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10,000 AÑOS DE EVOLUCIÓN Por Luis Villegas

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10,000 años de evolución humana, según nos cuentan, y esta mañana Adriana salió a la calle con unas plumas en la cabeza… literalmente. Me explico: Estaba yo acostado, a punto de emprender mi día, cuando la miré en su cotidiano trajinar, en pos de sí misma. Y lo escribo así: “en pos de sí misma” porque la mayoría de las mujeres que conozco -como el Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Stevenson-, son dos y una al mismo tiempo. La mayoría, pues, aunque parezca un galimatías esto que escribo, son como son y son como quieren ser. Es decir, amanecen de un modo -como son- y, ya ajuaradas y en la puerta, salen a la calle a devorar el Mundo como la mujer que aspiran a ser y que no necesariamente es la misma que abrió los ojitos al despuntar el alba. Los pormenores en mi caso particular los obvio, para no desatar el legítimo encono de mi consorte a partir de desvelar los misterios de nuestra vida en común, baste con apuntar que como todos los varones sensatos que conozco, a la consabida y recurrente pregunta de mi “Media Naranja”: “¿Cómo me veo?”, con proverbial fidelidad contesto lo que sin excepción se debe responder en esos casos: “Te ves muy bien”, porque si no, se me arranca. Hasta esta bendita mañana.

 

Hasta esta mañana en que agarró un bolso color dorado y se lo colgó del hombro. Bolsos dorados de todos tamaños se ha colgado por decenas, el asunto es que esta mañana iba de blanco y rojo. Y aunque yo ya sé que eso de combinar el bolso con los zapatos, más que un arte es un misterio, dije lo que no debía decir ni era asunto mío: “No le va; ya se sabe que los zapatos y el bolso van a juego”. Me fulminó con la mirada -baste señalar que me sentí Perseo contra la Medusa, sin escudo de espejo de por medio-, soltó un bufido y con fría y metálica voz me dijo: “Que no; que eso de combinar los bolsos y los zapatos era del siglo pasado y que ‘el contraste’ era la moda…”, con el tiempo he desarrollado las habilidades de Ulises y me taponee con cera virtual los oídos y ya no oí más. ¿Quién me manda?

 

Ahhh, pero me quedé mudo de estupefacción y un dedo al aire, el índice de la mano izquierda, cuando la vi pasar frente de mí, ignorándome por completo -me lo merecía-, con un montón de plumas, esas sí color blanco y rojo, colgándole de la oreja derecha. Les juro que la visión que tuve fue la de un Siux vestido muy chic. Ahí nomás, callé y medité en el título de estas líneas y en los oscuros entresijos del devenir humano, 10,000 años de evolución y va la mujer de uno, al trabajo, con unas plumas en la cabeza y, para acabarla de amolar, blancas con puntita roja. ¡Oh, my God! “Yo, ‘Toro’; tú, ‘Kimo Sabi’”.

 

Esa visión me devolvió a la realidad de estos días que vivimos y que, como las plumas en la cabeza de mi mujer, niega tajante los supuestos 10,000 años de evolución humana. Las peores prácticas del quehacer político continúan desfilando frente a nuestra mirada impávida y aquí seguimos, a pie firme (o mejor dicho, apoltronados), viendo la tele, perdidos en el marasmo de los Trigésimos Juegos Olímpicos. Después de la agresión troglodita a la libertad de prensa sufrida en la persona de Pedro Ferriz, seguimos sin ver un horizonte despejado que garantice un acuerdo político con altitud de miras que vea, por fin, por el bien de todos los mexicanos. El PAN, retraído, sin resolver de manera satisfactoria sus disputas internas; el PRD, perdido en una reclamación sin rumbo; y el PRI sin dar claras muestras de que lo que quiere es lo mejor para el país, ¿muestras de ello?, abundan; tome como ejemplo, solamente, el caso de Romero Deschamps, el sempiterno y corrupto líder petrolero, recién electo flamante Senador de la República merced a ese Partido, hágame usted el favor.

 

El pasado primero de julio está muy lejos de haber concluido de manera satisfactoria y el desempeño del Instituto Federa Electoral (IFE), del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y de la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE), más allá de las declaraciones grandilocuentes de sus integrantes, continúa poniéndose a prueba cada día que pasa.

 

La recomposición nacional, el recobrar la confianza de la ciudadanía, el ponerse en la ruta de resolver los graves problemas por los que atraviesa la Nación, se avizora como un asunto difícil en extremo y que, por lo mismo, demandará el esfuerzo de todos los actores políticos y de la ciudadanía en general. En la especie, ninguno de dichos actores, ninguno, ha dado muestras claras de qué es lo que sigue ni qué es lo que quiere para México. La ciudadanía, en cambio, ya eligió, ya decidió; en resumen, entre otras cosas, los ciudadanos de nuestro País dejaron en claro lo siguiente:

 

1.      Por desdén, porque no confían o no creen en los procesos o instituciones electorales, como mecanismo de protesta, etc., más de la tercera parte de los electores no acudió a las urnas; ojo, estamos hablando de más de la tercera parte;

 

2.      Como consecuencia de lo anterior, se puede afirmar que existe una fragmentación del voto que, por decir lo menos, divide al País en cuatro “corrientes”: Priístas, perreditas, panistas y ciudadanos que no creen en ninguno de los anteriores y que suma más de la tercera parte de la ciudadanía;

 

3.      Pese a los ímprobos esfuerzos de su Partido, el rebase de los topes de gasto, la compra de votos, los acuerdos ilegales con las televisoras (Televisa y TVAzteca), su despliegue publicitario y propagandístico -que incluyó la presencia de su esposa, una destacada actriz de televisión y una precampaña de más de 5 años-, el candidato triunfador no alcanzó a convencer ni siquiera el 40% del electorado, y

 

4.      Ninguna de las fuerzas políticas contendientes, PRI, PRD, PAN o PANAL, tiene por sí misma legitimidad absoluta pues todas se hayan muy lejos de contar con el aval del 50% de la ciudadanía, para poder afirmar lo contrario.

 

Luego de deslindar responsabilidades hasta sus últimas consecuencias y de sancionar a todos aquellos que incurrieron en conductas ilícitas, como ejemplo de que esta vez el asunto del “Estado de derecho” va en serio, los órganos del Estado y los partidos políticos deben darse a la tarea conjunta de generar un acuerdo político nacional que siente las bases para una reforma del Estado que asuma y reconozca esa realidad: Para empezar, incorporar la 2ª vuelta electoral y regular el tránsito de un régimen presidencialista a uno semiparlamentario. Cualquier otra cosa es no haber aprendido nada, absolutamente nada, de la historia reciente y lejana de este país.

 

Luis Villegas Montes.

[email protected], [email protected]

 

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La corona que derribó al fiscal. Por Caleb Ordóñez T.

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Alejandro Gertz Manero no se fue por un solo escándalo. Su salida de la Fiscalía General es el cierre natural —y casi inevitable— de una historia acumulada durante décadas: un expediente no judicial, sino político, construido a fuerza de polémicas, enojos y decisiones que siempre parecían estar un milímetro antes (o después) del momento correcto. Una vida pública larga, tensa y llena de episodios que México nunca logró procesar del todo y que terminaron de golpe cuando la luz inesperada lo alumbró demasiado.

Para entender su renuncia, hay que regresar al principio. A 2001. A Puente Grande. A Joaquín “El Chapo” Guzmán desapareciendo como si el penal fuera un teatro mal montado. A un gabinete recién estrenado y a un secretario de Seguridad Pública —Gertz— que quedó tocado desde ese instante, aun cuando defendió hasta el cansancio que los penales no estaban bajo su control directo. Tenía razón en la letra, pero la política no se escribe con artículos constitucionales; se escribe con percepciones. Y la percepción quedó marcada: primera fuga, primer señalamiento.

Luego vendría “el caso familiar”, quizá el capítulo más corrosivo de su trayectoria. La denuncia por homicidio en contra de su excuñada Laura Morán y de su sobrina política, Alejandra Cuevas, terminó por convertirse en un espejo que devolvía una imagen poco favorecedora del fiscal. La figura jurídica de “garante accesoria”, que nadie encontraba en ningún código, la prisión de Cuevas, la reapertura del expediente cuando él ya era fiscal, y después los audios filtrados donde se quejaba del proyecto de sentencia de la Suprema Cort Ese episodio enterró la narrativa de imparcialidad y lo colocó en el centro del debate sobre el uso personal de la justicia. No su mejor capítulo.

Y sin embargo, tampoco ahí cayó.

Su paso por la FGR tuvo escenas memorables —algunas para bien, otras para museo del absurdo. Anunció con firmeza una cruzada contra la impunidad heredada: Odebrecht, Estafa Maestra, Pemex, la élite política del sexenio pasado. Era un fiscal que llegaba con autoridad intelectual: décadas de docencia, formación sólida en derecho penal, experiencia en seguridad y una convicción genuina de que el Ministerio Público tenía que recuperar su dignidad institucional. Ese punto —el positivo— hay que concedérselo: Gertz siempre habló de la Fiscalía como una institución que debía fortalecerse y, al menos en discurso, entendía la necesidad de autonomía y rigor técnico.

Pero entre lo que se quiere y lo que se logra suele haber un océano.

El caso Lozoya terminó convertido en una tragicomedia: el testigo estrella que prometía derribar a medio gabinete peñista terminó fotografiado en un restaurante, con un guion de colaboración que se desmoronó y un expediente repleto de promesas incumplidas. El famoso cheque de 2,000 millones de pesos, presentado en Palacio Nacional como “reparación del daño”, resultó más simbólico que real. Y mientras tanto, Rosario Robles vivió en prisión preventiva prolongada, exhibiendo el rostro más duro de la Fiscalía, mientras Lozoya parecía disfrutarse el fuero moral de la cooperación.

Su sello más polémico fue la justicia diferenciada. La exoneración exprés del general Salvador Cienfuegos tensó la relación con Estados Unidos; el intento de procesar a 31 científicos del Conacyt por delincuencia organizada levantó incluso carcajadas en los tribunales; los expedientes contra gobernadores y candidatos en temporada electoral alimentaron la narrativa de que la FGR olía más a estrategia que a proceso penal.

Y después llegó la guerra interna. El pleito con Julio Scherer, la batalla por el control de ciertos expedientes, las acusaciones cruzadas de extorsiones, venganzas y “operaciones sucias” mostraron una Fiscalía atrapada en el mismo laberinto político que juró superar.

Con todo, había una cualidad que incluso sus críticos reconocen: Gertz era persistente. Y conocía el aparato penal como pocos. Tenía método, obsesión por el detalle y una idea fija de orden institucional. No siempre funcionó, no siempre fue justa ni eficiente, pero era innegable que se trataba de un hombre que llevaba décadas pensando —de verdad pensando— en el sistema penal mexicano.

¿Entonces por qué renunció?

Porque la política no solo se derrumba por grandes actos de corrupción o colapsos institucionales. A veces cae por la presión inesperada del lugar menos imaginado. En este caso, una corona.

Todo estalló cuando México celebraba con júbilo el triunfo de Fátima Bosch como Miss Universo. Una mexicana ganando el certamen después de tantos años era un regalo para la narrativa nacional: orgullo, identidad, representación, el país hablando de algo luminoso por primera vez en semanas. Pero justo ahí, en plena celebración, comenzaron a circular los expedientes —sellados y empolvados en la FGR— relacionados con Raúl Rocha, presidente de la franquicia Miss Universo y vinculado en investigaciones mediáticas con presuntos contratos irregulares con Pemex.

La pregunta no era si existía una investigación. La pregunta era: ¿por qué se filtró justo ahora?

La respuesta implícita fue unánime: porque la FGR había perdido control interno. Porque intereses cruzados querían lastimar a la 4T. Porque la filtración no solo embarraba a un empresario, sino también a Bosch, la nueva joya mediática del país. Porque el triunfo, tan necesario en una nación saturada de malas noticias, se convirtió en combustible político en cuestión de horas. Porque México estaba celebrando una coronación, y alguien sacó un expediente que olía a guerra interna.

Eso, en Palacio Nacional, fue dinamita.

No se podía permitir que una victoria global, limpia y emocional, se convirtiera en pleito burocrático. Mucho menos cuando la Presidencia buscaba proyectar una nueva etapa institucional y evitar conflictos con la industria cultural y de entretenimiento que ya estaba devolviendo atención internacional al país. Gertz había sobrevivido a todo: a expedientes fallidos, a presiones, a audios filtrados, a críticas internacionales. Pero tocar un símbolo recién coronado fue otra cosa. Transformó un problema jurídico en un problema político. Y en México, los problemas políticos se resuelven de una sola forma: pidiendo renuncias.

El 27 de noviembre de 2025, presentó la suya.

Salió con un extraño nombramiento diplomático y un comunicado sin dramatismos, pero cargado de silencios. Fue la despedida de un fiscal que quiso ser reformador, que terminó siendo símbolo de poder concentrado y que cayó no por un caso penal, sino por una coronación que puso demasiados reflectores sobre sus polémicas.

Y así, la corona de Fátima Bosch terminó abollando algo más que el ego de los críticos: terminó abollando, también, el trono del fiscal más poderoso del México reciente.

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