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Urge programa de auto empleo para madres jefas de familia: Omar Bazán

La incertidumbre que prevalece en el país debido a los criterios para la reanudación de la actividad productiva, obliga a que los sectores públicos y privados coordinen esfuerzos y pongan en marcha un programa de incentivos al autoempleo, focalizado en las madres jefas de familia.

Así lo expuso el diputado Omar Bazán en una iniciativa de exhorto presentada en el Congreso para que el gobierno estatal promueva acuerdos con el sector privado que les permitan integrarse al sector productivo y laboral.

El impacto de la COVID-19 en el sector productivo se está sintiendo en todo el mundo y la crisis que se desarrolla corre el riesgo de profundizar las desigualdades que afectan a las madres solteras, indicó el legislador priista.

En el escenario estatal, el desarrollo económico enfrenta un ajuste drástico por el cierre parcial de fuentes de empleo en diversas y por la disminución del ingreso de los trabajadores.

En el caso de las madres jefas de familia el impacto es terrible, abundó.

Por ello, el también dirigente estatal del PRI propone en su iniciativa otorgarles recursos económicos necesarios para que inicien un negocio y así mejoren su calidad de vida y la de su familia.

Es de vital importancia que el Ejecutivo realice las alianzas respectivas con la iniciativa privada, de la industria manufacturera y empresas de servicios, para su incorporación a la actividad productiva, agregó.

Las jefas de familia son el único sostén en el hogar y el Estado debe garantizarles el pleno ejercicio de sus derechos, siendo parte activa y productiva en el desarrollo social y económico.

Las jefas de familia enfrentan un sinnúmero de problemas, incluso de discriminación laboral, para sacar adelante a su familia, lamentó Bazán Flores.

Las condiciones de trabajo basadas en el principio de igualdad sustantiva entre mujeres y hombres son muy claras en la Ley Federal del Trabajo, señaló por último.

Opinión

Emilia Pérez: Una Mirada Cuestionada sobre México Por: Sigrid Moctezuma

En un mundo donde el cine es tanto un arte como una poderosa herramienta de representación cultural, las películas que abordan la identidad de un país llevan consigo una gran responsabilidad. Tal es el caso de Emilia Pérez, una cinta que, aunque prometía ser un relato innovador, ha generado un torrente de críticas por su visión estereotipada y su superficialidad al retratar la cultura nacional.

Descrita por sus creadores como un “narco-musical”, Emilia Pérez sorprendió al ganar cuatro Globos de Oro, lo que dejó en evidencia una desconexión entre las audiencias internacionales y la percepción mexicana. Mientras en el extranjero se celebra como un experimento cinematográfico audaz, aquí ha sido criticada por perpetuar clichés culturales que parecen sacados de una postal turística, ignorando las complejidades del México actual. Aunque su mezcla de comedia, drama y música despertó curiosidad inicial, para muchos terminó siendo un recordatorio de cómo los estereotipos siguen dominando la narrativa global.

Uno de los puntos de mayor desagrado ha sido la manera en que la película aborda temas sensibles como la identidad de género y la narcocultura. Si bien es positivo que estas cuestiones tengan espacio en la narrativa cinematográfica, en Emilia Pérez se sienten tratadas con una ligereza que no honra su trascendencia. Los personajes, en lugar de reflejar matices reales, se convierten en caricaturas que difícilmente conectan con el público.

Las críticas no solo vienen de los espectadores, sino también de sectores especializados en cine y cultura. Se ha señalado que la película parece diseñada para un público extranjero que consume el «México pintoresco», mientras ignora las voces y experiencias auténticas que definen al país. Lo que representa una oportunidad desperdiciada para proyectar un discurso que sea fiel a nuestra riqueza cultural y social.

Este fenómeno no es nuevo en el cine. Muchas producciones internacionales han intentado capturar supuestamente nuestra esencia, pero terminan cayendo en la trampa: el mariachi omnipresente, las cantinas llenas de tequila y la violencia gratuita. Emilia Pérez, desafortunadamente, parece sumar su nombre a esta lista.

No obstante, este tipo de reacciones también abre un espacio importante para la reflexión. La discusión que surge de estas películas pone sobre la mesa la necesidad de que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, desde múltiples perspectivas. Es imperativo que el relato cinematográfico internacional comience a escuchar más atentamente las voces locales y trabajen en colaboración para evitar simplificaciones que diluyan nuestra esencia.

En un mundo donde las plataformas digitales hacen que el cine viaje más rápido que nunca, la responsabilidad de representar adecuadamente a un país se vuelve aún más crucial. La recepción de Emilia Pérez debería servir como un recordatorio de que no somos un concepto único y fácil de definir, sino una amalgama compleja de historias, tradiciones y modernidades.

Quizá, en el futuro, podamos ver más producciones que tomen este desafío en serio, dejando de lado las visiones simplistas. Porque México, con todas sus luces y sombras, merece ser contado con verdad y profundidad.

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