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Opinión

Suplican nuestro voto. Por Caleb Ordoñez T.

El próximo domingo 2 de julio, a las 18:00 horas, las encuestas de salida perfilarán a la próxima persona que gobernará nuestro país por los siguientes seis años. Lo ensueñan Claudia, Xóchitl y Jorge, y aunque todas las encuestas arrancan con una ventaja aplastante por parte de la morenista, persiste la esperanza en el corazón de los opositores, quienes tendrán, desde el 1 de marzo y hasta el 29 de mayo, la titánica misión de revertir sus penosos números.

Caleb Ordoñez T.

Caleb Ordoñez T.

A partir del próximo domingo, el país entero se politizará como cada seis años, pero con un ingrediente de exagerada sazón: la polarización excesiva.

Una división que se irá profundizando a lo largo de los feroces ataques, difamaciones, campañas negras y desinformación en redes sociales, que como nunca se habrá visto en la historia del país.

Nadie se debe asustar de la imperante violencia digital que se presentará en las próximas semanas.

Solo un ingenuo e incauto podría dudar que seremos testigos de la más grotesca guerra electoral, donde además se presentará la tendencia de la Inteligencia Artificial para hacernos dudar sobre audios, videos y otras funciones únicas de esta nueva herramienta en las campañas electorales.

Los ciudadanos debemos ser muy astutos. Porque entre más quieran enojarnos, entre más nos quieran dividir, lograrán el cometido de la estrategia electoral, una de las más viejas en la historia, de donde proviene la afamada frase maquiavélica “Divide et impera” o “Divide y vencerás”. La que por años han utilizado gobiernos para indisponernos unos contra otros. Campañas que calientan las luchas de clases; políticos contra “sociedad civil”; ateos contra creyentes. Utilizan colectivos de minorías llenos de sed por venganza; enfermos contra sanos; entre decenas de etcéteras, donde se hace presente lo que dijera el activista Mahatma Gandhi: “Ojo por ojo y el mundo quedará tuerto”.

Divisores: matar o morir

La maquinación que viene no respeta ideologías o currículums -nos lo ha demostrado el “camaleonismo” partidista-. Tiene como fin ganar a como dé lugar las próximas elecciones, no importa qué tan bajo puedan caer y embarrarse.

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Opinión

Pablo Gómez y el bisturí electoral. Por Caleb Ordóñez

Gómez tiene 78 años, pero su energía política no ha mermado. Fue uno de los líderes estudiantiles más visibles del movimiento del 68 y pagó con cárcel su activismo. Desde entonces, su vida ha transcurrido entre cargos legislativos, batallas ideológicas y una constante crítica al poder económico y político. Como presidente del PRD en los 90, como legislador en múltiples ocasiones y, más recientemente, como titular de la Unidad de Inteligencia Financiera, ha construido una reputación de ser incorruptible, directo y temido.

Su relación con López Obrador es larga y compleja. Han sido aliados desde los tiempos fundacionales de la izquierda moderna en México, aunque han tenido diferencias tácticas. Sin embargo, comparten una visión crítica del régimen neoliberal, una desconfianza hacia el aparato judicial y un desprecio profundo por la simulación institucional. Que Claudia Sheinbaum lo haya convocado ahora, al inicio de su mandato, es una señal inequívoca de que el gobierno busca una reforma electoral de gran calado y sin compromisos a medias.

Un programa ambicioso y disruptivo

Pablo Gómez no tardó en delinear su visión. Lo hizo con claridad y sin rodeos: propone eliminar el fuero, establecer elecciones primarias obligatorias para los partidos, reducir el financiamiento público a las fuerzas políticas y reestructurar al Instituto Nacional Electoral (INE). Y, sobre todo, quiere que este proceso no sea una negociación entre dirigencias partidistas, sino un debate abierto con la ciudadanía, especialistas, legisladores y organizaciones civiles.

Eliminar el fuero ha sido una bandera constante en la narrativa de la 4T. Gómez lo considera un privilegio arcaico que ha servido más para encubrir corrupción que para proteger la libertad política. Aunque el Congreso ya reformó el artículo 108 para permitir que el presidente sea juzgado por delitos comunes, la idea ahora es extenderlo a todos los cargos públicos. Críticos advierten que esto puede dar pie a persecuciones judiciales, pero el exjefe de la UIF insiste en que la verdadera garantía de justicia está en un sistema judicial fuerte, no en el blindaje político.

En cuanto a las primarias obligatorias, la propuesta busca acabar con la opacidad en la selección de candidatos. Gómez acusa que los partidos (todos, sin excepción) han usado encuestas a modo, acuerdos cupulares y decisiones unilaterales para imponer a sus abanderados. Su propuesta: que el INE organice primarias abiertas, auditadas y fiscalizadas, con padrones limpios y reglas claras. Esto sacudiría profundamente las estructuras internas de Morena, el PAN, el PRI y demás.

Sobre el financiamiento público, la crítica es dura y sustentada: México es uno de los países que más dinero otorga a sus partidos. En 2024, se destinaron más de 10,000 millones de pesos a su operación. La idea de Gómez es sencilla: reducir significativamente los recursos públicos, especialmente en años no electorales, y fortalecer la fiscalización. Aunque suena popular, implica riesgos: menos recursos públicos podrían abrir espacio a dinero privado o ilícito, por lo que insiste en que la vigilancia debe ser más severa, no más laxa.

El INE en la mira

El punto más espinoso será, sin duda, la reestructuración del INE. A diferencia de propuestas anteriores, Gómez no plantea su desaparición, pero sí una transformación profunda: menos consejeros, sueldos más bajos, una estructura menos burocrática y más control ciudadano. La idea es que el INE deje de ser, en palabras del propio Gómez, “una élite cerrada que se auto perpetúa” y se convierta en un verdadero árbitro ciudadano.

Esta propuesta ya ha encendido alertas en sectores de la oposición y de la sociedad civil organizada, que ven en cualquier modificación al INE una amenaza directa a la democracia. Pero Gómez insiste en que no se trata de debilitarlo, sino de actualizarlo y devolverle legitimidad ante una ciudadanía cada vez más crítica. Su promesa: abrir el debate a foros públicos, a expertos y a la ciudadanía, para que el rediseño no sea un pacto cupular, sino una decisión colectiva.

Nada de esto será fácil. Morena y sus aliados no tienen mayoría calificada para reformar la Constitución. Será necesario negociar con la oposición, convencer con argumentos, resistir las presiones internas y articular una narrativa que conecte con la sociedad.

¿Habrá voluntad para cambiar las reglas?

En tiempos donde la desconfianza hacia las instituciones es alta y el desencanto ciudadano va en aumento, una reforma electoral profunda podría ser el primer paso para reconstruir la legitimidad del sistema democrático. No bastará con diagnósticos ni con intenciones; se necesita convicción, coraje y capacidad política.

Con Pablo Gómez, Sheinbaum apuesta por un reformista con legitimidad histórica, trayectoria intachable y una lengua filosa. Pero también con una historia que incomoda a muchos: no está ahí para simular ni para negociar privilegios, sino para empujar un cambio verdadero.

La gran pregunta no es si habrá reforma. La pregunta es si los partidos políticos (todos) estarán dispuestos a sacrificar sus ventajas históricas en nombre de una democracia más transparente, más equitativa y más cercana a la gente.

Porque, como bien lo sabe el Pablo Gómez opositor, los sistemas no cambian desde arriba ni desde afuera: cambian cuando alguien desde adentro se atreve a desafiar los privilegios de siempre. Y parece que esta vez, el desafío va en serio, ¿o caerá en la politiquería que tanto criticó desde joven?

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