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Opinión

1º DE JULIO DE 2012 Por Luis Villegas

Escribo estas líneas antes de conocer, oficialmente, los resultados electorales de la Jornada Electoral de esta fecha. Meses atrás, a quien me quiso oír (y a quien no) le expresé mi opinión en torno a este proceso; de hecho, en alguna ocasión escribí: “Entre tanto desorden, los dimes y diretes habituales entre la mayoría de los políticos, y en general, a las puertas de una conflagración en el Estado de México con miras a suceder al ocupante de Los Pinos en turno” y sostenía que los resultados de aquel enfrentamiento, marcarían, para bien o para mal, el derrotero de la contienda por venir. Ya estamos en ese día y anticipo varias cosas:

 

?      Contra la opinión generalizada, una baja participación electoral, muy inferior al 60% augurado por algunos analistas, pese a la depuración del padrón electoral;

 

?      Un PAN descendiendo al tercer lugar;

 

?      Una diferencia mayor a los 5 puntos entre el primero y el segundo lugar, que se disputarán el PRI y el PRD (los “partiditos” no cuentan);

 

?      Pese a la oposición informal de algunos militantes en su Partido (con el Presidente del CDE a la cabeza), Javier Corral será Senador de la República, y

 

?      7 u 8 distritos locales para los candidatos del tricolor.

 

Eso es todo lo que puedo anticipar de momento. Mi “Bola Mágica” está exhausta la maldita, luego de fallarle a todos los resultados del Progol y del Melate.

 

Escribo estas líneas en condiciones tan deplorables para que luego no se diga que mis predicciones fueron capaces de conmover los cimientos democráticos de mi Estado natal. De todas las conclusiones posibles, adelanto una sola terrible, estremecedora: El PAN está muriéndose. Lejos está de su último estertor, es cierto, pero es preciso que haga algo si quiere recobrar el lustre de sus laureles de antaño y el prestigio a toda prueba que, durante décadas, coronó su testa.

 

Cosa extraña, en este momento no hago sino recordar una película: “The Curious Case of Benjamin Button”. Ese es el título en inglés de una cinta entrañable que en nuestras tierras ingeniosa y sorpresivamente se tituló: “El curioso caso de Benjamin Button”. protagonizada por Brad Pitt -en el papel estelar-, Cate Blanchett, Tilda Swinton y Jason Flemyng; el filme está basado en un relato de F. Scott Fitzgerald y narra la vida de Benjamin Button, un hombre que nació con el cuerpo de una persona de 80 años (arrugado, achacoso, etc.), del que su padre reniega -la madre muere en el parto-, criado en un asilo de ancianos por una amorosa pareja de negros, y quien, al paso de los años en lugar de envejecer va rejuveneciendo. El filme se estrenó en los Estados Unidos el 25 de diciembre de 2008 y fue candidata en 2009 a 13 premios de la Academia que incluían el Óscar a la mejor película, al mejor director, al mejor actor y a la mejor actriz de reparto. La historia comienza cuando Daisy, una anciana a punto de morir, le pide a Caroline, su hija, que lea en voz alta el grueso diario de Benjamín Button, que comienza con las palabras: “Nací en extrañas circunstancias”. La fecha es justamente el 11 de noviembre de 1918: El día en que la Gran Guerra terminó; en tanto la gente celebra el inicio de un nuevo periodo de paz, nació en Nueva Orleans un bebé con el aspecto y las condiciones físicas de un hombre de 86 años, a quien le predicen casi nulas esperanzas de vida.

 

Pues bien, el PAN llegó a la Presidencia de la República viejo; fundado en 1939, coronó sus triunfos electorales al arribar a la Presidencia de la República con Vicente Fox (de mala memoria) a la cabeza en el año 2000. Llegó viejo en el sentido de que tenía muchos años peleando -proceso electoral tras proceso electoral- en contra de un sistema autoritario, antidemocrático que parecía invencible, solo con el prestigio que le brindaban sus líderes y ese espíritu de lucha infatigable, animoso, lúcido, transparente e insobornable de sus militantes. Y precisamente cuando tenía todo para reverdecer, ¡zas!, vino la realidad con su balde de agua helada.

 

Lejos de madurar en la refriega de ejercer el poder, el PAN se agotó, se marchitó, y en el estreno de su apogeo, en el culmen de su éxito, empezó la debacle a la que, incluso, me atrevería a poner fecha: El sábado 4 de diciembre de 2010, hubo elecciones internas del PAN, para elegir a su dirigente nacional. El triunfador resultó serlo el increíblemente todavía Senador Gustavo Enrique Madero Muñoz. Profesionista, hombre de trabajo, de talentos indiscutibles en la actividad empresarial, de manifiesta presencia en las filas de ese Partido en los últimos años, legislador federal por dos veces, en la Cámara de Diputados y en el Senado -Presidente de la Comisión de Hacienda y Crédito Público en ambas ocasiones-, Presidente de este último y miembro de una de las oligarquías más rancias del norte del país -si se considera que es nieto de Evaristo Madero, hermano menor del presidente Francisco I. Madero-. Madero Muñoz, sin embargo, como don Tío Filito, carecía, carece y seguirá careciendo de dos de los principales atributos para conducir los destinos del PAN en hora tan aciaga para la Patria (la Matria y todos sus hijitos, o séase nosotros): Un profundo y sólido conocimiento del Partido y especiales dotes de humanista.

 

Los resultados están a la vista y este pariente lejano de don Francisco I. Madero, pareciera condenado a repetir el destino de su estirpe: Entregar a la oposición las riendas del poder; de un poder ganado a la buena, con una gran carga de expectativas insatisfechas y en medio de un escenario de caos social que pareciera devorarnos: Decenas de millones de pobres, una inseguridad creciente y un índice de desempleo alarmante.

 

Tal pareciera que el miedo que consumiera a Felipe Calderón alguna vez, relativo a la exigencia de “ganar el gobierno sin perder al Partido”, se hizo presente al final de la Jornada y, peor que nunca, el 1º de julio de 2012 halló al PAN sin Gobierno y sin Partido. Cabe plantearse, no obstante, qué tanto se ha ganado -o se ha perdido- de la esencia del PAN en el tránsito de leal oposición a Gobierno actuante y qué tanto es rescatable… todavía. Después de todo, en los panistas está -para decirlo en las palabras de Schwarzenegger- el “I’ll be back”.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com

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Opinión

Francisco: el futbolista que soñaba con ayudar a los pobres. Por Caleb Ordoñez Talavera

En un mundo donde los líderes suelen subir al poder sobre pedestales dorados, Jorge Mario Bergoglio eligió las sandalias del pescador. Aquel argentino que un día fue arquero de fútbol, amante del tango y de los libros de Dostoyevski, se convirtió en Papa y jamás olvidó de dónde venía. Francisco no fue un pontífice cualquiera; fue un Papa de carne y hueso. De esos que uno siente que podría toparse en la fila de las tortillas, con una sonrisa serena y una mirada que, sin mucho ruido, te abraza el alma.

Francisco ha sido, sin lugar a dudas, el Papa más disruptivo en siglos. No porque haya roto dogmas —la estructura doctrinal sigue firme—, sino porque le dio un rostro distinto a la Iglesia Católica. Dejó de lado la solemnidad acartonada y abrazó la humildad. Cambió el papamóvil blindado por un Fiat, rechazó vivir en los lujosos aposentos vaticanos y optó por una residencia sencilla. El “Vicario de Cristo” en la tierra eligió la austeridad, no por estrategia, sino por convicción.

Pero su verdadera revolución fue moral y emocional. Francisco no gritaba desde el púlpito: escuchaba desde las banquetas. Su papado se volcó en los márgenes, allí donde duele el hambre, la exclusión y el olvido. Su voz fue trinchera para los migrantes, los pobres, los ancianos, los refugiados.

Muchos lo criticaron por “idealista”, como si eso fuera pecado. Pero Francisco no era ingenuo, era valiente. Sabía que sus llamados a la justicia social incomodaban a muchos en las cúpulas de poder, tanto eclesiásticas como políticas. Sin embargo, nunca dio marcha atrás. “Quiero una Iglesia pobre para los pobres”, dijo al iniciar su pontificado. Y no era una frase para los titulares: era su hoja de ruta.

En tiempos donde la migración se convirtió en moneda electoral, el Papa Francisco insistía en recordar lo esencial: los migrantes no son cifras, son personas. Los visitó en las fronteras de Europa, lloró con ellos, oró con ellos, los abrazó. Nunca usó una cruz de oro; la suya era de hierro, sencilla, como el corazón que la portaba.

No fue un teólogo de escritorio. Fue un pastor que olía a oveja. Supo enfrentarse al clericalismo con una sonrisa y un gesto firme. Habló de ecología cuando el mundo prefería mirar al petróleo, habló de inclusión cuando otros aún discutían si las puertas de la Iglesia debían estar abiertas. Fue reformador no porque cambiara leyes, sino porque cambió la conversación.

Y entre todas sus aficiones —el cine italiano, la literatura rusa, la cocina porteña— hay una que siempre lo delató como el más humano de los líderes: el fútbol. Fan acérrimo del equipo San Lorenzo, seguía los resultados con la emoción de un niño. Para Francisco, el fútbol era una metáfora del Evangelio: todos juntos, diferentes, pero con un solo objetivo. “Lo importante no es meter goles, sino jugar en equipo”, decía.

El balón lo extrañará. La pelota, esa esfera rebelde que tantas veces desafía la gravedad, ha perdido a uno de sus poetas silenciosos. No se sabe si en el Vaticano habrá canchas, pero estoy seguro de que Francisco supo lo que es gritar un gol desde el alma.

Su legado es más que palabras. Está en los corazones de quienes alguna vez se sintieron excluidos. Está en cada migrante al que se le extendió la mano, en cada comunidad indígena que se sintió escuchada, en cada creyente que volvió a mirar a la Iglesia con esperanza y no con miedo.

El Papa Francisco nos recordó que la fe sin amor es un cascarón vacío. Que la Iglesia, si no camina con el pueblo, se convierte en museo. Que el Evangelio no es para adornar discursos, sino para incomodar a los cómodos y consolar a los que duelen.

Francisco será recordado como el Papa de los gestos pequeños, de las palabras enormes, del corazón abierto. No hizo milagros, pero hizo lo más difícil: cambiar el alma de una institución milenaria con solo mirar a los ojos de los pobres y decirles: “ustedes son el centro”. Y en tiempos donde el cinismo dentro de la política y en todos los medios cotiza alto, eso es ya un milagro.

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