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Opinión

¿Y el laicismo, apá? Por: Juan Ramón Camacho Rodríguez

La parroquia de San Antonio de Padua derrumbó sus oficinas, que se encontraban atrás de la catedral de San Antonio, la Presidencia Municipal les arregló las banquetas (sin cobrarles por ello), y, según se dice en la misma parroquia, la autoridad municipal -que es el Ayuntamiento- ofreció ayudarles con un edificio para las oficinas en otro lugar de la ciudad y así permitir que la catedral luzca a plenitud.

Apenas escuché que la Presidencia Municipal de Cuauhtémoc está dispuesta a disponer del erario unos cuantos centavitos (un millón y medio de terrenales pesitos, más o menos) para la adquisición de un edificio para las oficinas parroquiales de San Antonio, reaccioné como muchos otros ciudadanos lo habrán hecho: lanzando la pregunta “¿por qué?”, no como una duda, sino como un rechazo.

No importa si la Iglesia pide o si el Gobierno Municipal ofrece el millón y medio para resolverle la falta de edificio a la burocracia católica cuauhtemense; importa el uso que le da la autoridad municipal a los recursos que, en principio, están destinados a obras y servicios públicos a los que el Código Municipal obliga.

Está claro que la forma de gobierno que debe realizarse en México –y el Municipio de Cuauhtémoc aún forma parte de México- es democrática, laica y federal. Este es un mandato constitucional, amparado en la soberanía republicana. Pero veo que aún hay quien le da más peso a la soberanía de sus ganas o caprichos, y se dispone a hacer de un ayuntamiento una empresa propia con recursos de los demás.

Bibliotecas y parques recreativos en el olvido, falta de señalamientos viales (como semáforos), calles periféricas en el olvido, falta de un relleno sanitario, alumbrado público deficiente, equipamiento insuficiente del departamento de bomberos, etcétera, etcétera, etcétera. Y, sin embargo, se piensa en sacar millón y medio de peso del erario cuauhtemense para que la parroquia tenga oficinas.

Es más, no se trata de rechazar esta intención por la cantidad de dinero, sino por el acto mismo que contraviene la constitucionalidad del gobierno laico. ¿O qué? ¿En Cuauhtémoc se gobierna al margen de la Constitución? No es el dinero, sino el acto gubernamental con beneficio directo a un culto religioso. No nos quieran tomar el pelo las autoridades eclesiásticas y civiles; trono y púlpito viven separaditos, no en pleito -¡Dios nos ampare!, pero sí en divorcio. Y así deben de seguir, no por mi gusto, sino por que Constitución lo manda.

juan_camacho61@hotmail.com

JRCR

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Opinión

KAFKIANO. Por Raúl Saucedo

ECOS DOMINICALES

En el laberinto de la política contemporánea, a menudo podríamos considerar  que nos encontramos deambulando por pasillos de las obras de Franz Kafka. Esa sensación de absurdo, opresión y burocracia incomprensible que caracterizan lo «Kafkiano» no es exclusiva de la ficción; es una realidad palpable en el día a día de millones de ciudadanos alrededor del mundo.

A nivel global, la política parece haberse transformado en un sistema gigantesco, deshumanizado y a menudo ilógico. Las decisiones se toman en esferas lejanas, por personajes que parecen habitar otro universo, mientras que las consecuencias recaen directamente sobre los ciudadanos de a pie. ¿Cuántas veces hemos visto acuerdos internacionales o normativas supranacionales que, a pesar de sus buenas intenciones, terminan generando más confusión y restricciones que soluciones? Es la burocracia global, un monstruo de muchas cabezas que opera bajo sus propias reglas, ajeno a las realidades individuales. Los ciudadanos se sienten como los personajes de Kafka, constantemente a la espera de un veredicto o una explicación que nunca llega, o que llega demasiado tarde y de forma incomprensible.

En América Latina, la esencia Kafkiana de la política se magnifica. La historia de la región está plagada de sistemas que parecen laberintos, donde los procesos se estancan por años, las acusaciones no tienen fundamento claro y la justicia parece un privilegio, no un derecho. La corrupción es otro elemento profundamente Kafkiano: actos inexplicables de desvío de recursos o favores políticos que operan en las sombras, imposibles de rastrear o de exigir responsabilidades. Los ciudadanos se enfrentan a un estado omnipresente pero ineficiente, que promete soluciones pero solo entrega más papeleo y trámites sin fin. Las promesas electorales se desvanecen en el aire como niebla, dejando un rastro de desilusión y cinismo. La sensación de desamparo es palpable, pues la maquinaria política y administrativa, en lugar de servir, parece diseñada para agobiar y confundir.

Existen países que para interactuar con dependencias gubernamentales puede ser una auténtica Odisea Kafkiana. Solicitar un permiso, registrar una propiedad o incluso tramitar una simple credencial puede convertirse en una misión imposible, llena de requisitos ambiguos, ventanillas equivocadas y funcionarios que ofrecen respuestas contradictorias. La burocracia, en muchos casos, no solo es lenta, sino que parece tener una lógica interna ajena a la razón, diseñada para agotar la paciencia del ciudadano. A esto se suma la impunidad, un fenómeno profundamente Kafkiano, donde crímenes y actos de corrupción permanecen sin castigo, generando una sensación de injusticia y resignación. Las narrativas oficiales a menudo carecen de la transparencia necesaria, dejando a la población en un estado de perpetua incertidumbre y desconfianza, buscando desesperadamente una explicación que nunca llega, o que es inaceptable.

En este panorama, la política se percibe como un ente ajeno, una fuerza opresiva que opera bajo un código indescifrable. Para muchos, participar activamente se siente como un esfuerzo en vano contra un sistema que parece inmune al cambio. La resignación es un peligro real, y la apatía se convierte en una respuesta lógica a la frustración persistente.

Sin embargo, como en las obras de Kafka, donde los protagonistas, a pesar de su desorientación, siguen buscando una salida o una explicación, nuestra sociedad no debe rendirse. Entender la naturaleza Kafkiana de nuestra política es el primer paso para exigir transparencia, simplificación y, sobre todo, una humanización de los sistemas que nos rigen. Solo así podremos, quizás, encontrar la puerta de salida de este interminable laberinto.

Esta reflexión viene de mensajes en grupos, cafés en mesas y observaciones del pasado domingo, donde lo kafkiano quizá no es la situación, si no nosotros mismos.

@Raul_Saucedo

rsaucedo@uach.mx

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