del país. La Ley de Libertad de Cultos, junto con otras Leyes de Reforma, buscaba romper con ese dominio, arrebatándole privilegios y limitando su influencia en la esfera pública. No se trataba de un ataque a la religión en sí, sino de un esfuerzo por garantizar la libertad individual y la igualdad ante la ley, sin importar las creencias religiosas.
Esta ley pionera sentó las bases para la construcción de un México moderno y plural. Reconoció que la fe es un asunto privado y que el Estado no debe imponer una creencia particular. Se abrió así el camino para la tolerancia religiosa y la convivencia pacífica entre personas de diferentes confesiones.
El camino hacia la plena libertad religiosa en México ha sido largo y sinuoso. A pesar de los avances logrados en el lejano 1860, la Iglesia Católica mantuvo una fuerte influencia en la sociedad mexicana durante gran parte del siglo XX. Las tensiones entre el Estado y la Iglesia persistieron, y la aplicación de la Ley de Libertad de Cultos no siempre fue consistente.
Fue hasta la reforma constitucional de 1992 que se consolidó el Estado laico en México. Se reconoció plenamente la personalidad jurídica de las iglesias, se les otorgó el derecho a poseer bienes y se les permitió participar en la educación, aunque con ciertas restricciones. Estas modificaciones, lejos de debilitar la laicidad, la fortalecieron al establecer un marco legal claro para la relación entre el Estado y las iglesias.
Hoy en día, México es un país diverso en materia religiosa. Si bien la mayoría de la población se identifica como católica, existen importantes minorías que profesan otras religiones, como el protestantismo, el judaísmo, el islam y diversas creencias indígenas. La Ley de Libertad de Cultos, en su versión actual, garantiza el derecho de todos estos grupos a practicar su fe sin temor a la persecución o la discriminación.
No obstante, aún persisten desafíos en la construcción de una sociedad plenamente tolerante en materia religiosa. La discriminación y la intolerancia siguen presentes en algunos sectores de la sociedad, y es necesario seguir trabajando para garantizar que la libertad religiosa sea una realidad para todos los mexicanos.

La Ley de Libertad de Cultos de 1860 fue un paso fundamental en la construcción de un México más justo y libre. A 163 años de su promulgación, su legado sigue vigente y nos recuerda la importancia de defender la libertad de conciencia y la tolerancia religiosa como pilares de una sociedad democrática y plural.
Es importante recordar que la libertad religiosa no es un derecho absoluto. Existen límites establecidos por la ley para proteger los derechos de terceros y el orden público. Por ejemplo, ninguna religión puede promover la violencia, la discriminación o la comisión de delitos.
El deseo de escribir esta columna más allá de conmemorar la fecha, me viene a deseo dado que este último mes del año y sus fechas finales serán el marco de celebraciones espirituales en donde la mayoría de la población tendrá una fecha en particular, pero usted apreciable lector a sabiendas de esta ley en mención, sepa que es libre de conmemorar esa fecha a conciencia espiritual y Libertad Dogmática.

@Raul_Saucedo
rsaucedo@uach.mx

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