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¿Te vacunaron con Sinovac? Estudio apunta fuerte refuerzo con Pfizer, AstraZeneca o J&J

Una tercera dosis de refuerzo con una vacuna contra el COVID-19 producida por AstraZeneca, Pfizer-BioNTech o Johnson & Johnson aumenta significativamente los niveles de anticuerpos de quienes recibieron previamente dos dosis de la inyección CoronaVac de Sinovac, según un estudio.

El estudio reveló que CoronaVac recibió el mayor refuerzo de una inyección de vector viral o ARNm, incluso contra las variantes delta y ómicron del coronavirus, dijeron el lunes investigadores de Brasil y de la Universidad de Oxford.

La vacuna de Sinovac, empresa con sede en China, utiliza una versión inactivada, o muerta, de una cepa de coronavirus que se aisló de un paciente en China. Actualmente está aprobada en más de 50 países, entre ellos Brasil, Chile, China, Argentina, Sudáfrica y Turquía.

“Este estudio ofrece importantes opciones para las autoridades políticas de los numerosos países en los que se han utilizado vacunas inactivadas“, afirmó Andrew Pollard, director del Oxford Vaccine Group y responsable del estudio.

Sin embargo, otro estudio realizado en diciembre descubrió que la inyección de dos dosis de Sinovac seguida de una dosis de refuerzo de la vacuna de Pfizer-BioNTech mostraba una menor respuesta inmunitaria contra la variante ómicron en comparación con otras mutaciones.

Las vacunas con vectores virales, como las desarrolladas por AstraZeneca-Oxford y J&J, utilizan una versión debilitada de otro virus para administrar las proteínas del virus contra el que se busca protección.

La vacuna de ARNm de Pfizer y BioNTech enseña al organismo a fabricar anticuerpos contra las infecciones mediante señales químicas.

Una tercera dosis de CoronaVac también aumentó los anticuerpos, pero los resultados fueron mejores cuando se utilizó una vacuna diferente, según el último estudio que incluyó a 1.240 voluntarios de las ciudades brasileñas de Sao Paulo y Salvador.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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