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Una abrumadora mayoría de países, incluyendo México, condena en la ONU la invasión rusa

La Asamblea General de la ONU aprobó este miércoles una resolución de condena contra la invasión rusa de Ucrania, con el apoyo de 141 de los 193 Estados miembros de Naciones Unidas.

De los 193 Estados miembros de Naciones Unidas, 141 respaldaron el texto, mientras que únicamente cinco votaron en contra: la propia Rusia, Bielorrusia, Siria, Corea del Norte y Eritrea.

Mientras tanto, 35 países optaron por la abstención, entre ellos China, Irán, la India o Sudáfrica, y varias naciones latinoamericanas como Cuba, Bolivia, El Salvador y Nicaragua.

El texto “deplora” la agresión rusa contra Ucrania y “demanda” a Moscú que le ponga fin y retire inmediatamente y sin condiciones sus tropas del país vecino.

Una docena de Estados miembros no participaron en la votación, el más destacado Venezuela, que tiene suspendido su derecho de voto en la Asamblea General como consecuencia de impagos de sus contribuciones al presupuesto de Naciones Unidas.

La resolución, que no tiene carácter vinculante, “deplora” la agresión rusa contra Ucrania y “demanda” a Moscú que le ponga fin y retire inmediatamente y sin condiciones sus tropas del país vecino.

Además, critica el papel de Bielorrusia en la guerra y exige a Rusia que dé marcha atrás a su reconocimiento de la independencia de las autodeclaradas repúblicas separatistas ucranianas.

La Asamblea General insta a resolver el conflicto de forma pacífica y pide tanto a Moscú como a Kiev que apuesten por el diálogo y la negociación.

Un hemiciclo casi lleno se puso en pie para aplaudir la aprobación de la resolución por parte de la Asamblea General, que se reúne desde el lunes en una sesión especial de emergencia después de que Rusia vetase un texto similar en el Consejo de Seguridad.

En respuesta a ese bloqueo, Occidente acudió a la Asamblea General -donde no hay vetos- para denunciar las acciones de Moscú y, sobre todo, mostrar su aislamiento en la escena internacional.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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